El martes, casi a medianoche, después del partido de la selección española para clasificarse para la final de la Eurocopa, La1 puso la guinda a su programación con un nuevo despropósito. Inmediatamente después del fútbol y aprovechando el tirón de audiencia que arrastra la roja, estrenaron Los Iglesias. Hermanos a la obra. Se trata de un makeover o show de renovación en el que los hijos de Julio Iglesias e Isabel Preysler reforman la casa de un famoso. Julio José y Chabeli, residentes en Miami y sin oficio conocido, fingen tener especial talento para el interiorismo. Proponen al rapero Yotuel renovar la decoración del hogar a escondidas de su esposa, la actriz Beatriz Luengo. Pero lo que vimos en realidad no era tan inocente sino más bien una indecencia impropia de la televisión pública.
El programa es una farsa que aprovecha a los hijos ociosos del cantante del Me va, me va. Si su padre cantaba Me olvidé de vivir, ellos pueden vivir de la comedia televisiva. Y el resultado es un programa clasista, mal hecho y desconcertante.
Los realities de reformas no necesitan ni famosos ni influencers para funcionar. Solo crear sensación de realismo y competencia en los encargados de llevar a cabo la renovación del hogar y saber mostrar parte del proceso. Pero es de dominio público que Chabeli y Julio José no destacan, precisamente, por su experiencia en el sector. Al contrario, especialmente a Julio José lo hemos visto circular erráticamente por todo tipo de realities haciendo gala de una inutilidad flagrante.
El personaje daba órdenes de manera despótica a los peones que debían llevar a cabo la reforma y él hacía ver que cogía el martillo para hacer un agujero en la pared. Mientras, su hermana recorría Miami visitando las casas de millonarios de la zona para inspirarse y coger ideas. Las empresas y constructores participantes formaban parte de un intercambio de trabajo a cambio de promoción.
Los Iglesias. Hermanos a la obra retrata dos mundos: el de los ricos exitosos y el de los empleados que cargan muebles, pican paredes y utilizan las herramientas. Los que miran y los que se ensucian. Los que hacen el fanfarrón y los que curran. El programa no tiene ritmo, es inverosímil porque manipula el proceso de la reforma y finge la sorpresa. Llevábamos tres cuartos de hora de programa y nadie había empezado a trabajar –y se supone que en cuatro días renuevan una casa con resultados más que dudosos–. El programa es elitista y superfluo. Mientras que el género del makeover pretende conectar a menudo con aspectos vinculados a la felicidad, los nuevos inicios y las segundas oportunidades, Los Iglesias. Hermanos a la obra tiene que ver con el capricho, la opulencia y la explotación laboral. Unos valores que obviamente no pintan nada, una vez más, en la televisión pública.