Réquiem innecesario por 'Crónicas marcianas'

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'Crónicas Marcianas: El reencuentro'.

El martes por la noche Telecinco hacía un homenaje a Crónicas marcianas, dieciocho años después de su final. El regreso arrancaba con Xavier Sardà volviendo al antiguo plató, donde no quedaba ni rastro del programa. Un espacio desangelado y frío en el que pintaron cuatro líneas en el suelo para ubicar simbólicamente las partes del decorado. Sardà empezaba el programa como lo han hecho últimas las viejas glorias de la televisión: autocontemplándose en una pantalla, rememorando su éxito y hablando de sí mismos. Esta tendencia al revival televisivo no solo evidencia la crisis del entretenimiento, sino una necesidad de estos egos de reafirmarse.

El homenaje sirvió para realizar una operación de blanqueo del late night. Sin duda, fue un espectáculo genuino, de gran éxito de audiencia y capacidad de influencia. Pero el panegírico pretendía reescribir la historia real del programa. Lo convirtieron en una especie de circo exquisito, un arte superior, basado en el sentido del humor y un gamberrismo inocente. Pero se evitaron los contenidos más sórdidos y crueles, peleas e insultos, humillación y violencia mediática contra algunos famosos y colaboradores. El espectáculo del ataque, del odio, de personajes desencajados, de la vulgaridad y del mal gusto. Invitados que perdieron los nervios, intentos de puñetazos y amenazas. Incluso una demanda por una entrevista de Javier Cárdenas a una persona con discapacidad intelectual. Un todo por la audiencia que hizo del Crónicas marcianas uno de los máximos exponentes de la telebasura en España, donde algunos de los colaboradores se transformaban en mercenarios pasados de rosca que actuaban con crueldad y agresividad. Toda esa basura se evitó.

Crónicas marcianas. El reencuentro fue un programa aburrido. Iban entrando los colaboradores, recordando batallitas mientras daban paso a imágenes de archivo y declaraciones de integrantes del equipo. Algunas de las figuras más emblemáticas, como Boris Izaguirre, quedaron reducidas a unos vídeos de cordial saludo y otros, como Manuel Fuentes, fueron invisibilizados. Y era aún más esperpéntica la difuminación de algunos rostros de invitados, colaboradores y público en las imágenes de archivo para esconder su identidad. El programa se convertía en una especie de celebración con parches, ausencias y problemas en vez de hacer un homenaje en su plenitud. El programa era estático y decadente. Y eso que Carlos Latre y Paz Padilla lo dieron todo para recuperar el espíritu de esa época. Teniendo en cuenta el recuerdo de aquella maquinaria loca, parecía que en algún momento se iba a producir un giro que cambiaría radicalmente el programa para convertirlo en una fiesta más lucida. Pero ese momento nunca llegó. Asistimos a un funeral sin sentido. Un réquiem tergiversado e innecesario por Crónicas marcianas.

Encima, parte de sus protagonistas se sumaban a la moda de lamentar que hoy en día no existe la libertad de la que disfrutaban antes por sus contenidos políticamente incorrectos. Pero, en realidad, lo que tenían era impunidad.

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