El sucedáneo de 'Plats bruts' que no hace reír
Nuestra casa, la nueva sitcom de Dani de la Orden que durante meses nos han estado anunciando como uno de los principales y más prometedoros estrenos de la temporada, se ha empezado a emitir exclusivamente en la plataforma 3Cat. En TV3 sólo nos hicieron la cata del making of después del Telediario noche para, después, ensombrecernos una película francesa irrelevante. La estrategia puede entenderse como una operación para incentivar el uso de una plataforma (supuestamente muy exitosa) o, por otra parte, como cierta falta de confianza en la producción.
Nuestra casa sigue escrupulosamente las características tradicionales de las sitcoms: capítulos de veintipocos minutos, decorados de plató donde se combina el elemento doméstico con un segundo ambiente de encuentro (normalmente un bar o similar), tramas autoconclusivas sobre un argumento de fondo que tiene continuidad, unos protagonistas estereotipados y planos, teatralidad y cierto histrionismo en las interpretaciones, conflictos y sonido de risas que, teóricamente, deberían provenir del público presente en el plató.
Nuestra casa es un sucedáneo de Platos sucios en el que incluso la careta inicial se podría considerar un homenaje a la sitcom más legendaria de la cadena. Un piso del Eixample compartido entre dos chicos, Miqui y Èric, que será invadido por una serie de personajes habituales tanto para convivir como para participar en los múltiples conflictos de convivencia que se darán. Personajes inmaduros que también se encontrarán en el bar de la Candela. La sitcom, además, toma elementos de otras producciones del mismo género y es fácil detectar ingredientes de Friends y de The Big Bang theory. Desde el juego de puertas y la circulación de personajes entre dos pisos situados frente a frente hasta objetos de decoración y la incorporación de una sutil neurodiversidad, con altas capacidades y dificultades para socializar, de una de las protagonistas. La referencia inevitable y lógica de Platos suciosSin embargo, le juega claramente en contra: la serie de Joel Joan de 1999 es mucho más moderna que la nueva producción y, por supuesto, más libre y genuina. Los personajes de aquella eran más desgarrados porque todos sin excepción eran un grupo de cretinos que permitían extremar más los conflictos, mientras que ésta sufre por un realismo que ablanda la historia. Quiere ser más entrañable que buena. Por otra parte, en cuanto a dirección e interpretación, se ha quedado corta. En Nuestra casa, los actores parecen esperar el turno de palabra para decir su frase y las escenas son demasiado estáticas. Le falta locura. Pero lo peor de todo es que la sitcom tiene más situación que de comedia. Las tramas son miedosas y excesivamente convencionales, pero son los diálogos lo que le acaban de hundir. El gran problema de Nuestra casa es que no hace reír, por mucho que las supuestas risas de un público entregadísimo nos señalen qué debería hacernos gracia.