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La lucha de Julian Assange

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Un manifestant amb un cartell que demana la llibertat d’Assange.

BarcelonaJulian Assange de momento no será extraditado por el Reino Unido a los Estados Unidos. Su calvario, sin embargo, no se acaba aquí. Este miércoles se sabrá si queda en libertad provisional o no, hecho no menor después de tantos años privado de movimientos y recluido, primero en una habitación en la embajada de Ecuador en Londres (¡durante siete años!) y desde abril de 2019 en una prisión inglesa. Pero, salga a la calle o no, su caso judicial todavía se puede alargar, y bastante. Los Estados Unidos ya han anunciado un recurso a la decisión de la jueza Vanessa Baraitser, del Tribunal Penal Central de Inglaterra y Gales, que, por otro lado, ha resuelto contra la extradición más por motivos humanitarios –para evitar su plausible suicidio en las prisiones de los EE.UU.– que por la cuestión de fondo. ¿Y cuál es la cuestión de fondo? Pues el choque, siempre desigual, entre el derecho a la libertad de información y los secretos de estado. La irrupción en 2007 de Wikileaks, la entidad liderada por el activista australiano y dedicada a la filtración de documentos oficiales de entrada inaccesibles pero considerados de interés para la opinión pública, sacudió el mundo periodístico y político. Y abrió un intenso debate sobre si era lícito ese activismo informativo, un debate que sigue vivo. Para unos, Assange es un icono de la libertad de información. La persecución de la que ha sido objeto su persona por parte de los Estados Unidos no ha hecho sino reforzar esta imagen. Para otros, Wikileaks ya hace tiempo que perdió su neutralidad, por ejemplo cuando se focalizó contra Hillary Clinton en las elecciones que acabaría perdiendo ante Donald Trump.

Sea como sea, Wikileaks y la figura de Assange son paradigmáticos, en la era digital, de un conflicto clásico, que viene de lejos: el de hasta qué punto el poder político, por muy democrático que sea, tiene derecho a ocultar a la población datos y hechos. La cultura democrática se tiene que basar en la máxima transparencia, una divisa sobre la cual queda mucho camino por recorrer. Por definición, el poder tiende a la ocultación. Y el trabajo periodístico consiste en destapar precisamente lo que no gusta, en poner luz y taquígrafos ahí donde servidores públicos (y también ciudadanos particulares) pretenden guardar trapos sucios.

En este sentido, Wikiliaks sin duda ha sido un revulsivo global, con algunos éxitos puntuales relevantes que le han valido reconocimientos y apoyos transversales. En todo caso, más allá de los aciertos o no de su estrategia personal ante la situación complicada que ha vivido y todavía vive, que su creador lleve más de una década privado de libertad y asediado judicialmente no deja de ser una señal inquietante de la reacción a la defensiva de la parte más oscura de los aparatos de los estados, es decir, un síntoma de mala salud democrática global. A pesar de que la jueza Baraitser haya frenado ahora su extradición a los EE.UU. para preservar su salud, en realidad lo que se está juzgando es la salud democrática e informativa globales.

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