Una pareja en una imagen de recurso.
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Marta tiene 57 años y se queja de que "nunca" tiene ganas y de que "hace años" que no se pone "caliente". Alba, de 48, cree que no es normal porque ama a su marido, pero "podría pasar perfectamente sin sexo". Y Carmen, con un hijo de 15 meses, explica que a ella "tanto le da", pero quiere arreglarlo "por él, pobrecito, que ya está teniendo demasiada paciencia".

Tres historias muy diferentes que confluyen en la trampa de siempre: la que convierte a las mujeres en esclavas de las necesidades ajenas y culpables de los actos de los demás. La que tilda de patológico lo normal. La que nos impulsa a querer desear cuando quizás no hay nada deseable.

Más allá de que no es obligatorio sentir un impulso sexual de una magnitud concreta, el paso del tiempo sustituye gran parte del deseo “espontáneo” por un deseo “reactivo” a los estímulos íntimos, cómplices y pacientes cuando se dan en el espacio, tiempo y momento adecuados. Por otra parte, es necesario que la técnica acompañe y, desgraciadamente, los suspensos en las habilidades manuales, orales y penetrativas están a la orden del día. Y en cuanto a momentos vitales como la menopausia, el amamantamiento, la enfermedad y muchos otros, es obvio que requieren acompañamiento y no presión.

El perfil más recurrente en la consulta de sexología son mujeres que mantienen relaciones con falta de deseo. El adjetivo que más utilizan para hablar de sus hombres es pobrecito. Así, en diminutivo. Pensemos en ello.

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