Mercedes, no sé de qué me hablas

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Mercedes Milà en 'No sé de qué me hablas'.

Mercedes Milá ha vuelto a TVE con No sé de qué me hablas, un programa que pretende descubrir a las generaciones más jóvenes el pasado de España desde una mirada más sociológica. El plató es una especie de ágora con público mayoritariamente joven y con un sector de veteranos de la misma generación que la presentadora. Pretende tender puentes de conocimiento entre unos y otros, sobre todo con la intención de aleccionar a la juventud sobre las celebridades del pasado y las circunstancias que las rodeaban porque, dice, hay que aprender de la historia para avanzar con criterio. La idea dice que la tuvo cuando descubrió que su sobrina, que le lleva las redes sociales, no sabía quién era Lola Flores.

Milá tira de los archivos de la televisión pública y las entrevistas que llevó a cabo en los años 80. Tiene una copresentadora milennial, Inés Hernand, que se encarga de estimular este choque generacional y confrontar miradas. El show didáctico se complementa con la presencia de dos invitados, uno de cada grupo, para estimular esa diferencia a la hora de percibir la realidad. El primer día, por ejemplo, la periodista Maruja Torres y el diseñador Palomo Spain.

No sé de qué me hablas es una buena idea con un resultado bastante fallido. Mercedes Milá, como viene siendo habitual, va tan acelerada que en algunos momentos provoca perplejidad. Y abusa de un fenómeno que ahora practican todas las estrellas mediáticas de cualquier edad: hablar de sí mismas para explicar el mundo. Lo divertido del primer programa era fijarse en la mirada de Maruja Torres. Ejerció de observadora pícara con el privilegio de poder espiar desde dentro aquel invento televisivo con cierta distancia o, incluso, pereza. "Cada generación se sabe lo suyo", soltó como declaración de principios. Mientras Milá exhibía un hiperentusiasmo para establecer conexiones generacionales y aprender, Torres practicaba la reticencia a según qué manera de bajar el listón propia de la nueva cultura de la inmediatez.

Mientras Milá explicaba quiénes eran Maruja Torres, Lola Flores, Camilo José Cela, Adolfo Suárez o Manuel Pertegaz reduciéndolo a la más absoluta superficialidad y a una anécdota, el sector más joven aleccionaba sobre el cruising, decían que el libro La Colmena era “una chapa”, que Pertegaz parecía Cañita Brava y utilizaban expresiones como “ha pegado bajón” o “la gente está turboprecarizada”. “Mercedes, tú, a este señor, se la ponías como un brick de vino”, exclamó Inés Hernand al ver un fragmento de una entrevista de Milá a Cela de hacía cuarenta años. Maruja Torres, con la mano en la barbilla, parecía mirarlo entre perezosa y condescendiente. El objetivo del programa había cambiado radicalmente de sentido. En vez de descubrir la historia a los jóvenes, acababan siendo los jóvenes los que adiestraban a los mayores en la jerga urbana y se mofaban de lo que veían en las imágenes de archivo, convirtiendo el pasado en un chiste esperpéntico.

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