La escritora publica la novela 'Segunda casa'

Rachel Cusk: "¿Por qué una mujer madura nos parece obsoleta?"

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Rachel Cusk, esta semana en Barcelona

BarcelonaHay pocas novelas en los mostradores de novedades en donde la inteligencia del autor despunte prácticamente en cada página. Segunda casa, de Rachel Cusk, es una de estas excepciones. Publicada en Les Hores en catalán y en Libros del Asteroide en castellano, explica los meses que un pintor en decadencia pasa en la propiedad de un matrimonio, en medio de la naturaleza. La narradora es una escritora de mediana edad que afana en recuperar la inspiración entrando en contacto con el artista, que a su vez se propone amargar el proyecto de la anfitriona escabulléndose y, las pocas veces que coincide, torpedeando sus convicciones. Es un libro breve pero denso, cargado de observaciones agudas, a menudo despiadadas, sobre el envejecimiento, el egoísmo del artista, el fracaso inevitable de las parejas y las contradicciones de la maternidad.

Segunda casa llega poco después de que se haya instalado en París. La ciudad tiene un papel simbólico destacado en la novela: es donde la protagonista se encuentra con el demonio.

— La escribí cuando todavía estaba en el Reino Unido. El París del libro y el París donde ahora vivo son muy diferentes. La ciudad que sale en la novela es el escenario ideal para que un artista hombre pueda vivir rodeado de privilegios.

¿Se ha ido debido al Brexit?

— Sí. Necesitaba continuar siendo una europea sana mentalmente. Es cierto que mi marido y yo nos hemos ido en un momento en el que la edad de nuestros hijos nos lo ha permitido. Los dos somos muy conscientes de la carencia de libertad que se da en la vida familiar. Tener hijos y educarlos hasta la edad adulta es un gran esfuerzo. Te priva de la individualidad y te deja exhausta, sobre todo si eres una mujer, aunque esto cada vez pase más también con los hombres.

Ha habido novelistas como Ian McEwan, Jonathan Coe y Ali Smith que ya han dedicado ficciones al Brexit.

— Sí. La sensación es que las han escrito desde el fondo del pozo. El Reino Unido pasa por un momento complicado, y las cosas empeorarán. Estamos en manos de gente horrible.

No todo el mundo puede irse del país.

— Es verdad, nosotros nos encontramos en una situación de privilegio. Pero aun así irse siempre te pone en una posición de vulnerabilidad. No seremos los únicos que se van. La escritora Hilary Mantel anunció hace poco que se iría a Irlanda.

Ahora que ya no vive en Inglaterra, ¿tiene ganas de escribir sobre el Brexit?

— No. He pagado los impuestos que hacía falta y he vivido preocupada demasiado tiempo para dedicar una novela. No debo nada más a mi país. De hecho, en Inglaterra no me he sentido nunca especialmente valorada como autora.

La trilogía de novelas que empezó con Outline en 2014 –y que Asteroide publicó en 2016 con el título de A contraluz– sí que fue bien recibida.

— Puede ser que esto haya cambiado un poco en los últimos años, de acuerdo.

Segunda casa llega tres años después de cerrar la trilogía con Prestigio. Aquella novela parecía un final de trayecto.

— Sí. La novela era un camino hacia el silencio, hacia dejar de existir a través del lenguaje. ¿Cómo podía continuar, después de esto? Fue pasando el tiempo y fui acumulando algunos temas que me interesaría explorar, como, por ejemplo, el envejecimiento, la reevaluación de la vida en función de si has sido hombre o mujer, después de la experiencia de formar una familia y de tu destino biológico. Cuando todo esto pasa te encuentras en un territorio incierto en cuanto a la feminidad, por ejemplo.

La narradora del libro es una mujer que ronda la cincuentena. Invita a un pintor de 45 años a pasar una temporada en la propiedad que comparte con el marido.

— El triunfo del artista hombre tiene que ver con la enormidad y profundidad de sus privilegios. Como mujer llama la atención este privilegio, y más si tenemos en cuenta que la protagonista está en una edad en que se deja de sentir deseada sexualmente. ¿Por qué una mujer madura parece obsoleta? ¿Por qué vive pensando que ya no tiene ningún valor?

Son dos de las preguntas que la protagonista se hace mientras el pintor vive en la segunda casa de la propiedad. Aunque ella y el marido ocupen la casa principal, la protagonista siempre se siente desplazada, en segundo lugar: también en su propia vida.

— En inglés, el doble sentido del título es evidente. Second place es la segunda casa, pero también es sentirse el segundo plato. Creer que siempre perderás cualquiera carrera que corras. No llegarás nunca la primera.

Sabemos que ella es escritora cuando hemos leído más de 100 páginas de la novela.

— Exacto. Una escritora siempre está en riesgo de desaparecer. El silencio se puede instalar en nuestras vidas con una gran facilidad.

El libro aborda esta cuestión con una gran sutileza: el pintor y ella son como la cara y la cruz de una trayectoria artística. Él es egoísta; ella, como mujer, no puede poner la carrera en primer lugar. Además, la historia está inspirada en un caso real, el de la estancia que el escritor D.H. Lawrence hizo en casa de la mecenas Mabel Dodge Luhan, en Nuevo México.

— Tenía muchas ganas de traer aquella historia a mi terreno. Mabel Dodge Luhan invitaba a artistas a pasar una temporada en su casa. Se lo podía permitir, tenía el dinero... lo único que esperaba era una gratificación personal, un reconocimiento. Lawrence pasó dos años en Nuevo México, en los años 20 del siglo pasado, y se acabó comportando con ella de forma violenta y destructiva. No es el único que la despreció, recuerdo que pasó lo mismo con la pintora Georgia O'Keeffe.

El conflicto entre la mecenas y el escritor se convierte aquí en un problema entre una escritora y un pintor.

— Mabel Dodge Luhan escribió un libro de memorias donde hablaba de la estancia de Lawrence en su casa. Casi un siglo después de la muerte del autor de El amante de Lady Chatterley, su vida y obra continúan siendo muy estudiadas. Mabel no aparece mencionada prácticamente en ninguna parte. Coger sus memorias, que están olvidadas y que hace décadas que no se reeditan, y darles una nueva vida a través de la ficción me parecía una acción interesante. Era una manera de hacer un poco de ruido y de conseguir que su personaje volviera a tener protagonismo, aunque fuera con una novela.

En el libro, ella querría que el pintor la retratara. Él lo rechaza.

— Quiere que, pintándola, él la vea de verdad. Gracias al cuadro, quedaría fijada esta imagen de ella que cree que se evapora. Pero la sospecha que ella tiene del pintor es que no consigue verla como un alguien que valga la pena pintar. Físicamente no vale la pena. Aquí vuelve a entrar la idea de obsolescencia que tenemos las mujeres. Cuando una mujer se hace mayor se la percibe como obsoleta, ya no tiene ningún valor. Un hombre que se hace mayor, en cambio, siempre está a tiempo de rejuvenecer a través del arte o de otra mujer.

Este pintor tiene la opción de quedarse en París con la hija de una mujer de quien había sido pareja cuando era joven. No deja en muy buen lugar a los hombres...

— ¿A que no? Y, en cambio, es una historia que no resulta inverosímil. Ha pasado, pasa y continuará pasando.

Hay dos maneras muy diferentes de gestionar el sufrimiento entre la mujer y el pintor.

— El pintor sufrió cuando era joven, y consiguió trasladarlo a su arte y triunfar. Más adelante, como ya no sufre, su obra pierde autenticidad. Hará falta que vuelva a sufrir para volver a conseguir resultados artísticos remarcables.

El egoísmo y la maldad del artista nos hacen plantear otra pregunta como lectores: ¿qué relación hay entre vida y obra? ¿Se puede hacer arte valioso siendo un desgraciado?

— ¿El arte virtuoso viene necesariamente de personas virtuosas? Sabemos que la respuesta es no, y tiene una importancia especial en un mundo como el de ahora, donde se habla tanto de la cultura de la cancelación. Mi propuesta en relación a este tema es muy poco práctica. Yo sería partidaria de perdonar a los creadores a cambio de extirpar de sus obras aquellas menciones machistas, racistas, antisemitas... Habría que practicar una cierta censura, pero sé que es poco viable. Por otro lado, si nos pusiéramos estrictos en este sentido la mayoría de artistas blancos y hombres no pasarían el examen.

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