¿Qué podemos mejorar para ser emocionalmente inteligentes?
La gran virtud de la inteligencia emocional es que se puede aprender: se trata de concienciarse y practicar
BarcelonaTenemos toda la vida para hacerlo, pero cuanto antes empecemos, mejor. Este es el objetivo de la gran cantidad de programas que hay, que nos ayudan a conocer, comprender, expresar y regular nuestras emociones. Ahora bien, hay que tener cuidado, porque, como se suele decir, no es oro todo lo que reluce. Los hay que realmente tienen mucha ciencia detrás que los avala y los hay que se mueven más por la intuición.
Qué sentimos
El primer paso es conocer nuestras emociones
La primera habilidad a desarrollar para ser emocionalmente inteligentes es la conciencia emocional, que consiste en saber identificar las propias emociones pero también las de los demás. La conciencia no sólo implica saber qué sentimos sino también ser capaces de ponerle nombre. Lo que sentimos influye en cómo pensamos y en cómo actuamos. Por lo tanto, si podemos reconocer nuestras emociones, nuestra capacidad de gestionarlas es mucho mayor y, por el contrario, si no somos conscientes de ellas, nos dominan. Es más, si sabemos ver cómo se sienten los demás, las posibilidades de que nos relacionemos con ellos de una manera positiva son más elevadas. A menudo el lenguaje corporal y el tono de voz transmiten nuestras emociones de manera más efectiva que las palabras.
Resiliencia
Salir reforzado de una experiencia muy negativa
Resiliencia es un término utilizado en ingeniería y es la resistencia que tienen los materiales sólidos que se doblan sin llegar a romperse para recuperar la forma original, como un arco que se dobla para disparar una flecha.
Ser resiliente significa ser capaz de superarse y recuperarse ante la adversidad, por muy traumáticas y negativas que hayan sido las experiencias vividas. Desde la neurociencia se considera que las personas con más resiliencia soportan mejor la presión y mantienen más el equilibrio emocional ante las situaciones de estrés. En definitiva, tienen más autocontrol, lo que supone más facilidad para afrontar retos.
Autoestima
Es importante aceptarnos y valorarnos
A menudo pecamos de ser demasiado exigentes con nosotros mismos porque parece que en la sociedad de hoy en día el ideal de todo tenga que ser la perfección. Y así es complicado tener una buena autoestima, ni demasiado alta, que nos puede conducir al narcisismo, ni demasiado baja, que puede acabar arrastrando a la depresión.
A pesar de las imperfecciones y los errores que nos puedan pesar, es importante tener una autoestima saludable, es decir, una buena percepción de nosotros mismos y valorarnos positivamente. Y esto se consigue sintiéndonos satisfechos de cómo somos y de quiénes somos, confiando en nuestras posibilidades para poder hacer frente a los retos que nos plantee la vida y, en general, teniendo sentimientos positivos hacia nosotros mismos. Además, claro, de mantener unas buenas relaciones sociales y de sentirnos queridos. Y si las cosas no salen como esperábamos, tenemos que procurar ser optimistas, que para eso están las segundas oportunidades.
Automotivación
Ponerse las pilas para conseguir lo que nos proponemos
Estar motivado cuando hay un estímulo de fuera, alguien que nos anima a hacer algo, no es tan complicado. Ahora bien, cuando la voluntad y la fuerza tienen que venir de uno mismo, cuando somos nosotros mismos los que nos tenemos que poner las pilas, ya es harina de otro costal. A menudo decimos que nos falta fuerza de voluntad. Automotivarse, precisamente, consiste en saber implicarse emocionalmente en actividades en cualquiera de los ámbitos de nuestra vida: personal, social, profesional... Es influir en nuestro estado de ánimo para conseguir algo que nos proponemos. Por eso es una de las habilidades clave de la inteligencia emocional.
Fluir
El placer del esfuerzo para superar un reto
Seguramente muchos asociamos la idea de fluir con el lema de Bruce Lee "Be water, my friend", que aquí popularizó un anuncio de coches hace una década. O quizás nos suena más como un concepto de la filosofía oriental sobre el hecho de dejar que la vida fluya. Desde el punto de vista de la inteligencia emocional, fluir está relacionado con las habilidades para la vida y el bienestar, que son nuestra capacidad para tener comportamientos responsables y apropiados para afrontar de manera satisfactoria los desafíos del día a día.
A veces nos ponemos a hacer algo que nos gusta tanto y nos implicamos hasta tal punto que nos absorbe y no nos damos cuenta de que pasa el tiempo. Es lo que se anomena experiència óptima y no tiene nada que ver con dejar pasar la tarde tumbados en el sofá mirando la televisión, sino que es algo que decidimos hacer: el esfuerzo que hacemos para llegar a un objetivo que valga la pena. Se puede experimentar la fluencia de maneras muy diferentes: en el trabajo, resolviendo un problema, en el tiempo de ocio, en el juego... Haciendo algo que tiene suficiente dificultad para que nos tengamos que esforzar y no nos aburramos pero que a la vez sabemos que, por mucho que nos cueste, está a nuestro alcance.
Empatía y asertividad
Dominar las habilidades sociales nos hace más felices
Tener buenas relaciones nos hace más felices y más sanos. Es una de las principales conclusiones de un estudio de la Universidad de Harvard, que ha investigado la vida de 700 hombres durante más de 70 años. En el mismo sentido, desde el punto de vista de la neurociencia, hay evidencias de que las interacciones sociales cariñosas, cordiales y positivas favorecen la secreción de oxitocina, que es la llamada hormona del amor o de la felicidad.
Para mantener unas buenas relaciones es importante, ante todo, dominar las habilidades sociales básicas, la primera de las cuales es saber escuchar. En este paquete de normas elementales de convivencia también entrarían saludar, dar las gracias, pedir favores, pedir disculpas, mantener una actitud dialogante...
La asertividad también es una competencia que interviene en la calidad de las relaciones que mantenemos con nuestro entorno porque nos permite defender y expresar nuestros derechos y opiniones en el momento oportuno y de manera adecuada, al tiempo que respetamos los de los demás. Esto incluye saber decir que no y entender que el otro también lo pueda decir, siempre manteniendo un comportamiento equilibrado, ni demasiado agresivo ni demasiado pasivo.
Las neuronas espejo nos ayudan a ser asertivos. Como responsables del fenómeno del contagio emocional, cuando vemos a alguien actuando de manera asertiva se desencadena un efecto mimético y edificante que hace que tendamos a actuar de manera similar. También nos ayudan a ser más empáticos, es decir, a ponernos en la piel del otro y saber cómo se siente. Y es que las neuronas espejo nos permiten interpretar las señales emocionales no verbales, que captamos de manera inconsciente, por lo que acabamos sintiendo algo similar a lo que siente el otro.
Resolver conflictos
El poder del diálogo y las soluciones constructivas
A menudo confundimos conflicto con violencia. Puede haber conflicto, es decir, una divergencia porque hay una contraposición de intereses o de opiniones, pero no tiene por qué haber violencia. Entrar en conflicto, pues, muchas veces es inevitable y no se considera ni positivo ni negativo: dependerá de la respuesta que se dé y de las emociones que sintamos ante una situación de este tipo. De hecho, deberíamos ver el conflicto como una oportunidad para aprender y afrontarlo de manera positiva, con diálogo, aportando soluciones constructivas. Nuestra capacidad de negociación y de mediación es muy importante a la hora de resolverlo pacíficamente, siempre teniendo en cuenta la perspectiva y los sentimientos de los demás.
Regulación
Gestionar lo que sentimos y cómo lo expresamos
Una vez sabemos cómo nos sentimos se trata de saber qué hacer con lo que sentimos. Tenemos que partir de la base de que todas las emociones son legítimas y útiles, que no se pueden evitar y que no hay unas buenas y unas malas, sino que están las que se consideran positivas y las que se consideran negativas, según si nos generan bienestar o todo lo contrario. Por lo tanto, no se trata ni de reprimir ni de controlar emociones, sino de expresar de manera adecuada lo que sentimos, especialmente si son emociones negativas como la rabia, el miedo, la tristeza, el desprecio o el odio. Cuando nos encontramos en el punto álgido de determinadas emociones, sin embargo, expresarlas de manera correcta es muy complicado, por no decir imposible, y entonces es conveniente detener la reacción inmediata. Parar. Los hay que cuentan hasta 100 o hasta 1000, otros cogen aire o respiran profundamente. Sea como sea, se trata de rebajar la intensidad de la emoción antes de actuar, sobre todo cuando lo que sentimos nos haría hacer cosas de las que después a menudo nos arrepentimos. Si lo conseguimos, sentimos una gran satisfacción porque tenemos la sensación de ser eficaces, y esto aumenta nuestra autoestima.
Estrategias de regulación hay muchísimas, como hacer ejercicios de relajación o de meditación, distraerse haciendo cualquier cosa o lo que se llama reestructura cognitiva, que más o menos sería intentar mirar lo que ha pasado con otros ojos, cambiando los pensamientos negativos por otros más positivos.
Objetivos y decisiones
Ni muy osados, ni demasiado contenidos
Para organizar nuestra vida de manera sana y equilibrada, con experiencias que nos produzcan satisfacción y bienestar, es determinante nuestra capacidad para tomar decisiones, tomarlas sin dilación y con responsabilidad. Contrariamente a lo que puede parecer, en el proceso de toma de decisiones intervienen más factores emocionales que racionales. Y las emociones a menudo nos lo ponen más difícil. Por otra parte, también es importante fijarse objetivos positivos y realistas, teniendo en cuenta el tiempo de que disponemos y las posibilidades y limitaciones. No tienen que ser objetivos tan elevados que nos acaben provocando estrés o tan asequibles que nos aburran.
Actitud positiva
Saber provocarse emociones agradables
A parte de poder cambiar el chip cuando las cosas no van como nos gustaría en vez de recrearnos en ello, la regulación emocional también consiste en saberse potenciar emociones agradables de manera voluntaria, encontrar maneras de alegrarnos el día, aunque sea con pequeñas cosas.
El hecho de sentir emociones positivas ya nos genera una sensación agradable y satisfactoria, pero, además, hay evidencias científicas que tienen efectos beneficiosos para las relaciones sociales, el rendimiento laboral, la integración social y también para la salud: disminuye el dolor, reduce la presión sanguínea y los niveles de adrenalina asociados a la ansiedad y potencia las funciones del sistema inmunitario.
Como las emociones positivas generan hábito, si somos capaces de generárnoslas, cada vez viviremos más tiempo en un estado emocional positivo y conseguiremos disfrutar más de la vida. Una forma muy sencilla de experimentar sentimientos agradables puede ser recordar algún hecho del pasado que nos hizo muy felices, pensar en una persona querida o, incluso, escuchar una música que nos cause buen rollo.
Para ir adquiriendo el hábito de hacerlo, cada noche cuando nos ponemos en la cama podemos hacer un repaso del día y elegir cuál nos parece que ha sido el mejor momento, y tratar de revivir lo que hemos sentido en aquel instante.
Por otra parte, en general, en la vida es importante tener una actitud positiva, valorar los aspectos buenos y los aciertos por encima de los negativos y los errores, mirar más las cualidades que los defectos, tener presente lo que hemos conseguido más que lo que nos falta. Conviene saber encontrar el equilibrio entre la tolerancia y la exigencia.