Aplausos en bucle para un asesino

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El doble asesinato machista de Rubí y Castellbisbal en Telecinco.

El doble crimen machista en el Vallès perpetrado por un comisario jubilado de la Policía Nacional confirma que la televisión sigue siendo tan negligente como siempre a la hora de informar sobre la violencia contra las mujeres. El martes, el vídeo donde aparecía el asesino Juan Fortuny de Pedro aplaudido por el cuerpo policial era repetido en bucle decenas de veces como decorado de fondo. El contraste entre el supuesto prestigio profesional y la atrocidad que acababa de cometer aquel hombre, la paradoja entre el oficio y el delito, estimulaba el escándalo y el morbo. En Telecinco, en Vamos a ver, Alfonso Egea y Mayka Navarro no paraban de añadir adjetivos al relato, con esa inercia propia de la crónica de sucesos para añadir emoción al caso. Recordaban que el comisario era “amabilísimo, cercanísimo y empático”, hablaban del“espantoso crimen” o de los "terribles crímenes". “Da escalofríos ver lo impecable que estaba la casa y cómo la cuidaba Mari Àngels”, lamentaba la periodista. Especificaban que el comisario “se voló la cabeza” y el presentador utilizaba un lenguaje coloquial para resumir los hechos: “Es inaudito que se lleve por delante a la pareja, a la expareja, y él se quite de en medio”. Describir con este vocabulario a un asesinato machista en los medios es impropio, se frivolizan los hechos y se deforma su gravedad.

Parte del debate en las tertulias consistía en recordar la trayectoria impecable del comisario. Como viene siendo habitual, la fascinación por el asesino y lo que ha sido capaz de hacer superaba el interés por las víctimas, reducidas a una cifra y un oficio. En Antena 3, Lorena García preguntaba a la reportera de Castellbisbal: “¿Se sabe el trasfondo?”, como si el contexto determinara el alcance de la tragedia. La obsesión por insistir en el detonante también contribuye a simplificar la violencia machista, convirtiéndola en una circunstancia que aparece repentinamente. En Espejo público preguntaban a los vecinos: “Una chica que no se merecía esto”, decía un hombre, como si en el mundo hubiera las mujeres que lo merecen y las que no. Mientras, las imágenes del asesino aplaudido por los compañeros uniformados seguían en pantalla.

El asombro ante la tragedia reforzaba esta idea de un destino fatídico contra el que nadie podía hacer nada, que aquello era inevitable porque todo el mundo lo desconocía. El asesino reducido a un retrato plano y sin mirada crítica por parte de los periodistas. No se cuenta con el asesoramiento de expertas en violencia machista que explican la complejidad de estos casos sin encallarse en la perplejidad que causan los hechos. Tampoco se hace un análisis más global. Es un nuevo caso que delata las graves grietas en los cuerpos de seguridad, como ya ocurrió con el caso de Rosa Peral. Los medios de comunicación no pueden quedarse en los detalles emocionales sino velar por el interés común. La violencia machista es transversal y afecta a cualquier gremio, pero esto no exime de percibir banderas rojas en la gestión interna de unas instituciones que, supuestamente, deben velar por la ciudadanía y deben dar garantías de responsabilidad social.

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