¡Que se mueran los feos!

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El personatge de La Bèstia en un espectacle teatral.

Dice mucho de nosotros como sociedad que desestimamos sin remordimientos toneladas de fruta y verdura buenísimas, por el simple hecho de ser demasiado pequeña o demasiado grande, para que no tenga una forma estándar, ni sea lo suficientemente brillante ni homogénea. En definitiva, porque no es hermosa. De esta forma, el programa 30 minutos Somos lo que tiramos evidencia la estupidez humana, cuando destruimos alimentos “feos” para atribuirles una carencia de calidad o gusto. Sin embargo, debemos saber que este problema tiene una escala mayor.

Está claro que también aplicamos criterios de belleza a los animales y, en un caso de peligro, salvaríamos antes un oso panda que un murciélago. Atribuimos al león oa la cebra una belleza majestuosa y tenemos predilección por los animales cuquis que se asimilan a los bebés humanos, lo que el premio Nobel Konrad Lorenz bautizó como el kindchenschema. Esto nos lleva a forzar ciertas razas de perro hasta el tamaño toy o “taza de té”, a pesar de los problemas de salud que les causamos. La belleza animal, lejos de ser irrelevante, condiciona la supervivencia de ciertas especies y condena a otras a la extinción, emulando a Los Sírex cuando cantaban Que se mueran los feos. De hecho, la asociación Watt nació para proteger animales feos que no despiertan sentimientos de protección, como el ya famoso pez gota, considerado el animal menos atractivo del mundo.

El derroche alimentario y los animales feos en extinción son espejos de las relaciones humanas, ya que nuestra sociedad demasiado a menudo mide el éxito por la capacidad de ser deseable y hermoso. Es lo que se llama pretty privilege, ya que está comprobado que a una persona bella, por el efecto halo, se le presuponen unas capacidades y aptitudes, además de gozar de más facilidades y oportunidades de éxito personal, social y profesional. Sin embargo, no se trata de vivir obviando el aspecto físico, pero hay que tener claro que la belleza, lejos de ser natural, es un constructo cultural condicionado por la clase social, la raza o el capacitismo. Por tanto, a pesar de la dificultad para escapar de la dictadura de la belleza y la presión estética que asola sobre todo a las mujeres, por lo menos intentamos ser críticos para suavizar sus efectos. No derrochamos las frutas feas, y tampoco despreciamos a personas de gran valía por el simple hecho de no poseer una belleza normativa. Y siempre cabe preguntarse quién decide qué es bello y qué no y, sobre todo, a qué intereses responde.

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