¿Por qué Isabel Preysler genera tanta audiencia?

Isabel Preysler en 'El hormiguero' la noche del jueves.
Periodista i crítica de televisió
2 min

El jueves por la noche, la efigie mediática Isabel Preysler visitaba El hormiguero para promocionar su libro de memorias. En Catalunya fue el quinto programa más visto después de los dos Telenotícies, el Està passant y el Polònia. Al programa de sátira política solo tres mil espectadores lo separaron de que las hormigas le hicieran el sorpasso: 266.000 espectadores y un 15,7% de cuota de pantalla. En España, fue el programa más visto del día con 2.416.000 espectadores.

Es inevitable preguntarse las posibles causas de esta curiosidad sobre una mujer que ha participado del espacio público de forma ornamental, como una figura decorativa, expuesta en las revistas como un tesoro para la contemplación colectiva.

La publicidad la ha utilizado como un símbolo vinculado al lujo y la elegancia. También se ha utilizado como modelo aspiracional de mujer. Una fantasía de la perfección, pese al aura de artificialidad que ha rodeado su vida y su belleza. Isabel Preysler ha explotado al personaje y, como los gatos, ha sobrevivido a distintas existencias en función del marido.

El crítico de arte y ensayista John Berger escribió en Maneras de mirar (1972): "Los hombres miran a las mujeres. Y las mujeres se miran a sí mismas mientras son miradas". Berger quería explicar así cómo, a través del arte pero también de la televisión, la mujer había aprendido a mirarse a sí misma como si fuera un hombre mirando a una mujer. Es decir, interiorizando esa mirada externa masculina. Preysler parece el máximo exponente de este planteamiento: ha controlado cómo ser vista y dominar la percepción que los demás tenían de ella. Ha utilizado su belleza, esculpida con la ayuda del bisturí, como una forma de poder. Ha hecho de su apariencia, y del misterio a su alrededor, un patrimonio más allá del dinero. Ha construido su propio mito. Un mito de la España preconstitucional que se perpetúa a lo largo de las décadas. Ella misma explicó con naturalidad cómo iba a merendar a El Pardo con su amiga Carmen, y a observar a su abuelo, Francisco Franco, bebiendo Fanta mientras pasaban la tarde mirando el No-Do.

Solo apareció una brecha de infelicidad. Confesó haber sido víctima de los celos de sus maridos, y subrayó las dificultades y complicaciones que esto supone en la vida cotidiana y la falta de libertad personal que le ha conllevado. Habló de sus operaciones estéticas con resignación, ajena a la esclavitud que le han supuesto. Pablo Motos, entendiendo la gravedad de los celos, apuntó: "Hay gente de determinadas culturas donde los celos acaban en maltrato porque creen que la otra persona es de su propiedad, como si fuera un sofá". Lo dijo como si esto fuera un problema de otros países o tradiciones.

La audiencia de Isabel Preysler puede responder al simple morbo de observar en movimiento un icono vintage. Pero lo que vimos suscitaba una mirada antropológica sobre el machismo y el clasismo.

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