Rubiales contra Ana Pastor: ¿quién se comió quién?

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El primer instinto después de ver la entrevista de Ana Pastor a Luis Rubiales es preguntarse cómo se le ocurrió al expresidente de la Federación de Fútbol prestarse voluntariamente a ser trinchado por la periodista. Los indicios feos que se acumulan contra él, las grabaciones de conversaciones que se han filtrado, el asunto del beso a Jenni Hermoso, toda la gente que reniegan de él, empezando por su tío... El mero recordatorio de los frentes que tiene abiertos y los comportamientos bajo sospecha daba heredad. E intentar aleccionar a Ana Pastor sobre feminismo causaba vergüenza ajena. Pero cuanto más pienso en ello, más victorioso me parece que salió Rubiales. Y su retórica –yo soy la víctima, los medios mienten– entronca perfectamente con la narrativa de la posverdad que ha permitido crear un espacio cómodo para las opciones de ultraderecha como Vox. Rubiales, el Rubi, repitió muchas veces que lo que decía la prensa va por un lado y lo que le dice la gente por la calle, con presuntas muestras constantes de apoyo, va por otra. ¿Y si resulta que tiene razón? Entonces su triunfo es inapelable. Y no me extrañaría nada que los de Abascal le acaben tentando.

Luis Rubiales

“¿Podría ponerme en medio de la Quinta Avenida, disparar contra alguien, y no perdería ningún voto, de acuerdo?” Son palabras de Donald Trump, en el 2016, después de un mitin en Iowa. Nunca entrará en ningún libro de citas profundas, pero la frase encapsula para mí la esencia de la comunicación política del siglo XXI: si eres capaz de mantener tu relato sin fisuras, por poco anclado que esté en la realidad, habrá una parroquia que te va a seguir. Y para aumentar los feligreses no hace falta aterrizar las palabras en la actualidad. Basta con aprovechar cada fiscalización para aumentar tu estatus de víctima y héroe del pueblo, mientras amasas privilegios. Y presuntas comisiones.

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