Claudi Carreras, comisario de la exposición Amazonias. El futuro ancestral , que se inaugura el 12 de noviembre en el CCCB, es especialista en "la construcción de realidades diversas a partir de la imagen". Durante dos años, ha recorrido la selva amazónica para llevar hasta Barcelona el relato de un ecosistema diverso y valioso, muy distinto a los estereotipos que ha generado. "La Amazonia es la construcción colonial de una idea que ha servido para marcar las pautas del extractivismo", explica Carreras en el ARA, y esa idea colonial es la que la exposición del CCCB quiere romper. Lo hace con una "exposición coral" a la que han contribuido 9 personas, tres de ellas indígenas, que viven y conocen bien la selva amazónica. Además de captar la cosmovisión de los pueblos que lo habitan, con obras de arte indígena creadas especialmente para la ocasión, la exposición también permitirá oler, oír y tocar la Amazonia, ya que han traído hasta aquí muestras de tierra y restos de árboles quemados de la mayor selva tropical del mundo.
La Amazonia nunca ha sido una selva virgen
Los pueblos originarios y las comunidades que viven hoy en comunión con la selva amazónica reclaman un cambio de visión global para salvar el planeta
BarcelonaCuando los colonizadores europeos navegaron por primera vez por el río Amazonas, le pusieron ese nombre porque pensaban que allí había tribus de mujeres guerreras como las que describía ese antiguo mito griego. Esto –como la leyenda de Eldorado– es pura "fantasía", dice el arqueólogo especialista en la Amazonia Eduardo Neves, pero lo que sí se ha probado como cierto es que en esa selva que parecía inhóspita e inexpugnable. habían vivido durante milenios civilizaciones mucho más numerosas y sofisticadas de lo que aquellos invasores sin escrúpulos –y todos sus descendientes– nunca deberían –o habríamos– imaginado.
Las nuevas tecnologías, y una mirada nueva de muchos científicos y arqueólogos, están revolucionando los conocimientos que tenemos sobre la Amazonia. Se ha descubierto, por ejemplo, que bajo lo que es el mayor bosque tropical del mundo, hay restos de "grandes ciudades" que existieron hace más de 2.500 años, explica Neves. No eran ciudades como las mayas o las incas, hechas a base de roca. "Los materiales que se utilizaron eran sobre todo la tierra, agrupada haciendo montículos (que podían alargarse durante kilómetros), y materiales peridores como madera o la palma que no ha perdurado; y durante muchos años los arqueólogos pensaron que lo que veían eran estructuras naturales", apunta el arqueólogo. Pero ahora, los datos por satélite, los radares y otras técnicas han sacado a la luz toda una nueva visión de la Amazonia. En la parte que toca en Bolivia, por ejemplo, se han encontrado construcciones que son "como pirámides de más de 20 metros de altura, como un edificio de siete pisos", explica Neves, director del Museo de Arqueología y Etnografía de la Universidad de São Paulo.
Ahora se sabe, por ejemplo, que la selva amazónica está habitada desde hace 13.000 años, la fecha más antigua en la que se han encontrado evidencias de presencia humana, en concreto en una zona cercana a la ciudad brasileña de Monte Alegre . También se han encontrado evidencias de hace 12.000 años, pero "sabemos que hace unos 9.000 años había personas en muchas zonas distintas". Ahora mismo hay 6.000 sitios arqueológicos en toda la Amazonia. Entre los hallazgos, muchas cerámicas que datan de hace 7.000 años.
"La visión de la Amazonia como una zona inhóspita con condiciones muy difíciles para la presencia indígena está siendo derribada por completo. Los datos arqueológicos demuestran que hubo muchísima gente y que los indígenas que vivieron aquí hace miles de años 'años –algunos todavía viven– son los que produjeron la Amazonia tal y como la conocemos hoy”, dice Neves. Se podría decir que un 20% de la selva amazónica fue de algún modo plantada por los indígenas o, como dice Neves, "es el resultado de la acción de los pueblos indígenas". "Hay un tipo de suelo muy oscuro que es muy fértil y productivo, es el suelo negro indígena, y ha sido producido por los indígenas", explica el arqueólogo. Algunos estudios apuntan a que un 2-3% de la Amazonia (que en conjunto ocupa más que toda Europa occidental) está cubierta de este suelo negro. Otros científicos lo cifran en un 12%. Neves cree que todas son "estimaciones conservadoras".
La cosmovisión indígena
Pero el cambio de visión de la Amazonia no debe ser sólo histórico. También debe ser ecológico. "Es un error haber pensado que la Amazonia era una selva virgen; siempre estuvo habitada por los pueblos originarios que mantuvieron el equilibrio con la naturaleza, pero la visión del mundo occidental de explotar esta naturaleza es la que nos ha llevado a la crisis actual", denuncia Patricia Gualinga, desde la Amazonia ecuatoriana. Gualinga fue una de las representantes del pueblo quechua de Sarayaku en la demanda que presentaron en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y que ganaron. En 2012 una "sentencia histórica" detuvo la explotación petrolera en el territorio de este pueblo indígena y obligó incluso al gobierno de Ecuador a pedir disculpas. "Los indígenas somos los que estamos en la primera línea del frente" en la lucha contra el colapso climático, remarca en el ARA Gualinga.
Porque la concepción de la Amazonia como una selva "virgen" ha sido también una idea interesada, producto de una visión destructiva que pretendía justificar la explotación de sus recursos naturales. "Es la visión de la selva como un cuerpo de mujer, para la violación y la destrucción", asegura la periodista brasileña Eliane Brum, en su libro La Amazonia. Viaje al centro del mundo. Brum lleva años cubriendo informativamente a la Amazonia y ahora realiza una estancia en Barcelona como investigadora residente del CCCB, centro que el día 12 de noviembre inaugura la exposición Amazonias. El futuro ancestral, donde plantea una mirada global al territorio desde el pensamiento, el arte, la ciencia y el ecologismo. En 2017 Brum decidió mudarse a vivir a la ciudad amazónica de Altamira, "el epicentro de la deforestación y de la resistencia contra el colapso climático". Desde allí, se ha unido a la lucha de los pueblos amazónicos no sólo para detener la destrucción de la selva, sino para combatir esa visión antigua con una nueva, o más bien "ancestral", la visión de la naturaleza que tienen los que Brum llama "pueblos selva".
No habla sólo de los indígenas. Desde hace más de tres siglos, la Amazonia está poblada por otros muchos pueblos; algunos son descendientes de los colonizadores, pero muchos otros, los que más se adentraron en la selva y echaron raíces, son descendientes de esclavos huidos desde las grandes ciudades brasileñas. Comunidades que se llaman hoy kilombolas o ribeirinhos, por ejemplo, la mayoría descendientes de aquellas generaciones de personas que fueron arrancadas con violencia del continente africano por ser explotados en el supuesto "nuevo mundo" y que se escondieron dentro de la selva para recuperar la libertad.
Indígenas y comunidades como los kilombolas comparten una misma manera de vivir: "No pertenecen a la selva ni la selva les pertenece a ellos, sino que son selva", y eso "significa entenderse uno mismo como naturaleza", dice Brum , que está convencida de que las enseñanzas de estos pueblos son esenciales si queremos sobrevivir a la crisis climática. Sólo adoptando la visión –e incluso la cosmología– de estos pueblos podremos salvar del planeta, empezando por salvar "la mayor masa de plantas que hacen la fotosíntesis" y "el mayor motor de carbono del planeta", como define la Amazonia el científico brasileño Antonio Nobre. La importancia ecológica de la Amazonia para el equilibrio del planeta es primordial, como recuerda Nobre. Pero los indígenas lo saben desde hace milenios.
"De la Amazonia fluyen energías de vida, fluyen como hilos invisibles con toda la energía de vida para mantener el equilibrio en todo el planeta Tierra", afirma Patricia Gualinga. Dice que aprendió esto de su padre, que le decía que "hay hilos invisibles que conectan la vida y que toda la naturaleza se comunica, cada ecosistema está interconectado y, por tanto, cada ser humano también lo está". Es uno de los conocimientos ancestrales de su pueblo, los Sarayaku de la Amazonia ecuatoriana. Pero es también una máxima confirmada por la ciencia occidental.
La Amazonia es "un corazón que late"
"La conexión del bosque con la atmósfera es increíblemente poderosa e increíblemente efectiva. Mucho más que el CO₂ que capta y el oxígeno que genera, el bosque amazónico tiene un impacto en el ciclo de vida del agua y de la energía que es mucho más importante", explica Nobre, autor del informe que en el 2014 ya lo pronosticaba, El futuro climático de la Amazonia. Por videoconferencia desde Suecia, donde vive ahora, Nobre explica que "por toda la cuenca del Amazonas, la cantidad de agua que pasa de las plantas y los árboles hacia la atmósfera en forma de vapor es mayor que la cantidad de agua que fluye por el río Amazonas hacia el océano Atlántico", y estamos hablando del río más largo del mundo, con cerca de 7.000 kilómetros.
Esta agua transporta calor, es decir, energía, desde la superficie de la tierra "hasta 5 kilómetros arriba del cielo". "Es como un aire acondicionado vertical muy potente", resumen Nobre. Sin embargo, la metáfora más adecuada no es con un aparato electrónico, sino con el cuerpo humano. El mito que dice que la Amazonia es el pulmón del planeta es exagerado, porque su contribución a la cantidad de oxígeno de toda la atmósfera no es tan grande. Pero este ciclo de agua y calor es como una transpiración o sudor, que ayuda al cuerpo a mantenerse fresco. Este vapor que se eleva de la selva amazónica forma nubes blancas que cubren buena parte del planeta y reflejan la luz solar hacia el espacio, actuando así de escudo en la radiación solar. Cuando este vapor de agua entra en contacto con otros productos químicos que emanan del bosque tropical, se genera la lluvia y el ciclo vuelve a empezar.
De estos productos químicos que genera la selva amazónica, Nobre dice que son "como los olores del bosque, los aromas, un polvo invisible" que sube también a la atmósfera: "Es como si estuviera liberando hormonas". Así pues, la Amazonia es pulmón, sistema nervioso que transpira, sistema endocrino que segrega hormonas... Su contribución a la vida de todo el planeta es "multiorgánica" y coincide con la idea de los "hilos invisibles de energía de vida" de que hablaba Gualinga. Pero si se trata de metáforas humanas, el científico brasileño tiene claro por qué decantarse: la Amazonia, dice, "es el corazón del planeta".
"Es un corazón que late", insiste el biólogo, y lo hace bebiendo de una rama de la biología que fue "defenestrada", dice, en los años 80 del siglo pasado, la que planteaba la hipótesis de Gaia, la de una Tierra viva, creada por el ambientalista inglés James Lovelock. "La Amazonia, los bosques siberianos, los océanos, la tundra y todos los ecosistemas son los órganos de este ser vivo llamado Tierra", explica el científico.
La destrucción de la naturaleza para la explotación de recursos, que está alcanzando niveles insostenibles en la Amazonia, especialmente después de Bolsonaro, puede generar "un fallo multiorgánico" de la Tierra. "Y si tienes un fallo multiorgánico pero en lugar de realizar una transfusión sigues quitando sangre al paciente", a base de deforestar, perforar para extraer petróleo y abrir minas de oro, el diagnóstico no es nada esperanzador. "La nota positiva es que la biosfera ya ha tratado con innumerables eventos cataclísmicos en el pasado", apunta Nobre. Y el planeta ha resistido.
- Ocupa 7,7 millones de kilómetros cuadrados (todo el continente europeo son 10 millones de km).
- Abarca nueve países diferentes: Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Surinam, Venezuela, Guayana y Guayana Francesa.
- El bosque (la parte ocupada por árboles) mide 6,7 millones de kilómetros cuadrados: es la mitad del bosque húmedo tropical de todo el planeta.
- Es un 4-6% de la superficie de la Tierra, pero acumula el 25% de la biodiversidad terrestre.
- Viven 48 millones de habitantes. Entre ellos, 400 pueblos indígenas, que hablan más de 300 idiomas.
- El río Amazonas tiene una longitud de 6.992 kilómetros y, con sus afluentes, contiene más especies de peces que ningún otro sistema fluvial.