Josep Bonaplata, el hombre al que Cataluña debe su industrialización
El empresario (1795-1843) fue el primero en levantar una fábrica con máquinas de vapor, y la montó en pleno Raval
Hoy en día, la esquina de la calle Tallers, de Barcelona, con Valdonzella es un hervidero de gente de infinitas nacionalidades: expados con ordenadores portátiles trabajando en las terrazas, turistas deambulando, inmigrantes de todas partes buscándose la vida y algunos catalanes que hacen el trayecto hacia sus trabajos. Si pudiéramos utilizar una máquina del tiempo y viajar dos siglos atrás, hasta 1835, el panorama cambiaría mucho, porque nos encontraríamos en medio de una de las revueltas más duras que ha vivido la capital catalana y en la que se reunieron diversas sensibilidades, desde anticlericales hasta luditas. En ese lugar de la ciudad se produjo el punto álgido de la bullanga de ese año, porque unos incontrolados prendieron fuego a la fábrica Bonaplata, Vilaregut, Rull y Compañía, más conocida como el Vapor Bonaplata. La importancia de esa fábrica radica en que fue la primera del país en funcionar gracias a las máquinas de vapor, y eso no es poco: como veremos, marcó un cambio de era.
La situación ese año era muy tensa en Cataluña, con la Primera Guerra Carlista como foco de atención que condicionaba la vida de todos. Pero en medio de las dificultades surgían también emprendedores, y así fue como Josep Bonaplata y sus socios fueron pioneros en la industria catalana de los tejidos. Como los telares se fabricaban ellos mismos, también había espacio para la metalurgia. Pero sólo un par de años después de aquel noviembre de 1833 en que se puso en funcionamiento la factoría –que empleaba a unos 700 trabajadores– se produjo la revuelta que comentábamos y la fábrica fue reducida a cenizas.
Las primeras experiencias de Bonaplata en el mundo textil fueron de muy joven, cuando trabajaba en el taller de su padre, fabricante de indianas. La explotación familiar llegó a situarse en eltop tende la ciudad de Barcelona, en un sector especialmente competido. Como muerto el padre, el negocio pasó a manos del hermano mayor, el joven Bonaplata se fue de casa, se instaló en Sallent (Bages) con un socio local y empezó a utilizar telares mecánicos para la alambrada del algodón. Por otro lado, el heredero, Salvador Bonaplata, hizo crecer el negocio de la familia y llegó a ser lo suficientemente importante como para presidir la influyente Comisión de Fábricas. Además, financió a su hermano Josep cuando se constituyó el Vapor Bonaplata. Por cierto, el yerno de Salvador Bonaplata fue Valentí Esparó, de quien tiempo atrás hablamos como fundador de la Maquinista Terrestre y Marítima, empresa clave del mundo industrial catalán.
La gran revelación para Josep Bonaplata llegó en 1830, cuando viajando por Europa junto a su futuro socio Joan Rull descubrieron los avances técnicos de la industria textil británica. Como en aquellos momentos las importaciones de tecnología extranjera eran muy difíciles, hablaron con los embajadores españoles en Londres y París para tratar de suavizar las barreras. Fruto de las gestiones que Bonaplata llevó a cabo, primero logró licencia para importar maquinaria extranjera y después para adquirir materias primas para fabricar los telares mecánicos. Además, el ministerio de Hacienda español le concedió una importante subvención. La idea inicial y que tanto gustaba a las autoridades estatales era que la fábrica se instalara en Asturias o en Galicia, pero de algún modo Bonaplata se libró de esta obligación y montó la fábrica en Barcelona, en la calle Tallers, como hemos visto desde el principio. Los socios principales del emprendedor fueron el ya citado Rull y Joan Vilaregut, y, además, obtuvieron apoyo financiero de Gaspar Remisa, de quien ya hemos hablado en alguna ocasión. Para hacernos una idea de la importancia capital del Vapor Bonaplata en la historia del país debemos saber que el inicio de sus operaciones marca el comienzo de la era industrial en Cataluña.
Como hemos dicho antes, la fábrica sólo funcionó a pleno rendimiento durante menos de dos años, y después de su destrucción Bonaplata enfocó de forma diferente sus inversiones. Cambió la industria, bastante arriesgada como hemos visto, por actividades en las que podía preservar su patrimonio. Primero fue una finca rústica en el Camp del Túria, que modernizó e hizo más rentable. Luego invirtió en la Compañía del Canal de Tamarit, un proyecto de trasvase entre Aragón y Cataluña que terminó en un fracaso sonoro.
Durante años, Bonaplata litigó con el Estado para conseguir una indemnización por la destrucción del Vapor Bonaplata, dado que consideraba que los disturbios eran fruto de la falta de control público de los distintos gobiernos. Al final, en 1837, acordó renunciar a la indemnización a cambio de recibir ayudas para erigir una gran fundición en Madrid. El nuevo negocio lo montó con sus hermanos, con la participación fugaz también de un socio inglés, pero su estado de salud ya era precario por problemas respiratorios, por lo que en 1843 se intentó retirar en la finca del Camp del Turia, pero poco antes de llegar, murió víctima de un ataque de asma.