Homenotes y danzas

El gigante químico del científico autodidacta

El belga Ernest Solvay hizo fortuna patentando un proceso de elaboración de sosa en el siglo XIX

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Ernest Solvay.

BarcelonaHoy en día todo el mundo relaciona el municipio de Martorell (Baix Llobregat) con la gigantesca factoría que la Seat tiene instalada, una verdadera ciudad de 11.000 trabajadores destinada a la fabricación de automóviles. Pero esto no siempre ha sido así, porque muchos años atrás Martorell era conocida por la presencia de Solvay, una empresa química que tenía una planta muy importante, así como la sede social de la firma para todo el Estado. En 1969 se puso la primera piedra del complejo industrial destinado a fabricar cloruro de vinilo, poco después de que la Seat hubiera adquirido una parcela de 100 hectáreas. El complejo que la multinacional belga tenía en Torrelavega (Cantabria) perdía peso frente a la flamante instalación de Martorell. Mientras en 1972 la planta de Solvay empezó ya sus operaciones, el proyecto del fabricante de automóviles se redujo a un centro técnico en marcha dos años más tarde; la gran fábrica debería aún esperar dos décadas más.

Con el paso de los años se repitió el viaje, pero a la inversa: la sede formal de Solvay pasó de nuevo a Torrelavega y el negocio de Martorell ha vivido permanentemente bajo la amenaza del cierre. De hecho, la factoría ya no pertenece a Solvay, sino que pasó a manos de la multinacional británica Ineos. La constante necesidad de sal para los procesos productivos de Solvay ha provocado que, durante casi un siglo, las minas de potasa de Súria (Bages) hayan tenido una estrecha relación con la multinacional belga.

Más allá de su extinción en Cataluña, Solvay es uno de los grupos empresariales más potentes de Europa, y para buscar sus orígenes es necesario viajar hasta 1863, cuando Ernest Solvay (1838-1922), un químico belga, puso en funcionamiento una fábrica para aplicar su método de producción de carbonato sódico, un proceso que ideó con algo más de veinte años y que acabó patentando. Pasó al caudal científico bajo la denominación de Proceso Solvay y se constituyó en la base de la ingente fortuna del químico belga, dado que le permitió conseguir el monopolio mundial de la fabricación de sosa (carbonato sódico). Problemas graves por la inflamación de la pleura le impidieron acudir a la universidad, y su formación fue eminentemente autodidacta y empírica –trabajaba en una fábrica de su tío–, lo que haría que todo fuese aún más meritorio.

Buena parte de su patrimonio lo empleó para financiar actividades de investigación científica y, por encima de todo, para la creación del llamado Congreso Solvay, una cumbre dedicada a la ciencia más puntera del momento, iniciada en 1911 y que tradicionalmente ha reunido las mentes más brillantes del planeta. En la que quizás fue la edición más celebrada, la de 1927, se reunieron eminencias como Albert Einstein, Niels Bohr, Werner Heisenberg, Paul Dirac o Erwin Schrödinger. El año pasado se celebró la que de momento es la última edición, bajo el título La física de la información cuántica.

Volviendo a la vertiente de Solvay como empresario, es importante destacar que fue uno de los pioneros en el reconocimiento de prestaciones sociales para los trabajadores (pensión de jubilación, jornada de ocho horas, formación continua, vacaciones pagadas...) tan pronto como en el cambio de siglo. También metió un pie en la política y fue nombrado senador durante la década de los años diez. Toda esta trayectoria le valió distinciones honorarias tanto por parte de Bélgica (Orden de Leopoldo) como de Francia (Legión de Honor). La importancia de sus fábricas para la economía local ha hecho que hoy en día existan dos localidades que llevan el nombre de la empresa: la villa de Solvay, en el estado de Nueva York, y la ciudad de Rosignano Solvay, en la Toscana italiana.

Hoy en día Solvay es una empresa transnacional que factura por encima de los 10.000 millones de euros, con más de 20.000 trabajadores y presencia en sesenta y tres países distintos. El mayor accionista es una sociedad de cartera llamada Solvac, que posee un 30% del capital y está presidida por Jean-Marie Ernest Solvay. El máximo accionista de esta sociedad (5%) es también un Solvay, de nombre Patrick. La estirpe continúa.

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