El poder de atracción de Rosa Peral

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Úrsula Corberó y Quim Gutiérrez en una imagen de la serie 'El cuerpo en llamas'

Una de las series más golosas de estos días es El cuerpo en llamas (Netflix), la ficción basada en el crimen de la Guardia Urbana. El impulso por verla conecta más con los instintos más primarios que con la calidad de la producción: hurgar en una historia sórdida y tóxica con componentes sexuales y emocionales que la televisión ha alimentado desde el sensacionalismo. El espectador está altamente familiarizado con los hechos y le resulta fácil adentrarse en ellos. El cuerpo en llamas construye un relato que se ajusta a la tesis de la Fiscalía en el juicio: la colaboración entre Rosa Peral y Albert López para planificar el asesinato de Pedro Rodríguez. En la recreación de los hechos, el guion trata de ofrecer una mirada con perspectiva de género a través de la mujer policía que lidera la investigación del caso. Pero, aun así, la serie se suma a reforzar la conducta sexual de la protagonista como un reclamo comercial. El propio título tiene esa doble interpretación entre la combustión de un cadáver y el deseo ardiente.

El cuerpo en llamas abusa de unos saltos temporales que confunden y exigen al espectador un esfuerzo extra para situarse. Úrsula Corberó interpreta a una Rosa Peral muy plana y obvia. Siempre ves a la asesina y nunca esa personalidad seductora que es capaz de convencerte o, como mínimo, de hacer que la comprendas. Muchos de los matices que se intentan introducir narrativamente quedan anulados por una interpretación superficial. El uso de imágenes simbólicas y de canciones folclóricas con mensaje es sobrante y forzado. Los aspectos más acertados de la serie son la construcción del ecosistema testosterónico de machos alfa que constituyen los cuerpos policiales y los diálogos propios de la testiculina poco ilustrada. Lo que más atrapa al espectador es, precisamente, la cuenta atrás para llegar al momento del asesinato, que es justamente la parte más desconocida y donde la serie tiene que jugar con la hipótesis. La recreación del juicio final está sintetizada.

Pero hay un aspecto que hay que tener presente con El cuerpo en llamas. Toda ficción basada en hechos reales necesita la creación de unos perfiles de personalidad que narrativamente justifiquen el crimen final. Se tiene que tejer una coherencia narrativa que empuje la acción. Y esto, en la vida real, no es necesariamente así. Y aquí es donde se producen distorsiones que manipulan la historia. Es legítimo. El problema es cuando todos los detalles que fabrica la ficción para hacer más sólido el relato refuerzan en el espectador una falsa percepción de la verdad. Por este motivo es interesante ver el documental Las cintas de Rosa Peral, también en Netflix, una vez terminada la serie. Ofrece una entrevista a la protagonista real e incluye los testimonios de su abogada, el fiscal y otros implicados en la investigación y el juicio del caso. El papel de Albert López queda excesivamente diluido y no se entiende demasiado quién asume la conversación con Rosa Peral. Pero el documental nos restablece una mirada más compleja de la historia y recuerda que la ficción es capaz de jugar con el espíritu crítico del espectador.

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