¿El corsé empodera realmente a las mujeres?

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Madonna durante el 'Blonde ambition tour', con el mítico corsé diseñado por Jean Paul Gaultier

El corsé ha sido una de las piezas más importantes en la historia de la moda femenina occidental, como responsable de conformar la silueta durante siglos, aunque sus efectos, usos y significados no han sido siempre los mismos. De un tiempo a esta parte, ha pasado de herramienta patriarcal a icono de empoderamiento femenino. ¿Pero es posible este giro semántico cuando estamos ante uno de los símbolos por antonomasia de tortura femenina?

Si pensamos en un corsé, nos viene a la cabeza una prenda que acentúa las curvas del cuerpo de la mujer, aumentando los senos, adelgazando la cintura y potenciando las caderas, aunque ésta no fue la intención originaria. El antecedente más antiguo es el cartón de pecho que, en el siglo XVI, hizo del torso femenino un triángulo invertido y delante de la mujer, una superficie plana, para que las joyas, adornos, bordados y tejidos de los vestidos lucieran al máximo. Así, la mujer, como persona anuncio al servicio del privilegio de clase, publicitaba en sociedad el poder económico y social del marido.

En el siglo XIX, el corsé transformó la incomodidad en tortura. Los avances de la revolución, en cuestiones técnicas y matéricas, incrementaron su efectividad, puesta ahora al servicio de la castradora moral victoriana. La condena de la pulsión sexual culpabilizó y responsabilizó a la mujer del control que debía tener el hombre de sus instintos. Por eso el cuerpo de ella quedó encarcelado por un corsé, que le impedía acciones tan básicas para sobrevivir como comer o respirar. En la década de 1920, el corsé quedó desterrado, gracias a las luchas feministas, las corrientes higienistas y el contexto de la Primera Guerra Mundial. Un paréntesis que acabó en los años 50, cuando la recuperación del corsé sirvió para volver a confinar a la mujer en casa, para contrarrestar la libertad adquirida durante la guerra.

El corsé ha sido una prenda eminentemente llevada por las mujeres, pero mayoritariamente decidida y controlada por los hombres. En primer lugar, porque son ellos quienes deciden los cánones de belleza femenina según sus gustos y deseos y, en segundo lugar, porque durante mucho tiempo su diseño y confección estuvo en sus manos, tal y como estipuló Luis XIV en Francia . Además, en el siglo XIX se aconsejaba a los hombres que fueran ellos quienes la colocaran en sus esposas, para saber al final del día si el abrochado seguía siendo el suyo y no el de un amante. Por tanto, el corsé, que en función de su ajuste demostraba el grado moral de las mujeres en sociedad, también controlaba su sexualidad como un cinturón de castidad, mientras el hombre disponía de libertad e impunidad total en este campo.

Durante los años 70, el punk, con su esencia provocadora e irreverente, cuestionó con violencia los fundamentos sociales. La diseñadora Vivienne Westwood alteró los usos del corsé, la convirtió en una prenda exterior y la hizo cómplice de las prácticas sexuales más disidentes. Una mirada a la que también se sumó Jean-Paul Gaultier, que sostenía que, a partir de entonces, el corsé reivindicaría el deseo femenino y actuaría como coraza contra el machismo.

Una prenda no es en sí feminista o machista; siempre depende de sus usos. Pero lo cierto es que, si bien en los años 80 consiguieron cambiar la retórica del corsé, no pudieron controlar la recepción que hizo una parte importante de la sociedad. Sin quererlo, también abrieron sus puertas a otra condena, la de la sexualización de la mujer y la necesidad de ser deseada para ser considerada en sociedad. Una condena de la que todavía estamos cautivas.

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