El viaje

Desfiladero del Mu; mucho más que el hermano pequeño del desfiladero de Mont-rebei

Recorremos este lugar natural extraordinario que nos descubre el espectacular paso estrecho que ha moldeado el río Segre durante millones de años

Salvador Giné
5 min
Desfiladero del Mu Mucho más que el hermano pequeño del desfiladero de Mont-rebei ¿Y qué más?

"Mu". Acortar el nombre es tan imposible como imposible es no disfrutar de la travesía por el desfiladero, un agradable sendero de fácil recorrido, aunque se aconseja calzado firme. Empezaremos en el pequeño pueblo de Alòs de Balaguer, por dos motivos. El primero, por seguir el curso natural de las aguas del río Segre. El segundo, para rememorar el recorrido de los hombres del pueblo que iban a trabajar en la construcción de la presa de Camarasa (1917-1920). Nos lo explica Lluís Soldevila, alcalde del municipio. Del millar largo de trabajadores de la presa, algunos eran de Alòs, y para acudir cada día a pie eligieron la vía más directa, un camino de herradura en desuso. El alcalde remarca que de aquella época perdura el dicho del tiempo empleado por trayecto: "cinco cuartos".

Modernamente se ha añadido la medida en kilómetros: 6,6. Iniciamos la caminata a la derecha del río, en el puente de la carretera que lo cruza. Es un camino ancho, bien indicado, que muchos se ahorran dejando el coche en un pequeño estacionamiento un kilómetro adentro. Nosotros, que no vamos a trabajar a la presa, caminamos recreándonos en el silencio del entorno. Asimismo, en los bancales asegurados por esponas de piedra nos damos cuenta de los cambios del mundo rural: la mayoría no se cultivan por falta de campesinos y la dificultad de entrar con máquinas. En el área de recreo de la Espadella tenemos una fuente, mesas y asientos de piedra para tomar un bocado y una cabaña de piedra. Reproducida en 1996 de uno de los muchos fuegos de rollo construidos por los alrededores, servía para encender fuego y barbacoas, ahora prohibidas por la normativa antiincendios.

El sendero de los trabajadores de la presa

Llegados al estrecho del Mu, las laderas estrechan el río y el camino, que ha abandonado los campos de cultivo, se transforma en el sendero empleado hace más de cien años por los trabajadores de la presa de Camarasa. Y una primera observación. Para superar este punto se ayudaban de una sirga, que todavía existía hace poco. Perdió su uso en 1992 cuando, con la entrada en funcionamiento más abajo de la presa de Alòs de Balaguer, el río creció y el sendero se inundó. Un inconveniente que se salvó incorporando un par de pasarelas metálicas que se han convertido en uno de los atractivos del itinerario. La pasarela larga, que vuela sobre el río, ya calmoso y que forma un lago, es una atalaya que conforta la parada, un lugar privilegiado para escuchar el chasquido contra el agua del aleteo de un pato que inicia el vuelo o el trompeteo de un águila que se cierne por las alturas.

CONGOST DEL MU

Más adelante, los árboles rozan la ropa y algún arbusto quiere detenerte a rasguños. Caminando por aquí, entre la vegetación, el sendero que serpentea la vertiente de la sierra y la perspectiva de la estrechez del desfiladero, tenemos la extraña sensación de que el paso se cortará en seco y deberemos volver. Sin embargo, te sientes transportado a parajes desconocidos e inaccesibles, casi salvajes.

Después de un desnivel, el sendero vuelve a la calma plana. En la otra orilla, a pocas brazadas, un mastodóntico muro macizo baja recto hasta que choca contra el agua. Quién sabe si de ahí proviene “Mu”, de “muro”. La pared forma parte de la sierra Carbonera, con la punta del Mu (718 m) arriba, que, con la opuesta sierra de Penarreba y el pico de Castellàs (771 m) cierran el cielo y dejan el río encajonado en unos escasos treinta metros de ancho. Ante el imponente muro algunos caminantes, desconocedores de que nos encontramos en un Espacio de Interés Natural, arrojan un grito agudo, que reverberará entre las dos sierras.

Más adelante nos espera el puente colgante que nos pasará al otro lado. El puente se balancea, de forma grácil para unos y temeraria para otros, sobre todo si alguien se empeña en asustar a quien está asustado. Pero no sufran, las gruesas sirgas, los tablones de madera de dos metros de ancho y las protecciones laterales aportan total seguridad. El puente nos da una magnífica visión del desfiladero y, con el suave movimiento oscilatorio, la imaginación nos hará creer que navegamos por el río.

Puente colgante y pasarelas elevadas

El lado izquierdo tiene algunas singularidades. Por un lado, la intervención humana ha alterado el desfiladero con la construcción de la presa. Por el contrario, además del puente colgante, se construyó una larga pasarela fijada en la roca, que transita elevada sobre el río y la presa. El enrejado metálico inferior, que deja ver la roca y el agua de abajo, es una más que aceptable sustitución del vuelo a una decena de metros de altura. En este tramo, de una sombra casi perpetua, la humedad y el ruido ensordecedor del pataco de agua que cae a todo lo largo de la esclusa producen una sensación que seguramente se puede describir, pero es mejor vivirla. Clavados en las rendijas de la roca arraigan los gatolines que, junto con la corona de rey y la oreja de oso, son plantas que habitan en las umbrías. Descendemos por la rampa de la pasarela y terminamos el recorrido a unas decenas de metros, con la poética mezcla de las aguas de los ríos Segre y Noguera Pallaresa, contemplación que siempre embelesa.

Congost del mu

El trayecto del desfiladero del Mu es lineal y es necesario volver por donde hemos venido, una doble y agradecida experiencia. Si lo que queremos es ver un horizonte lejano, podemos regresar por los once kilómetros del sendero señalizado del mirador de Penalta (666 m), que sube rápido hacia lo alto de la sierra de Penarreba. Aunque tiene tramos señalizados, a veces debemos valernos de la orientación. Paralelos al río por arriba la cresta de vegetación baja, alguna cabaña abandonada y campos de cultivo, vislumbraremos las hermanas del castillo de Alòs de Balaguer, tras el cual se esconde el pueblo. Con agujeros en el suelo dejados por frustrados buscadores de tesoros, el pequeño castillo era tan inexpugnable que en los actuales trabajos de conservación parte del material se traslada en helicóptero. Otra opción es iniciar el recorrido desde Camarasa, unos dos kilómetros al norte por la C-13, justo antes del puente del río. Si la valla no está abierta, hay que andar unos dos kilómetros, hasta que veremos otro muro, en este caso los 96 metros de la toma de Camarasa, las antiguas casas de estilo británico de los ingenieros de la hidroeléctrica –algunas en venta–, y un pequeño espacio de escalada en roca.

¿Y qué más?

Los domingos por la mañana la empresa Camarasa Activa nos enseña dentro de la central hidroeléctrica las curiosidades de su construcción y de los inicios aquí de la huelga de la Canadiense, que tuvo una fuerte repercusión después en Barcelona. En el horno Capdevila de Camarasa (Prat de la Riba, 31), además de pan sacan del horno de leña unas crujientes tortas de recapte, regadas antes y después con aceite de oliva, que son una delicia. Casi en frente, el siempre concurrido restaurante Can Pere. En Alòs de Balaguer encontramos el restaurante El Molí d'Alòs (ctra. Artesa, 3) donde Sara, devuelta al pueblo de los progenitores, nos ofrece en un antiguo molino restaurado la cocina de siempre, a la brasa y al horno. Desde la terraza del restaurante, las vistas al río y la sierra potencian el gusto del aperitivo.

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