Si los políticos hacen trampas, ¿el periodismo puede hacerlo también?
La BBC se encuentra en medio de un grave incidente diplomático con la Casa Blanca. Resulta que un exmiembro del comité que vigilaba los estándares periodísticos del ente ha elaborado un dossier de diecinueve páginas con distintos casos polémicos. Uno de los más llamativos afecta al programa Panorama, que, en una emisión justo antes de las elecciones americanas, montó dos frases dichas por Trump con una hora de distancia el día del asalto al Capitolio como si fueran una sola. Y así, con tijera y celo, parecía que el mandatario espoleaba a la multitud a irrumpir violentamente en la cámara donde reside la soberanía popular. La líder de la oposición, Kemi Badenoch, ya ha pedido destituciones en la BBC y se han reactivado las voces que, desde hace años, presionan para reducirle la financiación de forma drástica (porque creen que les va a la contra). Ciertamente, un montaje así es inaceptable, sobre todo porque estaba presentado como una sola frase cuando se trataba de un pequeño monstruo de Frankenstein. Ahora bien, convendría no perder de vista que el sentido de todas las bravadas que soltó Trump ese día funesto iban en la misma dirección. Se guardó suficiente con no pronunciar las palabras mágicas "Arraseu el Capitoli", pero sin su gasolina incendiaria –cuidadosamente formulada– la turba no se habría movilizado con aquella intensidad. Una sola instrucción de él habría detenido los disturbios.
Precisamente porque los políticos populistas dominan el arte de la retórica que causa efectos pero esquiva las responsabilidades penales –solo hay que ver cómo los discursos racistas siempre llegan acolchados– el periodismo debe extremar las formas. Porque las formas son la verdadera batalla. Por injusto que sea, la BBC debía advertir a los espectadores de que estaba haciendo un max-mix de su discurso. Aunque el sentido de todo ello sólo lo discutan los cínicos.