El regreso de 'Sálvame'.
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Un fenómeno que caracteriza a las plataformas de streaming, especialmente Twitch, es que a menudo aprovechan las sobras de la televisión. También es el espacio donde acaban algunas post-celebrities para mantenerse en activo, en una especie de etapa mediática terminal, a la espera de un golpe de suerte.

Esto lo confirma la resurrección de Sálvame, que ha reaparecido en versión digital en YouTube, Twitch, Canal Quickie y otras webs que han acogido el cadáver. Como suele ocurrir en la nueva dimensión mediática, Sálvame vuelve en una versión depauperada. Tanto, que no puede utilizar ni su antiguo nombre. El espacio tenía que llamarse Ni que fuéramos Sálvame, pero la prohibición de Telecinco los ha obligado a rebautizarlo. Ahora se llama Ni que fuéramos shhhh, en un gesto ingenioso para denunciar la censura. Como siempre, el formato convierte en virtud el problema e incluso han mantenido el rótulo del programa tapando con cinta de precintar la palabra prohibida, potenciando este efecto tronado de la cancelación improvisada.

El miércoles, el programa volvía como si fuera un viaje a la escuela. Un minibús iba recogiendo a los colaboradores en la puerta de su casa: Belén Esteban, Víctor Sandoval, Chelo García Cortés, Lidia Lozano... Todos iban subiendo y cantaban el eslogan para promocionar la plataforma: “Si te mola darle al piki, pásate por Canal Quickie”. Otro de los colaboradores, Jimmy Giménez-Arnau, gritaba desde los asientos traseros: “¡Que yo me quiero morir en directo!”, como si el trayecto lo llevara a su propio funeral.

El nuevo plató es un piso normal y corriente. María Patiño los saludaba a todos desde el balcón. Lo graban en un comedor, que han decorado con estética chabacana plasticosa y con luces de neón. Kiko Matamoros también apareció de una puerta lateral, casi como si saliera del lavabo. Constantemente están hablando de Telecinco y, por no decir tantas veces su nombre, lo han bautizado con el eufemismo de “la tele de enfrente”. El primer día amenazaban con que al día siguiente empezarían el programa desde la entrada de la cadena que los despidió. La obsesión por Telecinco es enfermiza, en una mezcla de rencor y añoranza. Mientras veían un vídeo donde cargaban contra una pseudofamosa, se oyó de fondo una colaboradora que decía: “Que yo me quiero ir a Telecinco, tía. El puñado de colaboradores sentados en la mesa conversan como si estuvieran en casa del espectador. Cuando conviene, se mueven por el comedor, se sientan en un sofá y Belén Esteban ejerce de operador de cámara con un móvil.

El formato se esfuerza por superar los códigos televisivos e incorporarse a la narrativa del streaming, en un revoltijo esperpéntico y precario. Nuevos formatos, nuevos dispositivos y nuevos lenguajes para hacer lo de siempre pero peor.

Ni que fuéramos shhhh es un zombi resiliente, carente de conciencia e inteligencia, movido por el impulso de devorar carne humana. Torpe, víctima de un proceso de degradación que lo acerca a la muerte, se tambalea intentando morder a Telecinco y todo lo que parezca un poco más vivo y fresco que él. El monstruo de la tele analógica avanza como puede para ir a morir al cementerio digital.

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