Homenots y Donasses

Bruguera, el célebre editor que recogió los logros de Mortadelo y el Capitán Trueno

En sus décadas de gloria, la editorial catalana llegó a realizar tiradas semanales de 200.000 ejemplares

El editor Francesc Bruguera.
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Durante muchas décadas una editorial catalana monopolizó los estantes de los hogares del país, al tiempo que transmitía una imagen de simpatía que iba mucho más allá del simple negocio, para convertirse en un miembro más de la familia. Eran Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, Rue 13 del Percebe y el Capitán Trueno, pero también muchísimas novelas épicas de grandes autores como Jules Verne y Emilio Salgari. En otras palabras, esta compañía era la celebérrima y añorada Editorial Bruguera, empresa familiar catalana y modélica por muchos motivos.

Parece que la figura de un gato negro no trajo mala suerte a la familia Bruguera, más bien al contrario, porque entre 1910 y 1939 la editorial fundada por Joan Bruguera Teixidó llevaba por nombre precisamente El Gato Negro y las cosas funcionaron bastante bien. Uno de sus logros más reconocidos en esta época primigenia fue la revista Pulgarcito, un verdadero bestseller del cómic. El cambio de nombre en Editorial Bruguera vino de la mano de los hijos del fundador, Francisco y Pantaleó Bruguera Grané, que desde la Guerra Civil tomaron el relevo de la empresa y le dieron un nuevo impulso.

El tándem formado por los dos hermanos se complementaba a la perfección, de modo que Francisco hacía de editor y lideraba el área comercial y Pantaleón se encargaba de la administración interna y las finanzas. Pero los problemas de salud de Pantaleón, que le causaron la muerte prematuramente (1962), comportaron que la pareja profesional se deshiciera y que Francisco tuviera que encargarlo solo. En cualquier caso, Pantaleón también es acreedor del presente artículo.

La expansión puesta en marcha a partir de la década de los años 40 permitió que la Editorial Bruguera se convirtiera en el primer grupo editorial de todo el Estado y seguramente también en el primero del mundo de habla castellana. Como muestra del crecimiento, en 1949 ya disponían de una red de distribución que abarcaba a buena parte de América Latina. El goteo de éxitos comerciales no se detenía: en 1956 apareció el Capitán Trueno de Víctor Mora y dos años más tarde surgiría otra de las marcas emblemáticas de la casa, Mortadelo y Filemón, a cargo de Francisco Ibáñez. Pero no sólo de cómic vivía la casa, porque Bruguera también vendió miles y miles de libros en formato asequible de todo tipo de literatura, incluidos los grandes clásicos.

Las décadas de los 60 y 70 fueron momentos dulces para la empresa, que pese a llegar a tener cerca de un millar de trabajadores nunca perdió el perfil paternalista con la figura de su máximo responsable, Francesc Bruguera. Una persona exigente y trabajadora, dedicada a tiempo completo al trabajo, con poca vida social y lujos escasos, y que reinvertía todo el dinero en la compañía.

El perfil protector de Editorial Bruguera se materializaba en las ayudas a sus asalariados: había economato, comedor, médico, fiestas para los trabajadores e, incluso, préstamos dinerarios para cuando alguien pasaba un trance económico. Además, durante muchos años Bruguera se caracterizó por dar trabajo a los represaliados republicanos, que durante la dictadura en muchos casos no podían trabajar en ninguna parte por estar estigmatizados por su pasado. En las décadas de gloria empresarial, las revistas de Bruguera podían realizar tiradas semanales de 200.000 ejemplares, una cifra impensable hoy.

Cuando todo funcionaba de forma inmejorable, a finales de los 70 las cosas se empezaron a torcer. Una especie de tormenta perfecta hizo tambalear a una empresa que parecía inquebrantable. En primer lugar, la crisis del mercado argentino –donde Bruguera tenía una fuerte exposición– dejó un montón de impagados. Adicionalmente, la devaluación de la peseta conllevó que los préstamos en divisas duplicaran de golpe el coste. El oneroso traslado a la nueva sede de Parets del Vallès, con una maquinaria de impresión muy cara, también tuvo parte de culpa. Y a todo esto hay que sumarle la falta de liderazgo en el momento de la crisis porque Francesc Bruguera no tuvo herederos que tomaran las riendas del negocio.

La suma de hechos adversos culminó en una dolorosa suspensión de pagos y en la quiebra posterior, cuando el Grupo Zeta de Antonio Asensio Pizarro compró la histórica editorial sin realizar ningún desembolso y simplemente a cambio de asumir los pasivos. Y fue transformada en Ediciones B desde 1986.

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