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Una investigación deEl Mundo achaca al periodista Pablo González tareas concretas de espionaje para Rusia. Que fuese liberado en una operación de intercambio de agentes lo hacía sospechar, pero es la primera vez que se presenta un detalle de sus presuntas actividades. Escribí en su momento dos columnas sobre González y su polémico encarcelamiento en Polonia, incomunicado y encerrado en la celda veintitrés horas al día, sin unos cargos de los que defenderse. La prudencia me hizo no cerrar la puerta a la posibilidad de que efectivamente fuera un espía, pero recuerdo que entonces abundaron los artículos de apoyo, dando por sentado que la acusación era fabricada. Me pareció temerario –la información era escasa– y resultado de un mal entendido corporativismo. Ahora bien, el fondo de la cuestión sí que era compartido, y sigue vigente: a Pablo González se le privó de libertad con mecanismos sin las preceptivas garantías, que chocaban con la presunción de inocencia.

Pablo González en una imagen de archivo.

Lo escribo porque El Mundo aprovecha ahora su notable exclusiva para cargar contra la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) "Se sumó a la campaña de la izquierda y la extrema izquierda", dicen en un editorial, y le reclaman una disculpa pública. Claro, el diario está más cómodo con la Asociación de la Prensa de Madrid, que carga hacia el otro lado. El rotativo habla además del "falso periodista" en portada. Pero ésta es una llufa discutible que quieren colgarle, porque en el interior el mismo texto admite que “no era un periodista de mentira” y que “publicaba y cobraba reportajes”. Es normal que despertara una ola de solidaridad, a la espera de esclarecer los hechos. No estuve cómodo entonces con la defensa acrítica a ciegas; tampoco lo estoy ahora con el hostigamiento escandalizado performativo. ¿O es que El Mundo ¿defiende la justicia sumaria?

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