La Europa de Schengen comienza a desmoronarse

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El canciller Olaf Scholz en un homenaje a las víctimas del ataque de Solingen en el que murieron tres personas.

A partir de este lunes, Alemania tendrá controles en todas las fronteras. Es decir, en los próximos seis meses, de momento, el país realizará controles para identificar e impedir el paso a las personas recién llegadas sin papeles que procedan de otros países del espacio Schengen, que con respecto a la principal potencia europea deja de estar activo. Anteriormente, ya había cerrado las zonas fronterizas con Suiza, Austria, República Checa y Polonia, y ahora lo refuerza con el cierre con Francia, Luxemburgo, Países Bajos, Bélgica y Dinamarca. Es decir, con todo el mundo.

Es un hecho muy relevante porque, aunque hay otros siete países europeos con controles fronterizos, el peso de Alemania en el conjunto otorga a este cierre una relevancia mucho más importante y abre la veda para que haya un efecto dominó en toda la Unión Europea. De esta forma, uno de sus grandes hitos, que es la libre circulación de los 420 millones de ciudadanos entre los 29 estados que forman parte del espacio Schengen, empieza a caer.

Es inevitable leer este repliegue como un triunfo de las tesis de la ultraderecha, que en los últimos años han conseguido contaminar a los demás partidos, tanto la derecha liberal como la izquierda, que han visto cómo elección tras elección aumenta la sangría de votantes que van hacia las formaciones populistas que tienen la antiinmigración como bandera.

De hecho, la decisión del gobierno de Olaf Scholz, socialdemócrata que gobierna con verdes y liberales, se tomó pocos días después de la debacle de su partido en las elecciones federales de Turingia y Sajonia, en las que la extrema derecha ganó en el primer estado y quedó segunda en el segundo. Y las restricciones que puso Francia, con la excusa de los Juegos, también se enmarcan en el peso cada vez más abrumador de las formaciones xenófobas en todas partes. Los casos aislados de inmigrantes irregulares que han cometido delitos, como fue el caso del ataque de Solingen, son combustible para sus tesis, y ahora encuentran más eco que tiempo atrás, aunque entonces había más ataques de elementos extremistas.

El discurso xenófobo, que lideran en Cataluña formaciones como Vox o Aliança Catalana, aunque cada vez más se está sumando con fuerza y ​​sin complejos el Partido Popular, está ganando la partida claramente. Y, como se ha visto estos días con las mentiras de Donald Trump en el debate sobre los supuestos inmigrantes haitianos que se comían mascotas en Ohio, no necesitan ni siquiera hechos reales: les basta amplificar sus fake news en las redes para ganar adeptos.

En este contexto de involución, resulta difícil mantener un debate serio y ponderado sobre la mejor manera de gestionar la inmigración, tanto la que ya está instalada dentro de las fronteras de la UE como la que aspira a entrar en ella. . Es un debate importante, porque el tema, queramos o no, está sobre la mesa y habrá que aportar todos los argumentos. Europa no es viable sin la inmigración, al menos tal y como funciona ahora, pero está claro que hay cada vez más europeos que quieren que se regule cómo entra. El gran reto es cómo darle la vuelta a este discurso xenófobo con propuestas serias de control y vigilancia sin abandonar los valores europeos de integración y acogida.

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