Fútbol

Xavi Estrada Fernàndez: "Mis hijos no tienen la culpa de nada y también reciben palos"

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L'àrbitre Xavi Estrada Fernàndez, escuchando la protesta de Luis Suárez durante un partido del Atlético de Madrid

Esplugues de LlobregatXavi Estrada Fernàndez (Lleida, 1976) jugaba a fútbol sala cuando un día un amigo árbitro le propuso que intentara dirigir partidos. Lo que era "un hobby para ganar cuatro duros extra" acabó convirtiéndose en el trabajo de su vida. En 2009 subía a Primera y doce años después, el 22 de mayo, en un Levante-Cádiz, dirigió su último partido.

¿Y ahora qué hará?

— Seguiré vinculado al fútbol. Me han invitado a formar parte de los árbitros de VAR, un cuerpo específico que se crea a partir de la temporada próxima para que haya dos grupos diferenciados, los árbitros de campo y los del videoarbitraje. Buscamos más calidad, no tanto en la toma de decisiones como en las interpretaciones. Que sea más consistente y eficiente. Creo que será un buen cambio.

Se pudo despedir en un Levante-Cádiz. De los pocos partidos que tuvieron público.

— Lo agradecí en ese momento y lo agradeceré cuando tenga más perspectiva. Ha sido un año muy difícil por la pandemia, pero al menos decir adiós con aficionados, aunque solo fueran 5.000. Y sobre todo, con la familia en el campo. Esto es lo que te llevas.

Siempre habría jurado que un árbitro vivía mejor sin público. Siempre les toca recibir.

— Mira, con el virus lo pensé, que podríamos trabajar mejor, que estaríamos más centrados. Pero al cabo de tres o cuatro meses vimos que era muy antinatural. El fútbol son sensaciones. Y yo necesito al público porque te hace estar dentro del partido. Estás más centrado.

¿En qué ha variado el arbitraje sin aficionados?

— En la toma de decisiones, todo queda igual. Pero sí se han tenido que gestionar situaciones que antes pasaban del todo desapercibidas, como son los comentarios que hacen los entrenadores, los jugadores, los que están en el banquillo... Ahora se detectan más las protestas, los insultos. Los jugadores han sido los primeros sorprendidos en esto.

¿Cómo se convive con la presión de los partidos?

— Genial. Brutal. Necesaria. Cuando aprendes a disfrutar en el terreno de juego, lo vives así. Pero por eso hay un proceso. Mentiría si dijera que he disfrutado desde el primer momento. Hace falta experiencia, práctica... Como el doctor que hace la primera operación o la número cien. Gestionar la presión implica gestionarte a ti mismo. Por eso me sabe especialmente mal irme ahora, porque me siento muy bien. Tengo 45 años y me siento joven.

¿Y con las críticas?

— A nivel mediático no somos inmunes, esto es evidente. Pero a nivel del colectivo, el Comité tiene suficientes mecanismos para ser un ente independiente en este sentido. Yo, por ejemplo, desconozco si algún club se ha quejado de mí o no. Aparte de que no hace falta todo esto. Un árbitro ya lo sabe, cuando se ha equivocado, y es el primero a quien le sabe mal. Y más ahora, que con el VAR te enteras enseguida de si ha habido algún error o no. Tenemos que partir de la base de que siempre habrá errores. El 100% de efectividad es imposible. También está claro que los hay de muchos tipos. Una cosa son las jugadas grises, de interpretación. Pero hay situaciones que no nos podemos permitir, como pitar penaltis que han sido claramente fuera del área, o errores técnicos...

En esto el VAR los ayuda.

— Porque sabes al momento el veredicto sobre una jugada. Antes te venía un jugador a decirte: "Ya lo verás en la tele, el penalti que te has comido". ¿Era cierto? Quizás sí. O quizás no, solo te lo decía para hacerte dudar. Hoy con el videoarbitraje ya sabes qué ha pasado. Esto para el fútbol es bueno. Y también para la gestión del árbitro.

Pero a mí, que veo el fútbol desde la tribuna de prensa, me pasa una cosa: en directo casi siempre estoy de acuerdo con el árbitro. En cambio, cuando miro la jugada repetida, a menudo tengo dudas.

— Correcto. Hay muchas cámaras en un campo, y ninguna tiene tu punto de vista. Si empezamos a mirar diferentes imágenes, las congelamos..., estamos perdiendo el dinamismo y el contexto del partido. Y entonces puede pasar que una jugada que en el campo se ha interpretado como falta, después puede parecer de roja. No podemos perder de vista que el fútbol es un deporte de contacto. No lo podemos analizar fotograma por fotograma.

Hablando de polémicas, ¿somos justos los medios con los árbitros?

— Es una buena pregunta... No conozco al detalle vuestro oficio, pero a veces no sabes si se intenta transmitir una información o una interpretación. Creo que cuesta empatizar con el árbitro como alguien que está realizando una actividad. Vivimos en una sociedad en la que parece que lo que valga es el titular. En las redes sociales se ve mucho. Pienso que hay grandes profesionales y otros que solo viven del show, que les da igual el tema personal, o que detrás de ese árbitro hay una familia. Los hijos no tienen culpa de nada y resulta que también reciben muchos palos. Por no hablar de las muchas amenazas que recibimos.

¿De qué tipo?

— Amenazas de muerte, por ejemplo. Es un tema muy serio, sí, que a menudo se da a través de las redes sociales. Amenazas hacia nosotros o hacia nuestros hijos. Es un hecho intolerable. A los jugadores también les pasa, ¿eh? Los del United, después de la final de la Europa League, las recibieron. Pienso que esto se tiene que denunciar. Hay que ser tajante. Son límites que no se pueden traspasar.

¿Ha llegado a tener miedo?

— Al principio sí tienes más, porque sufres por tu integridad física. Al final ya no tanto. Si algo me ha dado el arbitraje es mucha experiencia en este sentido.

Últimamente en el Bernabéu, antes lo hacía por algunos campos de Regional...

— Cuando llegas al mundo profesional, el bagaje del fútbol territorial te ayuda muchísimo. Primero, a gestionarte a ti mismo. ¿Anécdotas? ¡Tengo muchísimas! Empezando por quedarme 40 minutos en un vestuario esperando a la policía para poder salir. ¡Cuando estaba en el fútbol territorial no había WhatsApp! De hecho, apenas había móvil. Para mí, tener teléfono fue como tener un salvavidas encima.

¿Alguna otra anécdota que le venga a la cabeza?

— No diré nombres. Fue en un campo que ya sabía que era caliente. Fui con la que hoy es mi mujer. Pedí que me dejara a la entrada del pueblo e hice los últimos centenares de metros andando. Mientras tanto, ella seguía con el coche hasta el campo. Así nadie la relacionaba conmigo y seguía el partido desde la grada como una aficionada más. Como ya me imaginaba, el partido fue difícil. Mucho. Tuvieron que venir los Mossos y lo hicieron con un coche de atestados. Recuerdo que me preguntaron si me sabía mal subir a la furgoneta. ¿Mal? ¡Lo que quería era que me sacaran de ahí! Al final me acompañaron hasta el pueblo de al lado, donde me esperaba mi mujer con el coche.

Mucho me temo que hoy en día todavía ocurren situaciones de estas.

— Esto es lo que me sabe mal. Que han pasado 25 años y siguen pasando cosas de estas. Y habiendo cambiado el contexto. Hoy todo el mundo va con móvil, lo puede grabar y lo puede colgar en todas partes. Y a pesar de todo hay gente a la que le da igual participar. Y piensas: "Ostras, si lo hacen con una cámara delante, ¿qué pasaba antes?" Para mí es clave la palabra educación. Estas actitudes se tienen que erradicar.

¿No cree que los jugadores también tienen parte de culpa? En comparación con otros deportes, se los respeta muy poco.

— Correcto. Porque ha acabado siendo una cosa cultural, muy arraigada a nuestra sociedad. Para mí se trata de cambiar el foco. Estamos mirando el fútbol profesional o el fútbol de adultos, pero aquí ya hemos llegado tarde. Pienso que es una cosa que se tiene que trabajar en el fútbol base, en las escuelas de formación, en los clubes... Para mí, insisto, es básica la palabra educación. Si enseñamos a los pequeños a jugar y a tratar a todos los agentes del deporte con respeto, de mayores nos ahorraremos muchas de estas situaciones.

¿El arbitraje también evoluciona?

— ¡Por supuesto! Yo empecé la temporada 96/97 y lo que había entonces no tiene nada que ver con ahora. Yo lo concibo como muy diferente. El primer cambio es físico. Hoy pasamos unas pruebas muy exigentes, tanto los que somos internacionales como los que no. Y solo hay que verlo, tenemos una línea muy atlética. Fue un paso muy importante. Había que adaptarnos a las exigencias de la competición, por imagen y para estar cerca de la jugada. Es obvio, cuanto menos cansado llegas al final del partido, mejores decisiones puedes tomar. Todo está mucho más controlado.

¿Usted solo arbitraba o hacía otros trabajos?

— En paralelo al arbitraje he hecho mucha formación. A nivel laboral estaba trabajando en la administración como técnico de juventud cuando subí a Primera, en 2009. Lo seguí compaginando hasta 2012, cuando nació mi primer hijo. Entonces decidí dejarlo porque no era ni práctico ni saludable. No podía estar en todas partes. Tampoco tenía tiempo para mí. Fue una decisión familiar, apostar únicamente por el arbitraje sabiendo que entonces no teníamos un contrato profesional. Era una incertidumbre. Por suerte, el tiempo me dio la razón.

¿Tiene alguna espinita clavada?

— Si lo dices por no haber pitado ninguna final de Champions, pues hombre, claro que me habría gustado. Pero soy muy consciente de que no es fácil. No compito contra mí, sino contra todos los otros árbitros. En Catalunya somos 2.000. En España hay 14.000. Y yo he estado entre los 20 mejores árbitros españoles. Para mí es un orgullo.

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