Si ahora llamo “¡Quieto a todo el mundo!” seguro que sabrá de qué hablo. No, no es de la abstención en las próximas aragonesas. Os hago cinco céntimos: estaba en una cafetería de León mirando la tele cuando me he atragantado con la torrija. Perdonad la castellanada, veo que hay que decir la tostada de Santa Teresa, pero me parecía una blasfemia contra la fundadora de las Carmelitas. El motivo del susto es que por la tele he visto a Pau Ricomà siendo entrevistado... ¡a un programa sobre el 23-F! Me he frotado los ojos y me he acercado al aparato. ¡Coño, tú, que sí, que era él! ¿Qué hacía nuestro Pablo al golpe de estado de ellos? No era necesario... si ya hemos tenido el nuestro (dicen, dicen, dicen). Era presentado como un catalán que pasaba por ahí cuando el Congreso era la cafetería de Pulp fiction. He pensado que dirían que fue alcalde, y que Ruben Hood le quitó la vara. Pero no, como si decir que fuiste un alcalde republicano hiciera que el programa perdiera a millones de espectadores.
Mientras Ricomà explica cuándo participó en la serie Mash en Madrid, os haré una confesión: yo entonces hacía la mili en el cuartel de la URV, y también tuve que dormir esa noche con el fusil en la mano. No sabía de qué iba, pensaba que era porque yo era de Reus. He observado un fenómeno que no sé si ustedes también han experimentado: todo el mundo estuvo ante el Palacio de la Moneda, en Chile, en 1973; el 11-S en Nueva York y en la última corrida de José Tomás en la Monumental. Sí, ahora los que estuvieron criticando a la tauromaquia, tienen un coche eléctrico y se pegan un buen salchichón. Ahora que hablo de morcillas, ya sabéis que la esquina del BonÀrea, allá por la calle López Peláez, se ha dignificado. No lo digo porque estuviera ubicado el cuartel de la Guardia Civil, sino porque han puesto bancos y ahora, cuando vuelves a casa con las bolsas de los de Guissona, puedes sentarte a contemplar a una mujer –o hombre, o dé o donut– que riega las plantas donde antes estaba el despacho de un teniente coronel que no era Tejero. Él tenía el despacho en la plaza de la Font, quiero decir Ricomà, no el del tricornio. Sea como fuere... siempre Pablo.