Reportaje

Un cura catalán perdido entre nativos americanos

El reusense Miquel Domènech fue obispo en Estados Unidos, donde vivió la Guerra Civil, predicó entre los indios y sufrió la intolerancia religiosa

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Miquel Domènech, obispo catalán de Pittsburgh

BarcelonaA los pies de la imagen de madera de Nuestra Señora de la Guía, en una capilla del claustro de la Catedral de Tarragona, existe una tumba con un escrito en latín. Es la tumba de Miquel Domènech i Veciana, religioso nacido en Reus en 1816 y fallecido en Tarragona en 1878. No hace falta saber latín para que llame la atención la lápida, donde se habla del "Pittsburgensis americae septentrionalis episcopus". Es decir, del Obispo de Pittsburgh, en Estados Unidos, uno de los cargos que tuvo este reusense que rodó el mundo antes de regresar a casa de un modo un poco trágico.

Domènech ha acabado algo olvidado" , en los libros de historia.Y eso que fue testigo de un montón de hechos históricos, primero en casa y después en aquella joven nación americana que crecía ambiciosa dejando un surco de esqueletos a su paso. en el oeste también se vivieron guerras religiosas, como había ocurrido en Europa durante tanto tiempo, y algunos religiosos catalanes atravesaron el océano durante el siglo XIX con la intención de extender el catolicismo, pero toparon con una población mayoritariamente protestante Domènech fue uno de los más destacados: incluso vivió episodios en los que su vida corrió peligro Cuando, ya mayor, decidió volver a casa, contó historias vividas en tierras americanas que entusiasmaron a los sus vecinos, como queda patente en publicaciones de la época como Reus Artistich, que le dedicó un reportaje en el que se explicaba que "Él fue el primer sacerdote católico que pisó la tierra inculta y divulgó la doctrina de Cristo en Alabastros, Aplehech y Jacson, puntos los más escabrosos y de mayores peligros. May se cansaba al dirigir la palabra a los salvajes, hasta el punto de predicar tres y cuatro veces al día, y tan elocuente era la palabra que conseguía enternecer la fibra del corazón más empedernido".

El artículo se refería al paso de Domènech por el estado de Missouri, donde hizo de misionero, intentando convertir a los nativos, sin mucha suerte. En esa época, en Missouri la situación de los nativos era complicada. La tribu local, los osage, había entregado ya en 1808 buena parte de su territorio a cambio de 500 dólares y había emigrado a Kansas. Algunos se habían quedado en su territorio, pero la llegada de cada vez más colonos occidentales creaba conflictos en los que siempre tenían las que perder. Cuando llegó Doménech, en Missouri había más de 20.000 nativos, miembros de tribus que habían sido expulsadas de su territorio. Muchos eran cherokees, que, pese a ganar casos ante los tribunales, fueron expulsados ​​e iniciaron el conocido como Camino de Lágrimas hacia una reserva de Oklahoma. Algunos permanecieron unos años en Missouri, pero sin echar raíces.

Nativos de Missouri a inicios del siglo XIX.

¿Pero cómo había llegado a Missouri un reusense? Miembro de una familia de la pequeña burguesía, Miquel Joan Josep Domènech i Veciana nació el 27 de diciembre de 1816. El padre era artesano, trabajaba la plata. No era noble, pero no era pobre. Y era muy devoto y conservador. Domènech estudió en Madrid y en Guissona para ser cura, pero acabó marchando a Francia en plena guerra carlista. Si muchos catalanes emigraron porque tenían la barriga vacía, otros emigraron por razones políticas, como Domènech, que acabó en un colegio de Montoliu, cerca de Carcasona. Allí se unió a la Congregación de la Misión, una orden fundada en París en 1625 por Vicente de Paúl. Y precisamente fue París el nuevo destino de Domènech, que se marchó a vivir a la sede central de los paúles, donde conoció al cura norteamericano John Timon, máximo responsable de esta orden en Estados Unidos. Fue Timon quien en 1838 convenció a Domènech de atravesar el Atlántico para hacer de misionero y lo destinó a Perryville, en Missouri, una villa fundada por un católico francés de Nantes que cedía terrenos a la iglesia. Una de las tareas que recibió Domènech fue intentar convertir a gente al catolicismo, tanto inmigrantes europeos como indígenas. Las crónicas de la época hablan de Domènech como un hombre listo que rápidamente dominaba ya la lengua inglesa. También como un hombre afable que intentó aproximarse a los nativos de forma bondadosa pero sin suerte. "Las comunidades ya no se fiaban de los blancos y desconfiaban de los misioneros", explica el historiador estadounidense Raymond H. Schmandt especializado en el catolicismo estadounidense. Domènech explicó cómo algunos de los nativos se habían convertido al cristianismo, pero como protestantes, aunque seguían manteniendo a escondidas muchas de sus creencias religiosas anteriores a la llegada de los occidentales. Domènech vivió con frustración cómo los nativos acudían a los encuentros cuando veían que podían sacar ganancias materiales, como comer, pero luego no le hacían caso. Los nativos de Missouri terminaron huyendo hacia el oeste, expulsados ​​por la inmigración europea, intentando escapar de un cruel destino, el de ser derrotados y encerrados en reservas años más tarde. "Cuando los paúles llegaron a la zona, rápidamente se centraron en dotarla de estructuras para los occidentales católicos y para defenderse de los protestantes, al ver que no tenía sentido intentar convertir a indígenas, ya que éstos eran expulsados ​​hacia el oeste", añade Schrenk.

De hecho, los momentos en los que la vida del sacerdote reusense corrió más peligro no fueron por ataques de los nativos. Fueron por el ataque de los vecinos protestantes, en una época en la que fueron muy frecuentes los ataques hacia los inmigrantes católicos, especialmente los irlandeses y los italianos. Era una violencia en la que se mezclaba el racismo y la intolerancia. El nuevo estado era dominado por protestantes, descendientes de ingleses o neerlandeses, que no veían con buenos ojos a los seguidores del Papa. Por eso, en 1842 los protestantes de Cape Guardian, en Missouri, "valiéndose de la fuerza de la mayoría, se amotinaron contra los católicos, celosos del rápido aumento de éstos en los templos; sacaron las monjas, y la teya incendiaria iba a calar fuego en la iglesia, cuando se presenta Domènech que con su ardiente palabra y valor de ánimo, con sus razones y elocuencia, consigue que, convencidos de que un momento a vanos, lo querían pasar todo a fuego y á sanch, quedaran sumisos y acompañaran con gritos de gratitud y aclamaciones entusiastas a nuestro compatriota", como se explicaba en la biografía publicada en Reus a la muerte de Domènech. El relato hecho a la prensa catalana a finales del siglo XIX seguro que exageraba un poco, aunque sí está documentado que Domènech fue clave para detener un asalto contra los católicos de la zona, cuando ya se habían producido algunos muertes, y evitar que perdieran la vida más personas.

La tumba del obispo Domènech en la catedral de Tarragona
La Catedral católica de Pittsburgh, donde Miquel Domènech fue nombrado obispo

En 1845, Domènech ya se había hecho un nombre y lo enviaron a Filadelfia para hacerse cargo de un seminario. Su ascenso fue imparable, con diferentes viajes a Roma, como en 1862, cuando el Papa Pío IX le invitó a la canonización de unos curas asesinados en Japón o al primer Concilio Vaticano, donde inicialmente votó en contra de decretar la Infalibilidad pontifical, la propuesta según la cual el Papa está preservado de cometer un error cuando promulga una enseñanza dogmática. Cuando tocó votar por segunda vez, Domènech cambió el sentido de su voto.

Entonces, de hecho, ya era obispo. En 1860 el obispo O'Connor de Pittsburgh presentó su renuncia y él fue el elegido para ocupar su puesto. Según Raymond H. Schmandt, una de las causas de la dimisión de O'Connor sería el revuelo que provocaban los escritos de Domènech a un diario católico local, donde éste daba un punto de vista algo más moderno sobre la religión que no no los sacerdotes católicos de origen irlandés. Fuera como fuere, Domènech fue consagrado en la catedral de San Paul el 9 de diciembre. Pero la suerte le dio la espalda al reusense, puesto que poco después comenzó la Guerra Civil americana, un conflicto que provocó muertes, migraciones y pobreza. Domènech, que entonces ya era ciudadano de Estados Unidos, se sumó con pasión a la causa unionista, apoyando al gobierno de Abraham Lincoln. No era una situación fácil, ya que la ciudad de Pittsburgh estaba dividida, con hombres marchando a la guerra en ambos bandos. Domènech hizo sermones pidiendo a los católicos apoyar la causa unionista y llegó a hacer viajes a Europa haciendo de embajador de esta causa, viajes donde volvería a pisar España después de muchos años sin hacerlo. Según el obispo de Nueva York John Hughes, Domènech fue uno de los mejores embajadores al servicio de la causa unionista, recibiendo premios del gobierno al término del conflicto. Ahora, la guerra dejó la economía hecha añicos. Y el obispado de Pittsburgh tuvo que endeudarse demasiado para salir adelante. Domènech propuso dividir el territorio en obispados más pequeños como solución: se creó el de Allegheny, de donde pasó a ser el primer obispo. Así pues, fue obispo dos veces en Estados Unidos. Ahora bien, el nuevo obispo de Pittsburgh no parecía contento con la nueva división y promovió la reunificación del territorio, lo que provocó que Domènech tuviera que viajar a Roma para justificar sus acciones en 1877. Ante el papa, el catalán presentó su renuncia, aunque el papa decretó, de forma curiosa, que podía seguir siendo obispo... sin obispado.

Domènech entendió que había llegado el momento de volver a casa. Y ese mismo año regresó por primera vez en décadas a Catalunya. Llegó a Barcelona en otoño de 1877. El obispo dio charlas y conferencias, hablando tanto de conflictos de fe como de todo lo que había visto en Estados Unidos. Parecía que por fin encontraría la paz, pero justo cuando llegó a Reus a principios de 1878 cayó enfermo de neumonía y murió. Lo enterraron en la catedral de Tarragona, donde todavía, de vez en cuando, aparece algún estadounidense siguiendo su rastro.

El de Osona que fue obispo en San Francisco

Cuando Domènech estaba en la costa este de Estados Unidos, en el oeste había otro cura catalán que también llegó a tener obispado, el de Osona Josep Alemany i Conill, que evangelizó en el estado de Nevada y convirtió- se en el primer arzobispo de San Francisco, California. Alemán, que con 16 años entró en el convento dominicano de Santa Caterina de Barcelona, ​​estudió en Roma, donde el propio papa Gregorio XVI le transmitió la tarea de evangelizar el oeste y el sudeste de Estados Unidos de América . Pero la prioridad no era convertir a los indios, en este caso era cuidar a los católicos que iban hacia el oeste empujados por la fiebre del oro, pensando que se podrían hacer ricos. Miles de irlandeses, italianos y mexicanos católicos emigraron huyendo de la pobreza y persiguiendo sueños. Alemán se encargó de ponerle un poco de orden, ya que apenas había iglesias católicas. Bajo sus órdenes, se levantaron más de 150. Además, promovió la instalación de varias órdenes y congregaciones religiosas, entre ellas la orden de los jesuitas, que fundaron la Universidad de Santa Clara. Alemán acabó volviendo a Vic después de ver que no podía hacer de misionero como le gustaba. Su cargo de obispo de Monterey lo heredó el barcelonés Tadeu Amat y Brusi, con quien había asistido al Concilio Vaticano, donde también estaba Domènech. Alemán murió repentinamente en Valencia y fue enterrado en Vic. Entonces, en 1965, el arzobispo Joseph T. McGucken pidió que sus restos fueran trasladados al mausoleo de los arzobispos de San Francisco del Cementerio de la Santa Cruz de la ciudad de Colma, ciudad en el norte de San Francisco conocida precisamente por su gran cantidad de cementerios.

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