El martes, noche de Champions, TV3 programó un Sin ficción sencillez pero efectista para minimizar los efectos del fútbol en la audiencia. Coincidiendo en que el día antes se había celebrado el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia hacia las Mujeres, el espacio de documentales encontró una producción corta que se preguntaba por qué tantos hombres envían fotografías de su pene sin que hayan sido solicitadas. El documental tenía un tono distendido y mucha voluntad divulgativa. Aquí tienes mi pene era tan altamente pedagógico que en varios momentos adquiría el tono de una especie de Barrio Sésamo para varones adultos. Se les explicaba, muy despacio, con gran claridad y delicadeza, para no ofenderlos y que no lloren, por qué no está bien enviar fotos del título a mujeres que no las han solicitado.
El hilo conductor lo trazaba una presentadora que profundizaba en la tendencia de enviar fotopollas a través del móvil. No se remontaban a cuestiones históricas, pero podemos encontrar las raíces de este elevadísimo género artístico antes de que se inventaran los teléfonos con cámara de fotografiar. Hay personas de la generación analógica que aún no han olvidado cómo determinados hombretones del trabajo se fotocopiaban el título en la fotocopiadora de la oficina y repartían copias por los cajones de las compañeras, como si de un acto de propaganda electoral se tratara divertidísimo.
La investigación del documental aclaraba, de entrada, que toda foto del pene no solicitada previamente por su destinataria es una agresión. Y llevaban a cabo un estudio científico para comprobar las reacciones cerebrales de las mujeres al impacto de tres tipos de fotografías: unas banales con gatitos, unas de violencia de carácter social como las que podemos ver en los medios de comunicación y, finalmente , las fotografías de títulos que aparecían por sorpresa. En los resultados se apreciaba el impacto más negativo de estas últimas imágenes. También era asombroso el alud de fotos de titas que llegaban en determinadas aplicaciones de contactos.
Después de explicar del derecho y del revés que enviar este tipo de imágenes sexuales sin acuerdo previo era una agresión, el documental ponía el punto y final de una manera delirante. Obsequiaba a los espectadores con un manual de buenas prácticas para hacerse fotopollas. Un curso de fotografía en el que una trabajadora sexual especializada en la materia asesoraba a los hombres a la hora de retratarse el pene y les daba consejos sobre posturas, puntos de vista y actitudes ante la cámara. Los espectadores nos convertíamos en voyeurs de esta sesión, que, por discreción, pixelaba las titulas o las mantenía fuera de plano.
Ya sabe, si quiere evolucionar en el arte de retratarse el semalero, recupera el documental, aunque el cursillo quizás os resulta un poco decepcionante. Pero no miren sólo el tramo final. Trague el documental entero para que le cuenten bien qué debe hacer después de estas fotos, porque a algunos artistas esta parte les cuesta algo de entender.