La última emisión de La familia de la tele fue tan patética como la primera. Se cierra así uno de los episodios más penosos y esperpénticos de la televisión pública española. Sus protagonistas se lo tomaron con sentido del humor, como ya ocurrió con los del Sálvame cuando los echaron de Telecinco. Transformaron el despido en un viaje al más allá: "Algunos de sus miembros se van de viaje rumbo a la inmortalidad", aseguraban. Y anunciaban con sarcasmo que se marchaban con un ritual nunca visto en televisión. "Nos vamos al estilo egipcio, una de las antiguas civilizaciones, la base de la cultura y el saber". Añadieron en el decorado unos sarcófagos enormes de cartón piedra y apelaban a la protección de los dioses y a una nueva muerte para volver a nacer. Pero el plató más cutre de la televisión, que ha tenido un coste aproximado de 365.000 euros, solo ha sido el templo del mal gusto. Y la ignorancia, la mala gestión y la irresponsabilidad pública han sido las deesas que han invocado. Ha sido la tumba de la vocación de servicio.
El programa fue un refrito de los momentos más penosos con la presencia de algunos de sus colaboradores. Ni después de seis semanas los integrantes del equipo han sabido demostrar sintonía entre ellos. El realizador no ha aprendido a mostrar bien lo que ocurría en directo. Y el director del programa no ha tenido la capacidad de escoger los temas ni de encontrar las dinámicas. La descoordinación ha sido absoluta desde su inauguración hasta el último día. Cada programa ha parecido el primero.
Como arrancaron haciendo un homenaje a la película El mago de Oz, atribuyeron el desastre televisivo al color amarillo de los adoquines y a la maldición que pesó sobre el filme, buena parte de los integrantes del cual acabaron muriendo extrañamente. María Patiño comparaba el programa con un yogur caducado, que aún puede comerse pasada la fecha límite. Pero La familia de la tele ya provocaba calambres de estómago antes de podrirse. Porque la receta utilizó ingredientes en mal estado.
Cada programa ha costado de media 75.000 euros. Y ha supuesto un coste global para la televisión pública de más de cinco millones y medio, según publicaron algunos medios. Una vergüenza tapada por la crisis del PSOE, porque tenían escándalos más graves que atender.
La familia de la tele no es, sin embargo, la única manzana podrida de la cesta. Es la punta de lanza de una programación decadente que ha degradado el medio en pocos meses. Una parrilla que ha priorizado un entretenimiento vulgar, que ha reducido los informativos y que ha hecho espectáculo de la actualidad. El programa termina, pero los ideólogos de este despropósito, sin ninguna conciencia de servicio público, siguen ahí dentro.
La familia de la tele acabó con María Patiño, Víctor Sandoval y Kiko Matamoros dentro de los sarcófagos, en un desfile fúnebre por Prado del Rey con Belén Esteban y Lídia Lozano acompañando el luto. Las momias televisivas decían adiós. Que Osiris, dios de los muertos, los acoja. Pero, sobre todo, que no nos los devuelva.