En defensa de Félix de Azúa

En defensa de Félix de Azúa
Xavier Fina
16/04/2016
3 min

Las declaraciones de las últimas semanas del flamante académico de la lengua española han sido condenadas y atacadas de manera unánime. Y se entiende. Porque han recibido los maestros y el sistema educativo catalán -con lo del odio a España-, ha recibido Ada Colau -con lo de enviarla a hacer de pescadera-, han recibido todas las instituciones catalanas -con metáforas más que desafortunadas a raíz de los cipreses de Albert Boadella-. Azúa, con sus insultos y sus mentiras, ha ido más allá de su habitual espíritu provocador, más allá de lo que sus admiradores tanto le hemos valorado. La provocación, esta vez, ha perdido ironía. Sólo ha quedado acritud, una acritud hija del resentimiento.

El trazo grueso y ofensivo de sus palabras impide profundizar en posibles debates que se pueden entrever en alguna de sus afirmaciones. Azúa ha tocado los dos movimientos que más ilusión generan hoy en Cataluña, los dos movimientos que, como consecuencia del mismo entusiasmo, más intocables son: el independentismo y la nueva izquierda liderada por Ada Colau. Unos y otros, a menudo enfrentados, se han puesto de acuerdo. A veces las amistades empiezan compartiendo algún enemigo.

El sistema educativo catalán tiene, entre otros objetivos, adoctrinar nacionalmente. Como el español o el francés, todo sea dicho. Porque las hegemonías se construyen desde la educación y desde los medios de comunicación. Y este uso, aunque es habitual, se debate poco. La insuficiente preparación académica de algunos cargos públicos también merece un debate. Complejo, peligroso, pero interesante. El silencio general ante el ataque y las amenazas recibidas por Boadella me parece preocupante, especialmente en una sociedad tan susceptible ante cualquier expresión violenta, por simbólica que sea. Pero claro, estos debates que podrían ser inteligentes han quedado tapados por la misma agresividad verbal de Azúa: odio, pescaderas, nazis.

El resentimiento de Félix de Azúa, su desprecio y falta de respeto a personas y comunidades, no disminuye ni un gramo la admiración que siento por su trayectoria intelectual expresada sobre todo en su obra. Estos días he podido leer muchos artículos que minimizaban su valía intelectual, su carrera académica, crítica y literaria a raíz de estas desafortunadas declaraciones. Y nada de lo que pueda decir Azúa cambia el valor de su obra, por mucho que algunos que dudo que la hayan leído la desprecien. Historia de un idiota contada por él mismo es una lúcida broma sobre la modernidad y su absurda obsesión por la felicidad. En Diario de un hombre humillado el tedio y el absurdo eran forma y contenido: el vacío se explicaba mostrándose. Sus libros sobre Baudelaire son una buena muleta para acercarnos a Las flores del mal. Lecturas compulsivas es la mejor campaña en favor de la lectura. Y las ficcionadas autobiografías (una sin vida y la otra de papel) retratan a un hombre que, de tanta lucidez, se ha quedado sin esperanza. Y se ríe de lo que es y de lo que ha sido. Con una crueldad mayor que la que destina a criticar a Ada Colau. Eso sí, con una ironía, elegancia, distancia e inteligencia que no han aparecido por ninguna parte en las declaraciones de estos días. Es precisamente porque es lúcido e inteligente, porque es una de las personas más brillantes que he conocido, que me duelen sus palabras.

A Félix de Azúa le duele Cataluña. Le entiendo. Y como consecuencia de sus críticas radicales al país, se ha sentido expulsado -o se ha autoexpulsado- de la "tribu". Una lástima: me gustaría un país con márgenes más amplios, en el que no perdiéramos a un Azúa o en el que al morir un Eugenio Trías le hagamos el homenaje que merece. Pero cuando Azúa se va, cuando nos abandona, no se queda ni un solo minuto a la intemperie. Rápidamente busca cobijo en otra "tribu". Abandona la sucia, triste y desdichada patria (como decía el poeta Salvador Espriu) para ir hacia el oeste, donde la gente no es ni más limpia, ni más culta, ni más feliz. Una patria, como mínimo, tan sucia y triste como la nuestra. Una patria a la que nunca critica. Una patria mucho más poderosa. Una patria que le ofrece sueldo y despacho en el Museo del Prado. Y esta ausencia de crítica, esta comodidad, no tiene nada que ver con el exilio. No sólo el cómo distorsiona el qué. Lo que más valor quita a lo que dice es desde dónde lo dice.

Defiendo su trayectoria, defiendo su "Titanic", defiendo su obra. Pero quita demasiado rédito criticar a los unos y callar sobre los demás para que, a pesar de mi agradecimiento por tantas horas de buena lectura, pueda ser su mejor abogado defensor.

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