Entrevista

Cristina Fallarás: “Madrid es el infierno que viene. Un experimento trumpista pero más bestia”

Periodista y activista

Cristina Fallarás
09/03/2025
11 min

BarcelonaCristina Fallarás tuvo una idea muy simple: publicar en sus perfiles en las redes sociales los relatos de abusos sexuales de las que quisieran contar su historia sin arriesgarse a ser identificadas. Una recopilación muy extensa de estas historias en primera persona se reúne en el libro No publicas mi número, editado por Siglo XXI, que acaba configurando una cartografía terrible del abuso. Hablamos con esta periodista y activista sobre esta labor y el precio que ha tenido que pagar por llevarla a cabo.

¿Cuántos relatos de abusos habrás leído?

— En esa segunda etapa, unos 20.000. Y entre 50.000 y 100.000 si contamos desde cuando hice la primera tanda, en el 2018, con la etiqueta #Cuéntalo. Aún me quedan muchos, miles, que no he tenido tiempo de leer. Todo esto lo hago sola, con el móvil, y voy al ritmo que puedo.

¿Cuál es el impacto de someterse a un alud de mensajes tan cargados de dolor?

— La verdad es que estoy consiguiendo que me haga poco o nada de daño. Con #Cuéntalo, como no estaba preparada para lo que me esperaba, me hizo mucho daño. Tuve que detenerme y empezar terapia, para aprender a separar a Cristina activista del resto de Cristinas. Pero esta vez, cuando estalló el caso de Jenni Hermoso, yo llevaba ya un par de años sabiendo qué quería hacer. Estaba esperando a que llegara el momento preciso, porque sin este detonante la población difícilmente se suma a una campaña. Y fue Jenni. Ahora que llevo un año y medio largo con esto de nuevo, debería ir pensando en detenerlo, porque, sin embargo, genera un trauma vicario: heredas el dolor del resto.

¿No te angustia tener miles de mensajes que esperan aunque sea una sola lectura, la tuya?

— No, porque acabaré leyéndolos. No puedo permitirme el lujo que quede uno solo sin leer.

Muchos se refieren a abusadores no conocidos, pero otros señalan a personas con un perfil público prominente.

— Yo he leído mensajes y testigos de abusos que afectan a cantantes, periodistas, un expresidente... No han salido porque nunca publico nombres, sólo reproduzco los relatos, pero sí he puesto en marcha los mecanismos necesarios para que esto se investigue. No puedo permitir que una mujer me explique algo muy grave sobre un presidente de gobierno o un presidente autonómico y quede escondido.

Leyendo esta retahíla de testigos insoportable, por acumulación he acabado sintiendo que todos los abusos son obviamente únicos pero que, paradójicamente, son en el fondo el mismo abuso.

— Te entiendo perfectamente. Hace poco leía un libro de Laura Llevadot que se titula Mi herida existía antes que yo y me ha fascinado, porque habla de esa herida que llega y ocupa su espacio. Y creo que sí, que llegamos ya con algo marcado: lo que la Iglesia llama el pecado original y que ya entonces se atribuía a Eva y la manzana. Y cada una la ocupamos de una u otra forma, según las circunstancias.

Y, a menudo, ya desde pequeñas.

— Lo que de verdad marca es la violencia sexual en la infancia. El miedo es una violencia sexual. El miedo a que te violen la hija y transmitir ese miedo a la niña. Lo de: "No vayas por aquí, no cojas caramelos, cuidado con el vecino..." O el típico imbécil que un día vas a la playa con la criatura, de 8, 9 o 10 años, y te dice: "¡Cómo se ha puesto la niña!" Es brutal, y ya coloca a la niña en la sexualización. A partir de ahí, según hayas vivido la violencia sexual en la infancia, ocuparás la herida de una forma u otra y la reproducirás. O lo ensancharás, porque si la violencia en la infancia ha sido manifiesta, los depredadores llegarán y te follarán la herida, que seguirá abriéndose. Todas las que hemos sufrido violencia sexual en la infancia y la adolescencia lo conocemos bien.

Un elemento clave de esta ecuación siniestra es el silencio.

— Absolutamente. El silencio es el mayor arma de represión contra las mujeres. Contra otros muchos colectivos, pero contra las mujeres especialmente. Lo de "al principio fue el verbo..." No, no. Al principio fue el silencio. Sólo después viene el verbo.

El caso Errejón surgió a raíz de uno de los testigos publicados en tu cuenta de Instagram, sin nombre. ¿Tú sabías a quién se estaban refiriendo?

— No. En ese momento yo tenía detectados al menos tres políticos de izquierdas, de tres partidos diferentes, a los que alguna chica había señalado, y cumplían con un perfil muy parecido. Así que los mensajes sobre Errejón podían ser de cualquiera de los tres. La mujer que me escribió no me lo dijo y yo no se lo pregunté, porque no tengo tiempo para hacerlo.

Los medios de derecha y ultraderecha se revolcan estos días de puro placer, al ver cómo emergen estos comportamientos en partidos de izquierdas. ¿Es más grave que esto ocurra en formaciones que tradicionalmente han abanderado el feminismo?

— Bien, a la derecha también pasa. Mira si no el caso del alcalde de Algeciras, con varias denuncias. Todo un alcalde, ¿eh? Con mucha más carga institucional que un Monedero, por ejemplo. Pero no pasó nada: no se movió de sitio porque el partido no le movió de sitio. Ha habido denuncias contra políticos de derecha, por supuesto. Y se han publicado... Pero entonces nada ha pasado.

¿A qué lo atribuyes?

— Pues que no les interesa. No les importa. Y porque saben que no van a perder votantes. Hablamos mucho de los agresores en los partidos de izquierda, desde Sumar hasta Más Madrid, la CUP o Podemos. De acuerdo. Pero no hablemos lo suficiente de las mujeres de estos partidos, que han hecho un ejercicio de valentía enorme señalando a sus compañeros. Y, además, sabemos que la cosa no termina bien para las mujeres que levantan la voz: acaban escaldadas y, sin embargo, siguen haciéndolo.

¿Te teme que, haciendo de canal de denuncias anónimas, fomentes la criminalización al por mayor de todos los hombres?

— Hay un problema que encapsula una contradicción tremenda. ¿Tú pondrías la mano en el fuego por todos los hombres de tu redacción? Es lo del "Not all men", que es lo contrario de considerar que cualquier hombre es potencialmente un violador. Pero yo, cuando voy a presentar un libro, pido que no me pongan un hombre al lado, porque la única vez que lo hicieron me llamó una mujer para decirme que aquel señor era lo que me había explicado que le había roto las costillas. de los movimientos sociales, ¿como medida preventiva?

Parece poco plausible.

— Hace poco leía a Jaume Asens diciendo que al fin Errejón y Monedero eran amigos suyos y que con los amigos hay que estar en las verdes y en las maduras. Claro, si no conseguimos que haya una repulsa contra las agresiones sexuales, no dejará de haber agresiones sexuales, ya mí esto me pone la piel de gallina. Me preocupa el silencio de tumba de los hombres. Me tiene aterrada, porque pensaba que con #Cuéntalo reaccionarían, y no. Y tampoco han reaccionado con el #ShaAcabat. Solo reaccionaron cuando salió Errejón y lo admitió. Mientras exista este silencio seguirá avanzando el machismo más brutal, porque saben que hay una mitad de la población que no se subleva contra ello. Es más: que los ve como compañeros.

Cristina Fallarás

¿Algún partido se ha puesto en contacto contigo para interesarse por casos que les pueden afectar?

— Algunos, algunos. Todos de izquierdas: desde el PSOE hasta las izquierdas alternativas y nacionalistas.

¿Y a la derecha del PSOE?

— Ninguno, tampoco la derecha nacionalista.

Más allá del precio anímico, supongo que ser la cara visible de ese movimiento también te habrá comportado otros peajes.

— He pagado un precio altísimo, empezando por el económico. Enseguida te conviertes en una persona que mancha. El otro día mismo me dejaron de invitar a un festival que solía contar conmigo. Me dijeron que lo sentían mucho pero que no podían invitarme a que los hombres se asustarían. Que se sentirían incómodos e inquietos por mi presencia. Los medios de comunicación también me han ido dejando atrás, o los sitios donde daba conferencias.

¿Y más allá del ostracismo?

— La violencia más bestia es la que se te plantifica en la calle. Yo he tenido que cambiarme de piso en Madrid dos veces por amenazas de muerte, con presencia física frente a la puerta de mi casa. Y después de hacerse pública mi dirección tuve que irme de Madrid. También he recibido amenazas de muerte contra mi hija y mi hijo cuando eran mucho menores de edad. Me han escupido, me han echado de un bar donde me estaba comiendo un pincho de trucha, me han perseguido por la calle, me han acorralado en un tren... Todo lo que te puedas imaginar. Una vez incluso empezaron a pegarme por la calle con un rosario.

Barcelona, ​​Madrid, Zaragoza. Son las tres ciudades en torno a las cuales has pivotado. ¿Qué representa cada una de ellas?

— Zaragoza es mi infancia, pero sólo en la esfera familiar y escolar, porque me pasé toda mi infancia yendo a Calafell. Marchábamos todos los viernes y no volvíamos a Zaragoza hasta el domingo por la noche, aparte de todas las vacaciones. Los recuerdos allí son sólo los de familia, entonces: algunos muy buenos, pero otros francamente pésimos. Hasta el punto de que a los 18 años me fui a Barcelona, ​​que es mi ciudad. Y eso que los 30 años que viví fueron muy duros y acabaron con mi desahucio. Fueron también los años del Proceso y tuve que sufrir algunas andanadas contra mí, como esa carta de Antonio Baños, que fue algo muy feo. Pero el recuerdo que guardo es el de una ciudad a la que quisiera volver.

¿Y Madrid?

— Madrid es el infierno que viene. Un experimento trumpista pero más bestia. He conocido a la mejor gente del mundo y mis amigas actuales son de allí. Y he tejido todo lo que soy como activista, porque en Barcelona hacía sobre todo activismo cultural. Pero cuando oigo a Feijóo diciendo que aplicará el modelo Madrid en toda España... uf. Hace tiempo que aviso. En Madrid se vive mal, porque todo el día estarías manifestándote. Es una ciudad crispada. Una ciudad hecha para ricos y para riquísimos, superzonificada. Hay barrios en los que, cuando pongo un pie, ya me cantan el Cara al sol. O venían debajo de mi balcón a cantármelo, con la mano alzada y la bandera de España. Madrid es el único lugar de España donde se financian ciertos movimientos aterradores y donde queda un sotobosque de franquismo que todavía tiene muchos gusanos vivos.

Eres tertuliana y...

— Era.

...?

— Sólo me queda lo Todo se mueve en TV3, que no es tertulia, sino que hago una píldora. Es lo que te decía antes: todas las demás me dejaron de llamar. Sí me llamaron de un par de sitios, pero yo aquello no lo considero tertulia, sino algo más asqueroso. También es verdad que, a medida que me he ido serenando, noto que en las televisiones les intereso menos, porque buscan algo un poco más grotesco. Y a mí de lo grotesco ya me queda poca.

Una pregunta que me hacen a menudo mis amigos no periodistas es si después de echarles la caballería por encima vaya todos a hacer cervezas tan amigos.

— A ver, es verdad que con algunos llevamos más de una década coincidiendo en tertulias y que son de derechas, muy de derechas, pero a fuerza de ir encontrándolas desarrollas empatía o incluso ama, pero no hasta el punto de hacer cervezas. Y, después, hay otros con los que no me cruzo palabra fuera del plató. Porque son el enemigo.

¿Y algo que nunca se explique de las tertulias?

— Que son una construcción. Y que son las tertulias las que han normalizado la extrema derecha en España. Han popularizado argumentos que nos habrían parecido escandalosos hace sólo diez o quince años, y nos los hemos comido con patatas. Recuerdo el día que me sentaron con Rocío Monasterio. La presentadora de turno me dijo: "Cristina, ¿no le respondes?" Y yo, mirando a cámara, dije: "Yo no hablo con fascistas". Y, por supuesto, tuve un problema. No les gustó. El papel de las tertulias ha sido criminalizar a la izquierda y los nacionalismos periféricos, no al español, claro.

¿Tú has sido alguna vez periodista de cuota? Has tenido mucha proximidad con Podemos.

— Claro, yo he sido siempre la cuota de izquierdas. Y me han llevado a sitios donde yo no sabía qué opinar, y pensaba: "Voy porque me pagas, pero no para que pueda contar nada". Además, ¡con este pelo rizado y rojo se me ve mucho! Sabía que pensaban: "Si tenemos la Fallarás, ya hemos cubierto la cuota de izquierdas". Como me he declarado marxista y con simpatía por el comunismo, me han traído más como izquierdista que como mujer. De hecho, si te fijas, poco a poco en las tertulias han ido colocando a las mujeres a la derecha: antes los tertulianos de derechas eran hombres, y de izquierda había cuatro o cinco mujeres. Pero esto se ha ido revirtiendo, porque conviene dar la imagen de que en la extrema derecha y en la derecha hay sitio para las mujeres.

Pero no tienes sólo una ideología declarada muy marcada: te has mojado por partidos políticos. Cerraste listas electorales en el 2019 con Ada Colau y Podem te quería como consejera de RTVE.

— Acepté estar en listas sólo con tal de estar en lugares finales, para que estuviera garantizado que no salía. Y, en el caso de RTVE, era un trabajo de aquellos de un día al mes, sin sueldo. Porque yo lo que no quería en modo alguno era que me relacionaran económicamente con un partido político. Tengo en muy alta estima mi autonomía y mi libertad. Luego, por la prensa, supe que no había salido y pensé: "Pues nada, será que no". ¡A mí ya me parecía extraño que me aceptaran en ninguna parte!

A veces te han dejado de llamar ya veces te han echado directamente. Recuerdo cuando estabas embarazada de ocho meses y te despacharon del diario gratuito ADN. ¿Qué ocurrió?

— Estaban a punto de hacer un ERE que después acabó siendo el cierre del diario, y yo me enteré por casualidad de los planes para hacerlo. Me presenté en el despacho del director, Albert Montagut, para preguntarle a quién querían echar, ya que era la subdirectora. Y me dijo: "Pues a ti la primera". Entonces fui a hablar con el consejero delegado, que era José Sanclemente, y le dije: "Mira, querido, qué tripa. Doy a luz dentro de veinte días. No me contratará nadie". Él me dijo que no me preocupara, que ya escribiría una novela. Tuve que elegir entre un finiquito para poder dar de comer a mis hijos o la alternativa, que era pasarme años litigando contra Planeta.

Esto ocurría en plena crisis financiera del 2008. Debió de ser un momento límite.

— Les dije: "Dentro de tres años me habrán desahuciado". Ellos dijeron: "Mira que eres alarmista y te gusta el drama". Pero, efectivamente, tres años después me encontré en la calle, con una niña en brazos, un niño pequeño y sin hogar. El resto de medios habían hecho sus ERE, así que era evidente que nadie me ficharía: antes, por ley, deberían recuperar a algunos de sus trabajadores perdidos. Por suerte, pude instalarme en una cabaña que me dejaron en la Floresta.

¿Ya estás recuperada, económicamente?

— Nunca seré rica, pero ahora puedo vivir relativamente bien. Si quisiera vivir con mis dos hijos en Madrid no podría, ¿eh? Pero ahora vivo fuera, con mi esposa. Vivíamos separadas, pero ahora vivo con ella porque no tengo capacidad económica para vivir sola con dos hijos.

Te has casado con una mujer después de tener tres maridos. No sé si se cumple lo que se dice tanto desde la izquierda: que lo personal es siempre político.

— Aparte de que mis dos últimos maridos eran unos maltratadores, ahora a mí me cuesta mucho tratar con los hombres. O sea que sí: tiene una dimensión política clara. Y me hace gracia cuando digo que ahora soy lesbiana y las lesbianas me riñen y me dicen: "¡No te haces lesbiana como quien se hace del Betis!" Yo he tomado una decisión que es política. No quiero tener una pareja hombre, y apenas me quiero relacionar con hombres, porque ni ellos saben cómo tratar conmigo ni yo sé cómo tratar con ellos. Se acercan a mí con miedo, con reticencias, y saben que yo lo noto. Al final, sexualmente he estado siempre muy folladora y me ha gustado todo. Entonces... mucho mejor con una mujer.

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