Mañana empieza un nuevo curso escolar lleno de novedades y, de momento, con un clima pacificado tanto dentro como fuera de las aulas. No habrá mascarillas, no habrá imposiciones judiciales para impartir el 25% de castellano y tampoco habrá huelgas convocadas en el horizonte. Por primera vez en mucho tiempo, el foco de atención serán las emociones, expectativas y conocimientos de los 1.590.000 alumnos que llenarán escuelas e institutos a lo largo de la semana. Es una buena noticia porque es urgente que toda la atención se vuelva a poner en los alumnos, en sus necesidades y en qué hace falta para subir su nivel académico, para mejorar sus habilidades, para combatir las desigualdades entre centros y para reducir el fracaso y el abandono. Los años de pandemia han sido un golpe duro a todo el sistema de enseñanza, que ya hacía años que estaba tocado por los recortes y por las rémoras de unas maneras de hacer las cosas que se estaban demostrando desfasadas. A pesar de que todavía faltan más estudios sobre la situación, en la última evaluación que hizo la Generalitat a finales de año en alumnos de cuarto de la ESO ya se vio la fuerte bajada general, especialmente en matemáticas, donde se tuvo la peor puntuación de la última década.
Será necesario un sobreesfuerzo para intentar enderezar lo que se ha perdido estos dos años, sobre todo en el caso de los alumnos de colectivos más desfavorecidos, que no han podido disfrutar de apoyo y refuerzo durante los cierres. En este sentido, todo el aumento de inversión que se haga en enseñanza es bienvenido si sirve sobre todo para poder dar una mejor atención al alumnado que más lo necesita. El acuerdo de esta semana entre los sindicatos de docentes y el departamento de Educación para incorporar hasta 3.500 nuevos maestros y profesores a partir de enero se tiene que leer en este sentido, puesto que la disminución de una hora lectiva, como reclamaban desde hacía tiempo, quiere decir que podrán dedicar más tiempo a las tareas de coordinación, preparación o formación, lo que tendría que repercutir en un mejor servicio educativo.
La enseñanza está en un momento de cambio y por eso es muy importante que los maestros y profesores tengan tiempos y estímulos para prepararse. Los paradigmas han cambiado y no se puede seguir enseñando igual que se hacía hace treinta o veinte años. Con esto casi todo el mundo está de acuerdo. Aun así, hace falta que estos cambios se hagan con el consenso y la complicidad de todos los actores implicados. Las novedades de este año, desde el nuevo calendario hasta el nuevo currículum o el nuevo bachillerato, requieren un tiempo de adaptación. Especialmente para los centros y los docentes, que tienen que romper dinámicas muy enquistadas y necesitan no solo el apoyo para hacerlo, sino también sentirse partícipes de las maneras en las que se tienen que aplicar. El pulso que ha habido, y que todavía está latente, entre los sindicatos y la conselleria ha desviado el foco de atención hacia la gran revolución que no solo aquí, sino en todo el mundo está empezando en el mundo de la educación. Las nuevas tecnologías, por ejemplo, han cambiado por completo la manera de enseñar y también las necesidades del alumnado. Hace falta que todo el mundo se implique en el cambio para contribuir así a avanzar. Este año escolar podría ser el que cambie la tendencia y para eso hará falta todo el mundo.