Música pop

"¿Irás a Madrid?": ¿qué ha hecho Taylor Swift para tener tanto éxito?

La cantante estadounidense ha agotado todas las entradas de su gira, que estos días pasa por Madrid, con una carrera basada en "cuidar" a los fans y en procurar la normalidad

Yeray S. Iborra
6 min
Taylor Swift en una imagen reciente.

BarcelonaPuede deshacer el barro que es la red social X (antiguo Twitter). Hasta ese punto llega su poder. ¡Y su capacidad de fidelización! En el mes de abril, horas antes del lanzamiento de su último disco, The tortured poets department, las canciones se filtró. No es la primera vez, ni la última, que un secreto musical guardado con llave corre por internet antes de tiempo. Lo extraordinario fue la reacción de la gente, sobre todo en redes, en la que comenzó un debate sobre si había que esperar a la publicación oficial del disco para escucharlo o aprovechar la filtración. La fidelidad de los fans fue absoluta con Taylor Swift. Casi devota, sacra. Esperaron.

Así son los swifties, como se conoce a los fieles acérrimos a la americana, la persona más importante del año para la revista Time, la más escuchada del 2023 en Spotify y en Apple Music y, pese a la filtración, ha hecho un récord con su undécimo álbum: es la publicación con más reproducciones de toda la historia en la primera semana desde el estreno. Es la cantante de las cifras extraordinarias. Antes swiftie era una etiqueta reservada a varios fieles. Hoy en día, la cosa se ha extendido mucho más. No hace falta lucir friendship pulseras, "pulseras de la amistad" –los fans las fabrican y las intercambian– por pertenecer al mundo Swift.

Taylor Swift cogiendo las manos de un fan en un concierto en La Defénse de París este mes de mayo.

Desde hace unos meses, cuando la gira The Eras Tour situó el fenómeno de la cantante en cifras históricas (Ticketmaster recibió peticiones para 900 conciertos, cuando ella lo ofrecía. sólo 147), la cosa se ha hecho mucho más transversal: "Eres swiftie o no lo eres?", "¿Irás a Madrid?", son frases que hace un tiempo sólo oía entre mis alumnos en el instituto. Ahora las siento en boca de compañeros, amigos y medios de todas partes que, como yo cuando me puse a fondo para escribir Fenómeno Taylor Swift (Sílex Ediciones, 2024), no se explican qué ha hecho la cantante para tener tanto éxito.

Los secretos del éxito

La respuesta es, como casi todo en la vida, compleja. Habla de una carrera de años, de triunfar primero en un circuito pequeño en el mundo, pero grande en América –el del country extendiéndose al pop ya con un buen saco de seguidores y fama, y ​​también de dar pasos valientes y singulares: hacer frente a la industria (ha regrabado sus discos como protesta por la gestión de los derechos de autor, los conocidos como Taylor's version) y también por haberse ido mojando poco a poco en follones políticos: contra Donald Trump, cuestiones sociales (a favores de los derechos de los migrantes) y, sobre todo, en temas LGTBIQ+ y de género. Sus fans valoran especialmente ese crecimiento progresivo. Tan lento y orgánico.

Un ejemplo de este posicionamiento se vivió después de que el 25 de mayo del 2020 George Floyd, de Minneapolis, muriera asfixiado por la actuación violenta del agente de policía Derek Chauvin cuando le estaba deteniendo. En pocos días, el hecho generó una ola de indignación y protestas a lo largo de EE.UU. (y del planeta entero) en contra del racismo, la xenofobia y los abusos hacia ciudadanos afroamericanos. El estallido se dejó notar con firmeza también en las redes. Taylor Swift se mojó como nunca, y no dudó en apoyar la candidatura de Joe Biden ante Donald Trump: "Después de alimentar el fuego de la supremacía blanca durante toda su presidencia, todavía tiene la desfachatez de fingir superioridad moral y amenazar con más violencia?", escribió en un tuit la americana. "Le echaremos en noviembre", seguía.

Pero años antes ya había comenzado un despertar político, mucho más tímido que el del Black Lives Matter, pero en constante crecimiento: en octubre del 2018, Swift compartió en Instagram los motivos por los que votaría al Partido Demócrata y no a los republicanos en las elecciones legislativas de noviembre. "En el pasado me he mostrado reacio a expresar públicamente mis opiniones políticas pero, debido a varios sucesos que han tenido lugar en mi vida y en el mundo en los últimos dos años, me siento muy diferente", comenzaba un comunicado que declaraba su apoyo a la causa LGTBIQ+ y su rechazo a cualquier forma de discriminación basada en la orientación sexual o género. Un año después haría uno de los discursos recientes más celebrados sobre los derechos de las mujeres y la reivindicación de su rol en la sociedad en una gala de los premios Billboard. Swift fue la primera mujer en recibir el premio Woman of the Decade Award de Billboard en 2019.

Cuando Kanye West la menospreció a la entrega de unos premios MTV, ella no respondió al acto. Tardó unos años. Y publicó Reputation (2017). No quemó las redes, dejó mensajes encriptados –o no tanto– a Look what you made me do. También pasó un tiempo entre que sufrió el abuso de un disc-jockey y lo hizo público. O entre que sufrió un trastorno de conducta alimentaria (TCA) y explicó la experiencia. Taylor Swift ha ido asumiendo debates paulatinamente. Al fin y al cabo, cómo lo hacemos todos; cómo podemos, no cómo se nos enseña en las ficciones. Sin heroicidades. Ha hecho intervenciones en latas shows, de sus discursos a premios y, sobre todo, de los discos, un dietario en el que explicar qué le afectaba y cómo, de forma muy diferente en cada época.

No es lo mismo la inocencia amorosa de sus primeras canciones en el disco homónimo Taylor Swift que la amplitud de miras y la crudeza en torno a la salud mental, por ejemplo, en los discos de pandemia Folclore y Evermore (los dos de 2020). Nada tiene que ver aquella joven casi debutante de Fearless (2008) o Speak now (2010) con la artista dolida, pero empoderada, e incluso grosera –su último álbum está lleno de palabrotas–. Estas confesiones al oído, pero moduladas de estilo y tono por el paso del tiempo, han ido extendiendo la pasión por ella.

Conexión con los fans

Los fans de Taylor Swift la consideran una amiga, una hermana mayor. Una persona de confianza. Casi conocida. Ella misma ha reforzado esa idea con su comunicación 360°. En redes. Tiene 134 millones de seguidores en Instagram. Pero también en vivo: ha celebrado fiestas sorpresa para varios afortunados en varias ocasiones. Voz y guitarra. Y ha consolidado un concepto, el de la mitomanía que, a través de la pantalla, parece hacer las relaciones más cercanas. Más –paradoja– reales.

Si no se piensa en el dinero –es la primera cantante con un patrimonio de un billón de dólares– es fácil empatizar con Taylor Swift: siempre se ha reconocido como la rarita de la clase, la niña espigada y chapuzón, la de la nariz entre libros. Los psiquiatras americanos la citan como un referente positivo para realizar terapia. Nada más lejos del arquetipo de la chica popu del instituto. Nada más lejos de la leyenda Hollywood-adolescente de la cheerleader que va con el capitán del equipo de fútbol americano. Aunque esta última analogía no funciona mucho hoy en día: quizás ella nunca ha sido la cheerleader, pero ha terminado en una relación con todo un ganador de la NFL, Travis Kelce.

Bromas aparte, Taylor Swift es la normalita. Y los normalitos somos más. Es mucho más sencillo conectar desde donde todo el mundo puede conectar. Es la reina de quienes no siempre salen adelante. Y de ellos hay un ejército.

Todo el mundo que le ha tratado personalmente, incluso los periodistas, por ejemplo el reputado Josh Duboff, de la revista Vanity Fair, destacan la mezcla ideal entre la educación, la cautela y un talante divertido. La americana se ríe de sí misma. Un error es una buena excusa para naturalizar la imperfección. Y así se lo reconocen sus seguidores, que llenan YouTube y TikTok de cuentas que recogen erratas, descuidos y cagadas diversas de The Eras Tour y hacen vídeos virales con su respuesta: una sonrisa, un comentario espontáneo que detiene un show con todo milimetrado, una mueca.

La cantante estadounidense en el concierto de París con el que inauguró la gira The Eras Tour en Europa.

Taylor Swift es, al contrario de lo que se había cultivado hasta hace nada por parte de la industria, el error que la humaniza y que le aleja del puesto de perfección total que las divas del pop habían tenido hasta hace poco. Aquellas que después caían como una montaña de cartas fruto de la presión mediática: Britney Spears, Christina Aguilera, Amy Winehouse. Juguetes rotos. Swift, sin embargo, es la diva imperfecta. La diva cercana.

Aunque no lo ponga fácil, parece que lo intente. La batalla por conseguir entradas para sus conciertos fue épica. Miles de seguidores han quedado fuera de The Eras Tour o han tenido que hipotecarse: las entradas más baratas ya costaban 85 euros en las zonas del fondo de los recintos (en el caso de los swifties europeos es necesario sumar desplazamientos a ciudades cercanas si no hay concierto en la propia ciudad, ya que hay gente que se desplaza hasta Lisboa, París o Londres). En la reventa los precios han alcanzado los 4.000 euros. Ante la insuficiente oferta, Swift se inventó Taylor Swift: The Eras Tour (Sam Wrench) para los cines. El concierto, ligeramente resumido (dos horas y media de película), que batió el récord de This is it, de Michael Jackson, en taquilla. Taylor Swift, la amiga lejana.

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