Agricultura

Los Perera de cal Jan: retrato íntimo de una familia payesa

Josep Maria y Jordi Perera son agricultores de Arbeca y la representación de un sector que vive tiempos difíciles

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Vista general de Arbeca.

ArbecaLas cosas han cambiado mucho en casa de Jan. Se trata de una de las familias campesinas más arraigadas de Arbeca, en Les Garrigues, con más de cinco generaciones vinculadas a la tierra. En el último siglo ha pasado por todo tipo de vicisitudes, pero nunca como las que está sufriendo ahora.

Los antecesores vivieron dos dictaduras, una guerra civil, insistentes crisis económicas y sequías, muchas sequías. Pero la situación actual está haciendo dudar a la familia por primera vez sobre si la actividad agraria tendrá continuidad en su casa. "Cada vez lo vemos más difícil", coinciden Josep Maria y Jordi Perera, padre e hijo, los dos que actualmente quedan al frente de la empresa.

Su poder adquisitivo ha ido menguando poco a poco, pero de una forma mucho más acelerada en los últimos años. Los gastos se incrementan. Productos fitosanitarios, semillas, maquinaria, sueldos, carburante, luz... todo está subiendo o, como el agua, escasea, mientras que los ingresos se han quedado estancados.

Un ejemplo: hace cincuenta años, un kilo de manzanas podían llegar a venderlo a 50 pesetas. En la actualidad, la cotización va fluctuando de los cincuenta céntimos de euro del pasado año a los 15 de dos campañas atrás (poco más de 24 pesetas). Es decir, a veces cobran la cosecha a la mitad de precio que hace medio siglo, cuando el coste de vida (IPC) acumula un aumento del 1.200% en este período de tiempo.

Falta de conciliación

Josep Maria, de 74 años, lleva ya tiempo técnicamente jubilado. Pero sigue yendo al pedazo cada día para ayudar a su hijo. “¿Qué debo hacer si no?”, se pregunta el mayor de cal Jan, que describe su actividad más bien “como un pasatiempo”.

Quien se dedica exclusivamente al campo es su hijo Jordi, de 45 años, que ha visto cómo el mundo de su padre ha cambiado radicalmente.

Conclusión: el campesino vivía más tranquilo antes. “En mi época, nos pasábamos muchas horas en el campo, pero no necesitamos correr, no era tan estresante como ahora –recuerda Josep Maria–. Íbamos a trabajar contentos y cantando”. Siestas, cabañas de piedra para refugiarse de la canícula y desayunos de tupí son el recuerdo bucólico de una época que ha desaparecido. “Yo nunca lo he vivido, esto”, admite su hijo. Ahora los agricultores deben trabajar más horas, por el mismo precio. Ni siquiera hay tiempo para realizar unas buenas vacaciones. "Eso que está tan de moda de la conciliación laboral y familiar es imposible en la agricultura", dice Jordi. Casado y padre de un niño de seis años, ya hace tiempo que no puede irse más de tres días fuera de Arbeca, tanto por una economía cada vez más limitada como por la obligación de monitorear continuamente unas tierras castigadas por la sequía.

Los Perera de Arbeca tienen la producción diversificada. Cultivan cebada y trigo, tienen parcelas de almendros y olivos y la mitad de sus fincas son de regadío, la mayoría con frutales (manzanas y nectarinas). Esto hace que durante todo el año estén ocupados, con una actividad regular en invierno (ocho horas diarias de trabajo) y más frenética en verano (más de diez horas por jornada, incluidos sábados y algún domingo).

En el último año se han visto obligados a descartar cultivos como el maíz por la gran cantidad de agua que requiere. Pero, sin embargo, están inquietos. El canal de Urgell sólo les ha asegurado dos turnos de agua para la presente campaña, cuando se necesitan al menos cuatro para garantizar únicamente la supervivencia de sus árboles. Obtener fruto es ya una utopía. Y si no llueve, el resto quedará reducido a una cosecha casi inexistente, como les ocurrió el año pasado con los cereales.

Reducción de personal

Cuando hace mal tiempo y no pueden ir al pedazo, en Jan aprovecha para ponerse al día con las obligaciones administrativas. Sus gestores fiscales les piden cada vez más información para procesar toda su documentación. “En mi época sólo pagábamos la contribución –dice Josep Maria–, ahora hunden a los campesinos en kilos de papeleo”. Cada vez tienen más llena la mesa del despacho.

Y para reducir aún más costes, intentan asumir el mayor número de tareas de mantenimiento. Cambiar el aceite del tractor, arreglar maquinaria o sustituir a mano todos los elásticos de su red antipedrisco son algunas de las actividades que hoy en día realizan los campesinos.

Pero hay que apretarse más el cinturón. En las últimas campañas, por las malas cosechas y el bajón de ingresos, han reducido notablemente la mano de obra. Años antes, solían contratar a dos personas para ayudar a cosechar aceitunas, pero este invierno han tenido que renunciar. En verano podría ocurrir algo parecido con los temporeros de la fruta. Por recomendación de los sindicatos, han tenido que actualizar continuamente los sueldos de las contrataciones, pero sus números a menudo no cuadran. Hace sólo dos años, el salario mínimo de un temporero a horas se fijó en 7,51 euros. El pasado año saltó a 8,42. Pero lo que desembolsan los empresarios supera los 11. "Admito que tenemos que pagar unos sueldos justos, pero nosotros no vemos ningún incremento en nuestras retribuciones", explica Jordi Perera.

Esta familia de Arbeca asegura que no cobra hasta casi un año después de cada cosecha. Da igual si es cereal como frutos secos o fruta dulce, las cooperativas o centrales no liquidan los pagos hasta pasado un buen puñado de meses. "Antes en menos de treinta días lo teníamos todo cobrado", asegura Josep Maria. Ahora las grandes distribuidoras suelen especular con el alimento para sacarle el mejor rendimiento económico. Y eso obliga a los Perera a pedir créditos para afrontar los inicios de cada campaña.

Y lo mismo ocurre con las inversiones. "Debemos poner el freno", reconocen, aunque es necesario actualizar la maquinaria e ir adquiriendo nuevas fincas para llegar a ser competitivo. En el mercado, cada vez hay menos espacio para los pequeños agricultores. "Antes, con mucha menos tierra se podía vivir perfectamente", recuerda Josep Maria.

El precio de un tractor de pequeña gama pasa de los 60.000 euros. Los Perera disponen de dos tractores viejos y una máquina elevadora para cosechar fruta. El resto, sembradoras, cosechadoras, vibradoras, equipos fitosanitarios y distribuidoras de fertilizantes, se acaban alquilando a horas. Comprar toda la maquinaria no es asumible.

Reclamaciones y movilizaciones

Uno de los principales caballos de batalla de los campesinos son las imposiciones europeas por la sostenibilidad agraria. Para cobrar las ayudas de la política agraria común (PAC), el sector agrario está obligado ahora a realizar unas rotaciones de cultivo que antes no eran necesarias. “No siempre nos dejan cultivar lo que queremos”, denuncian los Perera.

Pero es que además, en nombre del medio ambiente y de criterios económicos, han visto reducidos los productos fitosanitarios hasta una tercera parte para hacer frente a un número de plagas cada vez mayor. "La globalización y la sequía nos han traído unas plagas que antes eran desconocidas", concluye Jordi. Los conocimientos sobre la tierra que se habían transmitido de generación en generación ya no sirven de gran cosa. "Estamos en manos de burócratas que no conocen el sector", lamentan. Además, aseguran que están entrando productos agroalimentarios de países extracomunitarios que no pasan por los mismos controles ni obligaciones. "Todo es injusto", dicen.

En cualquier caso, la agricultura es lo que se quieren. Padre e hijo la han vivido desde muy pequeños. Agradecen la libertad que les da trabajar con la naturaleza y ver crecer sus frutos. Pero lo que más les gusta es contribuir a la alimentación de una sociedad que acusan de no corresponderles.

“La administración debe invertir en el territorio para que la gente se quede”, reivindica Jordi Perera. La modernización de los riegos, la renta garantizada y una simplificación burocrática son algunas de las grandes proclamas del sector campesino, que exige ganarse la vida “como todo el resto de personas”, dicen los Perera.

Por eso ellos han salido también en la calle, a unas movilizaciones que, dicen, han nacido por iniciativa de los propios campesinos. "Han sido las organizaciones agrarias las que se han añadido después para apoyarnos", explica Jordi. “Si no cortáramos carreteras, la gente no conocería nuestros problemas”, justifican los Perera.

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