Una de las victorias del Madrid mediático, con su histeria política permanente, es haber convertido el ciclo informativo en torno al gobierno español en una cascada incesante cuyo ruido furioso se extiende a toda la legislatura y ahoga al resto de comicios. No hay elección autonómica que no sea contada por los diarios de alcance estatal como un plebiscito del inquilino monclovita de turno. Los medios críticos vienen la idea de que un fracaso en la autonomía X no es responsabilidad del líder que se ha presentado a las elecciones, sino la prueba irrefutable de que ya hay un cambio de ciclo donde las cosas importan, que está en Madrid, y por tanto el presidente español que sea debería tomar nota y hacer las maletas hacia Tegucigalpa.
Las elecciones gallegas no escapan a esta visión casi colonial. Y la gracia es que todo el mundo denuncia esta desnaturalización, eso sí, culpando al otro. Así, en La Razón, siempre dispuesta a ayudar a Feijóo –hoy escribían su nombre en tres lugares distintos de la portada– aparecía el titular: “El PSOE nacionaliza la campaña ante otra victoria por mayoría absoluta del PP”. Al otro lado del espectro ideológico, el más progresista El Periódico decía justo lo contrario: "El PP se juega la mayoría al españolizar la campaña gallega". Esta acusación recíproca hace pensar en el célebre mem de internet en el que dos Spiderman se señalan mutuamente, sorprendidos de ver que hay otro enfundado en el mismo vestido arácnido. Pese a esta simetría de reproches, existe una perjudicada clara: la política autonómica, que se ve rebajada a un segundo nivel supeditado. Y, por tanto, a las fuerzas más uniformizadoras les va bien mantener una dinámica que, en el fondo, es recentralizadora por la vía de estrangular la agenda informativa.