Salinger escribió una vez que los mejores libros son aquellos que cuando los acabas piensas: “Ojalá el autor fuera muy amigo mío para poder llamarlo por teléfono cuando quisiera”. Esta es la promesa que nos hicieron las redes sociales. Tener a ese autor, a ese escritor, a ese músico al alcance de la mano para poder preguntarle todo lo que deseáramos.
Pero es mentira.
En las redes sociales no se habla, se mira. Según los expertos en marketing, casi el 90% de los usuarios no realizan interacciones con las cuentas que siguen. Son los llamados lurkers, acechadores en inglés. Solo un 1% habla en las redes, el otro 9% restante lo hace esporádicamente. Por eso las nuevas herramientas no están destinadas a que haya más interacción, sino menos.
El mes pasado Instagram incorporó a la red los canales de difusión. Es una especie de chat creado para que puedas relacionarte con las celebridades como si te enviaran un mensaje a tu teléfono. La cosa está triunfando. Hay canales donde cientos de miles de personas descubren mensajes de voz de sus ídolos o vídeos más personales, menos profesionales, de sus personajes favoritos. Problema: en estos canales no se puede comentar, no se habla. La información es unidireccional. El famoso habla y el resto miramos.
Tengo la impresión de que las redes sociales no son ese ágora que todos soñábamos, sino una evolución de la televisión. Un sitio donde poner la mente en blanco durante unas horas. La nothing box, dice mi suegra. En mi casa no tenemos televisión, así que muchas veces, al terminar el día, me tumbo en el sofá y hago scroll para descansar el cerebro, igual que tiempo atrás hacía con la televisión.
He querido empezar esta columna con esta frase de Salinger porque me la dijo Iván. A Iván apenas lo conozco, apareció en una de las presentaciones de mi novela y, por azares del destino, acabó cenando conmigo y unos amigos. Compartimos camino de regreso a casa y cuando nos despedimos le pregunté qué le había parecido la velada. Fue entonces cuando me soltó la frase de Salinger. Supongo que fue una forma elegante de decir que le resultaba más interesante lo que dije sobre política e historia en el escenario que las conversaciones sobre la adaptación de mis hijos a la nueva escuela o mis problemas de colon.
Al final, todos soñamos con conocer al personaje, no a la persona. Hay pocas personas capaces de mostrarse igual frente a la gran audiencia y frente a la portera de su casa. Me cuentan que Ramón Lobo era uno de esos tipos, brillante en el periodismo y en la vida. Ojalá él tuviera un canal de difusión donde quiera que esté. Descanse en paz.