Gaza: una crisis de la humanidad

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Los niños de Gaza que se morían solos

Un mes después del inhumano ataque de Hamás que desató la respuesta militar israelí sobre Gaza, se hace inaguantable la avalancha de muertos civiles que está asolando la Franja. Han perdido la vida más niños en cuatro semanas en este pequeño rincón de Oriente Próximo que en las guerras de todo el mundo de los últimos años, incluida la de Ucrania. El cómputo global de víctimas en Gaza supera ya las 10.000 y el de menores de edad sube por encima de las 4.100. Es un drama de proporciones inauditas.

No hay justificación racional que lo soporte. Ninguna política, ninguna nación democrática digna de ese nombre, puede sustentar su causa, ni siquiera su legítima autodefensa, en un ataque contra un enemigo formado en primera línea por niños y niñas, por mujeres y hombres desarmados. ¿Que Hamás los utiliza de escudos humanos? Quizás sí. Y por supuesto tampoco esto tiene justificación alguna. Pero Israel no puede ignorar estas vidas inocentes. No puede clamar al cielo por sus muertes injustificables del 7 de octubre provocando aún más muertes injustificables, igualmente inocentes. Es esta espiral folla de la guerra la que se ha vuelto a apoderar de Oriente Próximo y la que amenaza con convertirse en el único lenguaje geopolítico internacional.

Por eso tiene todo el sentido de que el secretario general de la ONU, António Guterres, acabe de afirmar que estamos ante algo que es más que "una crisis humanitaria", ya de por sí lo suficientemente evidente. Para él es "una crisis de la humanidad". Ciertamente, cuesta no darle la razón: ya teníamos globalmente poco crédito humanitario, pero parece que estemos perdiendo el mínimo norte ético: ese consenso básico en el que, a pesar de tantas excepciones y altibajos, se había adelantado después de la Segunda Guerra Mundial, y que consistía en intentar mantener a la población civil al margen de los conflictos bélicos.

En Cataluña y España fuimos pioneros durante la Guerra Civil a la hora de sufrir bombardeos fascistas en ciudades grandes y en ciudades pequeñas, de la Gernika inmortalizada por Picasso en la Barcelona de los miles de refugios de guerra construidos por los propios ciudadanos. La defensa de aquellas ciudades fue prácticamente nula: las aviaciones alemana y fascista masacraron a las poblaciones a placer. Resulta estremecedor que casi un siglo después un ejército tan potente como el israelí esté haciendo lo mismo con una Gaza miserable ya estas alturas devastada. Estos brutales ataques, acompañados del bloqueo humanitario –hospitales abarrotados y sin medios, población sin electricidad ni comida ni agua–, están haciendo perder en Israel toda legitimidad como víctimas de la agresión inicial de Hamás.

El balance del primer mes de hostilidades no puede ser más dramático. Pero nada parece detener Netanyahu. Los llamamientos de la ONU, Unicef ​​y tantas otras instancias mundiales no están sirviendo prácticamente de nada, como tampoco la presión de los aliados occidentales, incluidos EEUU y la UE. Tel-Aviv mantiene intacta su estrategia de aniquilación palestina, su guerra de exterminio. ¿Hasta dónde será capaz de llevar esa venganza sin límites? Es tristemente obvio pensar que éste no será el punto final del conflicto en Oriente Próximo.

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