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Siento en la radio que el Govern ha encargado una encuesta sobre la felicidad de los catalanes, y que tiene intención de irla repitiendo al menos una vez cada año. Señal que ha salido bien. Y salió bien porque la media de la nota es muy alta, un 7,2, un notable. Los catalanes somos notablemente felices, según la encuesta. ¿Qué más puede querer un gobierno?

Me pido qué nota me pondría a mí mismo y no soy capaz de responderme. Todos sabemos lo variable y subjetivo que es esto, según el día que tenemos, según la suerte, y nadie con dos dedos de frente se lo plantearía científicamente. También sabemos todos que no contestaremos lo mismo a un desconocido que a nuestro mejor amigo, ni en un ambiente privado que en plena calle, ni en una circunstancia distendida que en una tensa, y que no pensaremos lo mismo antes que después de comer . Está claro que la nota estará siempre por encima de un 5, porque si la rebajamos empezaremos a pensar en el suicidio. Además, si un desconocido nos pregunta cómo estamos, es de una educación elemental contestarle que bien o muy bien. Educación, por cierto, que no tiene a la persona que nos hace una pregunta tan íntima.

La encuesta introduce además una coacción. Si la media es de 7,2, a alguien que se sienta tan bajo como un 5,5 se le está diciendo amargado y aplasta guitarras, se le está culpabilizando: baja la media de la fiesta. Es una encuesta con efectos negativos sobre la salud mental. Es previsible, por eso mismo, que cada encuesta incida en la próxima y cada año la media vaya subiendo por efecto del resultado de la anterior: es una encuesta a favor del autoengaño.

Se trata, supongo, de fomentar una vez más el conformismo y la falta de expectativas. Todos nos sentimos afortunados de una forma u otra porque bien tenemos que vivir con lo que tenemos. Pero es justamente la insatisfacción, que nos hace salir adelante. Querer un país pantacontento es como querer anularlo.

La próxima vez, por favor, que nos pregunten por la felicidad que sentimos cada vez que tenemos un trato u otro con la administración catalana. Que nos pidan muy concretamente sobre algún aspecto relacionado con el trabajo de quienes se atreven a hacernos preguntas absurdas y obscenas. ¿No les interesaría, pongamos por caso, saber de qué manera afectan a nuestra felicidad el autogobierno, la sanidad, la educación, los transportes, la justicia, la policía o el estado del catalán?

Que nos pregunten si saber que el gobierno se dedica a hacer una encuesta tan frívola y con unas finalidades de fondo tan sospechosas nos vuelve más felices o si, por el contrario, nos entristece y nos inquieta.

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