Crítica de series

¿Por qué resulta problemática la serie sobre una violación que triunfa en Netflix?

'Alba', el nuevo fenómeno de la plataforma, es un 'remake' de Antena 3 de la ficción turca 'Fatmagül'

La actriz Elena Rivero a la serie 'Alba'.
3 min
  • De Carlos Martín e Ignasi Rubio para Atresmedia
  • En emisión en Netflix

Se estrenó primero en Atresmedia Player el año pasado para después emitirse en abierto en Antena 3, con buenos índices de audiencia. Pero ha sido a partir de su inclusión en el catálogo de Netflix que se ha convertido en un fenómeno global. Alba, el remake español de la serie turca Fatmagül, ha conseguido situarse en el top 10 de las ficciones de habla no inglesa más vistas en el global de Netflix. La serie aborda un tema ahora mismo de triste actualidad. La protagonista, la Alba del título (Elena Rivera), se despierta desorientada una mañana en la playa y descubre que ha sido víctima de una violación. No se acuerda de casi nada porque le pusieron droga en la bebida la noche antes en un pub. A pesar de los recuerdos borrosos, diferentes indicios apuntan a los responsables, los hijos de la familia de caciques de la zona, los Entrerríos, y algún amigo suyo..., entre los cuales podría haber el mismo novio de Alba, Bruno (Eric Masip). A lo largo de trece episodios, la serie resigue el proceso de la chica para sentirse con fuerzas de denunciar a los violadores y llevarlos a juicio, en medio de las presiones y los trapicheos de los Entrerríos para evitar que los chicos vayan a prisión.

Adaptada por Carlos Martín e Ignasi Rubio, en la base de Alba hay una propuesta más que reivindicable. Hablar desde una ficción de máxima audiencia de las violaciones a las mujeres a través de la sumisión química, y de todo lo que comportan. Cuando la serie se centra en este tema, resulta bastante digna: deja clara la estigmatización que todo ello todavía supone para las chicas, sobre todo por el hecho de asociarse con el contexto de ocio nocturno y la desinhibición que comporta, la mediatización de los casos, el ruido popular que se genera a su alrededor y las angustias y otros efectos postraumáticos que sufre la víctima... También intenta ser rigurosa cuando trata la legislación sobre el tema o cómo lo aborda un proceso judicial.

Pero Pero Alba no se ha desentendido de sus orígenes culebrónicos, y en este caso esto resulta un problema muy gordo. La subtrama alrededor de los Entrerríos es la típica de una soap opera con una familia poderosa con los armarios llenos de cadáveres. Como pasa a menudo en este tipo de series, los ricos se asocian con los valores morales negativos: su propio estatus implica que son corruptos. Y violadores. Los problemas de la protagonista de Alba para que su caso sea investigado no provienen de una justicia patriarcal o de unas fuerzas de seguridad machistas (de hecho, la serie presenta a una guardia civil y una jueza ejemplares), sino de las maquinaciones de unos personajes que actúan como malvados en mayúsculas. Los continuos e inverosímiles giros de guion distorsionan en exceso hasta casi diluir el discurso sobre la violencia hacia las mujeres y todo aquello que lo rodea.

El papel de Bruno, el novio de Alba, y el peso del amor romántico hacen disparar otra alarma. En la serie hay una verdadera obsesión por mostrar al chico como una víctima más (¿cuántas veces sale llorando?), cuyo honor se debe restablecer. En algunos momentos, la misma Alba parece más preocupada por no perder a su pareja que no por que se le haga justicia. Y que los guionistas se reserven una secuencia final más propia del siglo XIX es la gota que hace colmar el vaso. En Alba no falta la amiga solidaria, la abogada batalladora y la guardia civil persistente. Y la misma protagonista sigue un proceso de aquello que llaman empoderamiento. Pero la serie no quiere renunciar a la figura del héroe masculino.

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