Amor y pimienta

"Le costó mucho olvidarse de quien más se había enamorado en su vida"

Hay cinco audios reenviados de él sin escuchar que datan de hace ocho meses y que Ceci ha guardado como un tesoro

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Rebobinar

Cuando ha salido de casa con las zapatillas calzadas y los auriculares en su sitio no tenía claro el rumbo que cogería. Sólo sabía que quería andar, porque es la forma que tiene desde siempre de deshacer los nudos, de encontrar explicaciones, de poner en orden las ideas. De asustar a las manías. Y caminando caminando ha llegado hasta el parque del Guinardó, una especie de oasis verde empinado en medio de las tres colinas de la ciudad, un pinar de vegetación forestal donde poder huir del calor cuando éste cae de lleno, aunque ha aparecido a destiempo ; unos atajos llenos de sombra y de olor a pino laricio, con salpicaduras del amarillo de la mimosa, que está más bonita que nunca. Un espacio para pasear a los perros, para correr, para contemplar la ciudad desde las alturas y verla pequeña y entera a la vez. Y el mar de fondo que puede verse con una claridad imponente y que le hace pensar que el infinito es un lugar donde aferrarse cuando no sabes a dónde vas.

Ceci ha elegido perderse por aquellos senderos. Ha rehuido a los que tenían más movimiento, se ha dejado llevar por la quietud y los árboles. No es nada fácil un domingo por la noche de primavera, porque el parque sale en todas las guías y en todos los Instagrames del mundo y Ceci descubre que aquél es un lugar de peregrinaje de turistas y excursionistas de fin de semana ávidos de belleza paisajística, que inmortalizarán con los móviles sobre un escrito que dirá "La mejor puesta de sol de Barcelona". Ángulos diferentes, filtros diversos; destrezas contrastadas. La misma imagen. Quizás el mismo momento.

Ceci lo mira todo como quien ve una obra de teatro, pero la música que se ha puesto en los auriculares el aísla del mundo del que ahora mismo quisiera huir. La cabeza le dice que salga adelante, que no se detenga hasta que encuentre el sitio, que le reconocerá, que le está esperando. Lo elige por la luz que le cae encima, que se cuela por medio de los árboles y que difumina, y porque no ve a nadie cerca, aunque hay un camino de arena señalado justo a unos metros. Encuentra la roca y se sienta encima. Deja la bolsa que lleva colgada en la espalda al suelo y se quita las zapatillas y los calcetines. Pon los pies desnudos sobre la hierba húmeda por la umbría. Respira y espera un rato antes de decidirse. Ahora no está del todo convencida de hacer lo que está a punto de hacer. Pero su peregrinación tiene un objetivo y lo llevará a cabo.

Coge el móvil y tira abajo hasta que encuentra el remitente que busca. Hay cinco audios reenviados de él sin escuchar que datan de hace ocho meses y que ha guardado como un tesoro, todo este tiempo, hasta recoger fuerzas suficientes para poder hacerle un embate.

Ceci mira a su alrededor para comprobar que está sola de verdad y pulsa el play. Se estremece cuando escucha su voz, esa voz que a ella tanto le gustaba y que tanto se obligó a que no le gustara cuando él lo dinamitó todo por los aires. Ese día, cuando llegó del trabajo antes de tiempo, se le encontró en la ducha con otra. Se separó de inmediato, pero le costó mucho olvidarse de la persona de la que más se había enamorado en su vida. Por ella fue como una especie de amputación de la persona que había amado. Lo peor fue que no detectó señal alguna de que aquello podía ocurrir, que ellos también estaban expuestos. Si alguien le hubiera pedido, ella habría jurado y perjurado que ellos eran inmunes a todos los demás. Él estuvo mucho tiempo pidiéndole perdón, diciéndole que había sido un error, que no sabía por qué lo había hecho. Que si le dejaba podía tratar de explicárselo. Pero ella le bloqueó y pasó página hace cinco años. No había querido volver a saber nada hasta hace poco más de año y medio. Alguien le dijo que Juan tenía una nueva pareja, una chica muy bonita, de fuera, inglesa. Más joven que él pero muy agradable. A Ceci aún le hizo daño, pero pensó que ya no era rabia lo que se le removía por dentro y sintió la ligereza de las deudas pagadas. Poco después de saber la noticia, recibió un mensaje privado por redes. Era Christine, esa chica. Le decía que Juan estaba muy enfermo, que estaba muriendo, y que sabía que ella era importante para él y que estaba convencida de que a él le iría muy bien verla.

Ceci se lo estuvo pensando mucho, pero decidió ir a visitarlo. Él no tenía muchas fuerzas y apenas podía hablar. Le pidió perdón con una voz que ya no era su voz hermosa y se abrazaron llorando durante diez minutos seguidos. Ella fue incapaz de ir a su funeral y se quedó en la cama sin poder moverse. Estuvo tres días seguidos.

Poco tiempo después recibió los cinco audios suyos que le reenvió Christine, que le dijo que él le había pedido que lo hiciera así. "Un abrazo, Ceci" a la postre de los audios.

No se ha visto con corazón escucharlos hasta hoy. Ocho meses después.

Se nota el corazón acelerado, los pies húmedos, la garganta cerrada.

Mira a su alrededor y no hay nadie. Al fondo, Barcelona, ​​la torre Agbar, la Sagrada Família, el mar.

Cierra los ojos y pulsa el play.

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