Mario Casas: “Y qué caray, es que yo amo el cine comercial”
De ídolo juvenil para forrar carpetas a actor del método que colecciona premios: la transformación notable de una estrella que no da la espalda a sus orígenes
Una de las quejas eternas de los productores españoles es que, a diferencia de otros países, en España no hay estrellas. Sí, hay actores y actrices conocidos y con muchos seguidores en las redes, pero su nombre no arrastra al público a las salas. Mario Casas es la excepción. Se empezó a forjar un nombre con series como Los hombres de Paco y películas como Mentiras y gordas o Fuga de cerebros, pero estalló como fenómeno en 2010 con Tres metros sobre el cielo, que adaptaba el bestseller romántico de Federico Moccia. Y no es exagerado hablar de fenómeno: en 2012, Tengo ganas de ti, la secuela de Tres metros sobre el cielo, se estrenó en Rusia y superó en recaudación a la entrega de turno de la saga Crepúsculo. Por lo tanto, hay carpetas de adolescentes rusas forradas con fotos de Mario Casas.
Con poco más de 20 años, el actor se encontró en una posición por la que han pasado antes muchos artistas que han acabado devorados por el éxito, el encasillamiento o los prejuicios. Incluso cuando empezó a cambiar de registro y apostar por proyectos más autorales como el violento film policiaco de Alberto Rodríguez Grupo 7, a menudo se hablaba más de la histeria de los fans durante el rodaje que de la interpretación visceral e incómoda del actor. Pero, con constancia y terquedad, el actor se ha ido desembarazando de los atributos que le colgaron los que solo veían en él a un ídolo juvenil con músculos de gimnasio, hasta convertirse en un actor respetado por su coraje y entrega, capaz de adelgazar 15 kilos para hacer un papel o de ir arriba y abajo en silla de ruedas durante semanas para identificarse con un personaje. Como un Robert Pattinson en versión de nuestra tierra, ha dejado atrás la fase de forrar carpetas y se ha ganado a pulso la admiración de los más escépticos. Ahora los mismos críticos que antes lo miraban con condescendencia elogian la visceralidad de sus últimos trabajos y sus incursiones en la comedia autoparódica de la mano del director Álex de la Iglesia en films como Mi gran noche o Las brujas de Zugarramurdi.
Lo más notable de este viaje hacia el reconocimiento artístico es que en ningún momento ha dado la espalda a sus inicios. Al contrario: reivindica siempre que puede su pasado sin que se le caigan los anillos. Y cuando hace unas semanas consiguió su primero Goya por su visceral interpretación de un hombre arrastrado a una espiral de violencia en el thriller No matarás, acabó su discurso de agradecimiento con un “esto va por aquellos que alguna vez habéis estado a tres metros sobre el cielo” dirigido a sus fans de largo recorrido. “Es que ellos son la gente que me dio la oportunidad de hacer cine cuando yo era un chiquillo -explica el actor en una conversación por teléfono-. Gracias a ellos pude trabajar con directores de renombre como Alberto Rodríguez o Álex de la Iglesia. Y qué caray, ¡es que yo amo el cine comercial! Me gustan todos los géneros pero he crecido con historias de aventuras como Jumanji, El rey León o Jurassic Park y con series como Compañeros o Un paso adelante. No me siento diferente del público del cine comercial. Y si un día me ofrecieran hacer la tercera parte de Tres metros sobre el cielo la haría encantado, porque el público me lo pide y yo trabajo para ellos. Pero lo que ahora tengo más ganas de hacer es comedia. No sé si se me da bien o no, pero yo la disfruto muchísimo. Cuando era pequeño, en las funciones escolares yo no hacía dramas ni terror psicológico, sino sketches de Los Morancos o Cruz y Raya. Y me encanta reírme de mí mismo”.
Trabajo en equipo
En el agradecimiento de Casas por el Goya hubo otro detalle importante que pasó más inadvertido: además de la familia y el equipo de la película, el actor dedicó un agradecimiento especial a Gerard Homs, su acting coach. Esta es una figura habitual del cine norteamericano, un apoyo específico para el trabajo de los intérpretes que también utilizan muchos actores y actrices de aquí, a pesar de que a menudo a escondidas del público: el trabajo de los acting coach con las estrellas es uno de los grandes tabúes del mundo del cine, pero no en el caso de Casas, que desde que empezó a trabajar con Homs hace dos años ha reivindicado su trabajo en las entrevistas y ha conseguido que incluso lo acompañe en los rodajes convertido en una pieza clave del equipo. “Para el actor es maravilloso tener a alguien así, que te alimenta durante el rodaje y mantiene tu motor en marcha para estar arriba del todo cuando digan: «¡Acción!» -explica-. El director se tiene que hacer cargo de muchas cosas y no puede estar contigo todo el rato. Y no solo trabajamos en el rodaje, también me da ejercicios para hacer, cosas para leer, para ver... Trabajo con él cada día”.
El método de trabajo de Casas con Homs tiene algo de ejercicio terapéutico. Para No matarás, el actor dio al acting coach una serie de “claves emocionales” de su vida y de su familia. “Cuando tenía que rodar el plano importante en el que me echo a llorar, echó al equipo del set y me enseñó un vídeo que había preparado. No te diré qué era, pero tocaba una serie de teclas personales, muy íntimas. Solo necesité veinte segundos, él hizo entrar a todo el equipo y lo rodamos en una única toma”. Otro ejemplo es el plano final de la película, uno de esos que valen un Goya, en el que el rostro de Casas es atravesado por las emociones extremas que ha vivido a lo largo de la noche. “En ese momento había un altavoz sonando y yo escuchaba frases de mi familia y mis amigos... Esto me alimentaba por un lado, y por el otro Gerard me iba guiando y me decía «cuidado, cuidado, no lo dejes ir»”. Casas ríe cuando le pregunto si con este trabajo se ahorra hacer terapia o si la tiene que hacer precisamente para recuperarse. “Me ha ido muy bien para no dejarme arrastrar por unos mecanismos que me funcionan pero que me hacen estar siempre en una zona de confort en la que es mejor no quedarse, porque si te sientes cómodo significa que no estás conectado”.
Un actor gallego y catalán
Mario Casas nació en la Coruña, pero buena parte de su infancia y adolescencia transcurrió en Catalunya, puesto que su familia se instaló en Esparreguera. Ahí fue a la escuela e hizo el bachillerato artístico en el IES Pompeu Fabra de Martorell. “Esta es mi tierra, yo también soy catalán -afirma-. Mis tres mejores amigos son de aquí y cuando voy lo primero que hago es quedar con ellos. Pero es que, además, parece que algo me empuje hacia aquí, últimamente no he hecho más que trabajar en Catalunya con directores catalanes”. No exagera: Mar Targarona (El fotógrafo de Mauthausen ), David y Álex Pastor (Hogar ), Carles Torras (El practicante ) y David Victori (No matarás) son los directores de cuatro de las últimas cinco películas del actor. Y su último proyecto, la serie de Netflix El inocente, que se estrena el 30 de abril, está rodado en Catalunya y dirigida por Oriol Paulo, que también lo dirigió hace cinco años en Contratiempo. “Los directores catalanes tienen mucho talento y la verdad es que me entiendo muy bien con ellos”, dice el actor.
Pero uno de los momentos clave de su vida fue precisamente marcharse de Catalunya. A los 18 años, como tantos actores, Casas puso rumbo a Madrid para buscar un futuro en el mundo del cine mientras estudiaba interpretación en la escuela de Cristina Rota, de donde salieron también nombres consagrados como Penélope Cruz, Ernesto Alterio, Raúl Arévalo, Alberto San Juan, Antonio de la Torre o José Coronado. La diferencia entre Casas y otros jóvenes actores en busca del éxito es que a él lo acompañó su familia. “No les puedo estar más agradecido -dice él-. Cuando tenía diecisiete años, mis padres se sentaron conmigo y me preguntaron qué quería hacer con mi vida, cuál era mi sueño. Y cuando les dije que ser actor, me dieron todo su apoyo. Esto no significa que una vez en Madrid yo no me tuviera que poner a trabajar, porque tenía que pagar una escuela de interpretación y no tenía un duro”. Casas está tan unido a su familia que incluso trabajan juntos: su hermana es su representante y su hermano le lleva las cuentas. “Es que ella es abogada y él empresario, ¿quién mejor que ellos? ¡Si además llevan leyendo mis guiones desde que tengo 18 años! Confío plenamente en ellos porque solo quieren lo mejor para mí”.
El actor no recuerda un momento epifánico en el que decidiera dedicarse a la interpretación. Actuar era una constante en su vida, un juego que siempre estaba presente desde la infancia, haciendo teatro en la escuela o en los anuncios que rodaba desde los siete años: entonces ya daba el perfil de niño guapo. Pero sí menciona una película que lo impresionó y le hizo mirar la interpretación de otro modo. “Era El niño que gritó puta, una de las primeras de Juan José Campanella -explica-. Se ve que le dije a mi madre que de mayor quería hacer una película así. La verdad es que yo era tan pequeño que no lo recuerdo, pero mi madre sí”. El primer nombre que le viene a la cabeza a la hora de decir con quién querría trabajar no es Campanella. “En esto no soy original: me encantaría trabajar con Almodóvar, sería un sueño hecho realidad”, admite. No es extraño, puesto que uno de sus referentes absolutos en el cine es, precisamente, el actor almodovariano por excelencia, Antonio Banderas, que lo dirigió en 2006 en El camino de los ingleses, la segunda película como director del malagueño y la primera en cine de Casas. “No sé si se puede calificar de maestro, pero sin duda fue una persona muy importante para mí. ¡Y mira que solo hicimos una película! Pero para mí es un referente tanto dentro del cine como fuera, un referente como ser humano por cómo lucha por esta industria desde hace muchos años y por cómo ama esta profesión. Lo he seguido desde siempre, veo todas sus entrevistas y lo admiro mucho, por su manera de ser y por cómo ha llevado su carrera”.