La Europa unida que se ha ido construyendo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial para conjurar las viejas y sanguinarias confrontaciones internas y garantizar los valores de libertad, democracia e igualdad entre ciudadanos está hoy amenazada. Las pulsiones nacionalistas y estatistas han vuelto con fuerza de la mano de una extrema derecha que amenaza con dinamitar a la UE desde dentro. Partidos como Le Pen, Meloni y Abascal son fuerzas centrípetas y fracturadoras, nostálgicas de una pureza identitaria que choca con la idea de la riqueza cultural europea, es decir, de la unión en la diversidad. El rechazo xenófobo de la inmigración, la negación o relativización del cambio climático y los titubeos a la hora de defender a Ucrania ante el expansionismo ruso (algunos representantes de la extrema derecha, como el húngaro Orbán y el eslovaco Fico, continúan haciendo el juego a Putin) son los otros vectores de esta anti-Europa populista con claros tics autoritarios e iliberales.
Rebajar su peligro disolvente y entrar en el juego de su dialéctica demagógica es abrir la caja de Pandora. A medida que la extrema derecha siga penetrando social e ideológicamente, o que alcance cuotas de poder institucional con la complicidad de la derecha conservadora, como ya ocurre en España, empezaremos a asistir a la deconstrucción europea, una debilidad que será aprovechada tanto por los aliados estadounidenses –EEUU donde planea el no menos peligroso regreso al poder de Trump– como, sobre todo, por la potencia dictatorial china y su satélite ruso. Un nuevo crecimiento de la extrema derecha, que está en juego en estas elecciones, abriría un futuro incierto para Europa.
La extrema derecha no ha crecido de la nada. Las sucesivas crisis de las últimas décadas –la terrorista yihadista, la de los refugiados, la financiera, la pandémica y la bélica– han sido el caldo de cultivo que le ha permitido crecer. Primero poco a poco y, últimamente, con un gran salto hacia delante que ahora podría consolidarse. La excesiva burocracia y lejanía democrática de las instituciones europeas también están en el origen del desencanto de muchos ciudadanos que están encontrando cobijo en las falsas soluciones de estos grupos que prometen volver hacia atrás: hacia la familia tradicional, hacia una sociedad homogénea, hacia unos valores de orden que van de la mano de recortes en las libertades.
¿Cómo combatir su demagogia? En primer lugar, yendo a votar a formaciones netamente europeístas y democráticas. En segundo lugar, reivindicando el humanismo y la tolerancia como valores centrales europeos frente a quienes brandan el choque de civilizaciones, con el antiislamismo como bandera. También haciendo valer sin complejos la necesidad de integración de los que vienen de fuera –a los que, por cierto, una Europa envejecida necesita para garantizar su progreso y viabilidad económica– y, a la vez, garantizando el ascensor social para todos, con políticas sociales, de vivienda, educativas y sanitarias equitativas. Esta Europa unida de progreso y justicia, de oportunidades, mentalmente abierta y plural, es la que tiene en su extrema derecha su gran enemigo interno.