No hay el mismo amor si te dicen que te quites las braguitas que las bragas
La fijación de algunas personas para utilizar los diminutivos para amortiguar el lenguaje puede ser enervante. Sólo hace falta que te digan que te esperes un "segundo" para saber que tendrás que esperar bastante rato. Pero si te dicen que el médico todavía tardará "un ratito", ya sabes que te pasarás más de una hora mirando las musarañas. Si con cara larga te advierten que todo se alargará “una horita”, significa que pasarán unas cuantas más. “¿Quieres una bolsita?”, te preguntan en la tienda, como si el diminutivo te ahorrara los veinte céntimos que vas a pagar por ella. “Eso quizás te hace un poquito de mal”, te dice el dentista para que te prepares para el tirón. Si la señora de la tienda de cosméticos te da una muestra de una “cremita”, sabes que barata no será. Pero si encima te comunica que es para las arruguetas, ya sabes que has accedido a la categoría de las clientas maduras. O quizá deberíamos decir “maduretas”. Quizás una mañana tu madre te pregunta si no has dormido bien porque encuentra que tienes la cara un poco “infladita”. Que es otra forma de decirte que estás fatal. Y cuando alguien se refiere a una chica “gordita” te dan ganas de empezar una revolución. Cuando alguien se ha comprado un “pisito” ya sabes que es un puñetazo. Pero si te comunican con una sonrisa que se han comprado "una caseta" en el Empordà es que intentan minimizar la morterada que se han gastado en la finca. Si te avisan de que alguien es un “pesadillo” es que es insoportable. Al igual que si alguien hace “penita” es que en realidad hace mucha. Y si unos padres dejan a la criatura en la guardería avisando que tiene “moquets” o que está “encostipadet” es para justificar que sencillamente hoy nadie podía quedarse en casa con él. Porque seguro que la noche anterior ese bebé ya hacía “carona” y como vieron que tenía “fiebrita” le han dicho a la maestra que sólo eran “decimitas”. La “tosta” es lo que sólo tenía un pobre hombre antes de morir inesperadamente. Si la amiga te avisa de que su madre está “fotudita”, intuyes que pronto se encontrará en el tanatorio. Si el dependiente te dice que los pantaloncitos te quedan de maravilla, lo hace para minimizar la talla que te ha tenido que dar. Pero si se trata de una camiseta es que ya puedes preparar la Visa. Si te enseñan unos pendientes avisándote de que son más “caretas” es que ya te salen del presupuesto. La “sobeta” sólo te apetece si hace mucho frío. El pececito al vapor te lo hacen si estás enfermo. Y si te dan una caldet es que estás a punto de ir al otro barrio. Pero si en el restaurante te cuentan que fuera de carta tienen unas currucas fantásticas, pregunta antes el precio. Si te invitan a hacer una cena, tienes dos posibilidades. O que coma pan con tomate y tortilla o que se quiera acabar temprano y se acaben haciendo las tres de la mañana. Sobre todo si alguien propone hacer “copita”. Pero seguro que la noche se habrá puesto más interesante si alguien te hace una mirada. Una compañera enfermera con mucha paciencia dice que los abuelos de la residencia siempre le piden un “besito” cuando termina la jornada laboral. Si una madre dice que su hijo tiene siete “añitos” es que le sabe mal que la criatura se haga mayor. Pero si un hombre explica que la chica con la que sale tiene veinte “añitos” es que, al menos, le dobla la edad. Si por teléfono te dicen que deben decirte una “cosita”, debes fijarte mucho en el tono para discriminar si la noticia será o muy buena o muy mala. Lo que está claro es que no existe el mismo amor si te dicen que te saques las “ braguitas” que si te dicen que te saques “las bragas”. En el fútbol, cuando es una "falteta" es que el árbitro se hubiera podido ahorrar silbarla. Pero si en el banco te piden que sólo queda hacer una “firmita” es que te vas a vender el alma al diablo. Los diminutivos son, a menudo, inversamente proporcionales a la dimensión de lo que quieren expresar. Y quizá por eso hacen tanta rabieta.