Alimentación

Sin panadería después de 177 años

La familia Escrivá cierra, después de cinco generaciones, el obrador de Pratdip

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Jaume Escrivà sacando una torta de recauda del horno de leña

Pratdip"En este pueblo estábamos demasiado bien acostumbrados", dice una señora que no tiene tiempo ni de decir su nombre porque tiene que ir corriendo a comer. "Ya he perdido demasiado tiempo con el café", refunfuña. En el pueblo huele a humo porque algún campesino quema rastrojos. "No te das cuenta de lo que tenías hasta que lo has perdido", lamenta Pili. El olor que los vecinos de Pratdip (Baix Camp) ya no sentirán más por las calles de su pueblo es el del pan, un perfume que les había acompañado desde 1846. Después de cinco generaciones, la familia Escrivá de Pratdip ha tirado la toalla y desde el 1 de enero que ya no abren las viejas puertas de madera del antiguo obrador, ubicado en la plaza del Forn de la localidad.

"Hacía tiempo que lo barajábamos", explica Jaume Escrivà, responsable actual de la panadería. "Nos sabía mal, después de tantos años, pero tuvimos que tomar una decisión", dice. Él empezó a trabajar allí hace más de 20 años, después de estudiar un curso de pastelería en el Instituto Escuela de Hostelería y Turismo de Cambrils y pasar un tiempo trabajando en un horno de esta misma ciudad. Pero, en realidad, desde pequeño ya ayudaba a los padres y se había familiarizado con aquella vida: los horarios al revés, las cajas llenas de pan fermentando, el olor del horno de leña y la tienda, donde despachaba a la madre, Teresa María. Con el paso del tiempo, tal y como habían hecho sus antepasados durante cinco generaciones, el negocio pasó de padres a hijos. En el horno seguían haciendo el pan como siempre y también la coca de recapte, que según la gente del pueblo era de las mejores que se pueden probar, pero también empezaron a hacer pasteles, aprovechando la formación de Jaume. En esta última etapa, el heredero del negocio contaba con la ayuda de la madre y los fines de semana también iba la hermana a echar una mano. E iban tirando.

"Aquel horno tenía un componente social", explica Pili, que trabaja en el Ayuntamiento. "Cuando teníamos que colgar un cartel para anunciar una actividad, como por ejemplo ahora la fiesta del Carnaval, aquél era el mejor sitio. Era el lugar por donde pasaba todo el mundo todos los días, seguro", añade.

"Nos ha hecho mucho daño el pan industrial", lamenta Jaume, que en su horno todavía utilizaba harinas de proximidad. "Hemos cerrado muchos y más que van a cerrar", augura. El incremento del coste de las materias primas y las barras de pan a euro que vienen las grandes superficies les han complicado demasiado el negocio. "Deberían haber intentado aprovechar el turismo, que seguro que hubiera comprado esas cocas de recapte", apunta otro vecino. Pero el problema no es solo local. El presidente de la Federación Provincial de Panaderos de Tarragona, Manel Fresquet, dijo en declaraciones al ACN que en los últimos ocho años se han perdido la mitad de los agremiados: han pasado de ser 150 socios a sólo 75.

Con el cierre del horno, la única manera de comprar pan en Pratdip está en la Agrobotiga y por encargo de algunos de los 450 habitantes que viven en el pueblo. A algunos vecinos ya les está bien, pero otros están demasiado acostumbrados al buen pan: "Un día parece plastilina y otro es una piedra", protesta otro vecino del pueblo que cada martes baja hasta Mont-roig del Camp y compra ocho barras de pan gallegas y las congela para ir teniendo toda la semana. "Es el pan que mejor aguanta", asegura. Pili, en cambio, dice que su familia todavía está haciendo "catas" de pan para acabar escogiendo cuál es el horno que sustituirá al de la familia Escrivá.

"No he vuelto a comer coca"

La alcaldesa de Pratdip, Silvia Carrillo, dice que es una gran pérdida para el pueblo: "No es una zapatería, es el pan", remarca. Fue ella quien inició la negociación con la Agrotienda para convencerles de que empezaran a vender pan, ya que "la gente joven puede comprarlo en otro sitio, pero la gente mayor tiene más dificultades". A pesar del poco margen, Agrobotiga aceptó, entendiendo que era un servicio básico que había que ofrecer. Pero, de la coca de recapte, no ha quedado ni rastro. "Antes del 1 de enero encargué la última y ya no he comido más", lamenta Carrillo, que es la cuñada del panadero. Aprovechando el altavoz que representa el diario ARA, Carrillo se compromete a que si algún lector quiere ocupar ese vacío y abrir un nuevo horno en Pratdip, "desde el Ayuntamiento se pondrán todas las facilidades". Funcione o no esta llamada, el pueblo ya no será igual: la plaza del Forn se ha quedado sin horno.

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