Reportaje

De poner lavadoras a lidiar con la muerte: así es un día con los bomberos

Su jornada laboral puede cambiar radicalmente en cuestión de segundos. Ellos consideran que forma parte del encanto de su trabajo: no saber nunca qué va a pasar

Uno de los bomberos del parque de Mollet del Vallès apaga el fuego declarado en el exterior de un centro social en Caldes de Montbui.
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Mollet del VallèsTodos los días es la misma rutina. A las siete de la mañana sus compañeros, que han estado de guardia toda la noche, les informan del trabajo pendiente y entonces ellos ponen manos a la obra: primero revisan que el material esté listo, es decir, que los motores de todas las máquinas funcionen, que las mangas estén limpias, que no haya ninguna bombilla fundida… “Atropello ferroviario”, dice una voz femenina a través de un walkie-talkie, y de repente la revisión del material termina de manera abrupta. Los bomberos corren a colocarse el traje de protección, las botas y el casco, suben apresuradamente a los vehículos y salen a toda velocidad haciendo sonar las sirenas. Son las ocho y dieciséis minutos de la mañana, acaban de empezar la jornada laboral y van ya de camino a la primera emergencia.

En la estación de tren de Santa Rosa, en Mollet del Vallès, ante la que detienen sus camiones en medio de la calzada, no se ve a ninguna persona herida en la vía. De hecho, los pasajeros miran con extrañeza el despliegue de emergencia. Algunos incluso con cara de espanto. “Nos han dado una dirección equivocada. Esto es un clásico”, comenta el jefe del parque de bomberos de Mollet, el oficial Roger Llinàs, mientras vuelve resignado al vehículo. El atropello ha sido un par de kilómetros más allá, cerca del punto limpio del municipio. Allí sí está el cuerpo sin vida de un hombre de 43 años junto a los raíles, sobre las piedras. A lo lejos, un tren está detenido en la vía. También hay mossos, sanitarios del Servicio de Emergencias Médicas y operarios de Adif y Renfe. Y están por llegar la policía judicial, el forense y personal de la funeraria. No se sabe si el hombre fue atropellado por accidente o si se precipitó intencionadamente en la vía para acabar con su vida. Cerca del cadáver, la valla de protección de la vía está rota.

Los bomberos con otros servicios de emergencia después de cubrir el cuerpo sin vida de un hombre atropellado por un tren.

"Por suerte, el cuerpo ha quedado bastante entero", afirma el oficial Llinàs, después de que sus compañeros hayan cubierto el cadáver con una manta térmica. Un médico también les pide que le trasladen al margen de la vía para que así se pueda restablecer la circulación de trenes lo antes posible, pero los bomberos se niegan. “Los Mossos nos han dicho que no le movamos. Si estuviera vivo, nosotros mandaríamos. Pero si está muerto, es cosa de la policía”, aclara Llinàs. Lo que sí hacen es abrir un acceso a la valla de protección de la vía para facilitar que el personal de la funeraria pueda retirar el cuerpo, cuando tenga la autorización para ello. Una vez abierto el boquete, los bomberos dan su servicio por terminado.

Los bomberos abriendo un acceso a la valla de protección de la vía del tren para facilitar la retirada del cuerpo sin vida del hombre atropellado.

Uno de sus vehículos regresa al parque de Mollet, justo a tiempo para que el bombero más veterano del parque en ese momento, JP Padilla, pueda participar en la reunión telemática que se celebra cada día a las 9.30 horas para la coordinación de los parques de la región metropolitana norte de Barcelona, ​​de la que forman parte y que da cobertura a una población total de 2.100.000 habitantes, que no es poco.

El otro camión de bomberos, en cambio, tarda en volver. Por el camino se han encontrado otra emergencia: una motorista ha sufrido un ataque de angustia, tras lanzarse al arcén para evitar que un camión que daba marcha atrás le embistiera. Y después, tuvieron que volver al lugar del primer atropello porque los Mossos les requirieron entonces que trasladaran el cuerpo al margen de la vía. “Nosotros movemos al muerto, pero a la policía le toca lo peor: informar a la familia”, comenta el cabo Xavier Lindo, sin dar demasiada importancia a que ellos tengan que hacer ese trabajo sucio. Los datos ya están confirmados: el atropello ha sido un suicidio.

El parque de bomberos de Mollet es uno de los 150 que hay en Catalunya y que pertenecen a la Generalitat. Fue reformado por completo en 2010, y se nota. Sus instalaciones, de dos plantas, son modernas, amplias y limpias. Cuenta con casi media docena de dormitorios, vestuarios masculinos y femeninos, gimnasio, cocina y una sala de estar con televisor y cómodos sofás. Toda la plantilla son hombres, excepto una mujer que lleva tiempo de baja y que puede decirse que ni la han visto. Los turnos laborales son de 24 horas, de siete a siete de la mañana, y en cada turno trabajan un mínimo de cinco bomberos y un máximo de ocho. Luego tienen tres días de descanso.

El bombero Àlex Circuns en el flamante parque de Mollet del Vallès.

Los bomberos a los que toca trabajar hoy son especialmente veteranos y llama la atención su formación. Xavier Lindo, de 57 años, lleva 34 en el cuerpo y es psicólogo, aunque nunca ejerció como tal. Xavier Rifà, también de 57 años, estudió lo mismo y es el cuarto bombero de su familia: también lo fueron sus dos hermanos mayores y su tío, y él lo es desde hace 31 años. JP Padilla, de 53 años, hace 24 que se incorporó al cuerpo después de trabajar durante años como educador en un centro de educación especial. Y David Galvany, de 45 años y graduado en informática, tiene 19 años de experiencia. La única excepción es Àlex Circuns, de 32, que solo lleva nueve meses bombero y asegura estar encantado de la vida. Se hizo bombero por no encontrar trabajo de su especialidad: es arqueólogo. Según dice, no hay tanta diferencia entre la arqueología y el trabajo de bombero: "Aquí también hacemos trabajo de campo, son importantes las técnicas manuales y hay una parte de física y química".

La Generalitat dispone actualmente de un total de 2.705 bomberos funcionarios y otros 1.395 voluntarios, pero en verano refuerza la plantilla con auxiliares de oficio forestal. Hoy en Mollet hay cuatro: Martí Gasol, de 32 años; David Ruiz, de 28; Álvaro Verano, de 31, y Eduard Parera, de 29. Todos están opositando por ser bomberos, y solo intervienen si hay un fuego forestal. Su horario laboral es de 11 a 20:30 h.

Después de las primeras emergencias, todo parece una balsa de aceite. No hay otra alerta. Son las doce del mediodía, el sol arde y hace un calor asfixiante, pero el parque de bomberos es un oasis: hay aire acondicionado. Sin embargo, los bomberos y los auxiliares forestales salen al exterior para realizar prácticas en un pequeño bosque junto al parque. Realmente hay que tener muchas ganas con ese panorama. Y más aún con el traje de protección, el casco, las botas…

El cabo Xavier Lindo, de espaldas, dando instrucciones al resto de bomberos ya los auxiliares forestales del parque de Mollet del Vallès.
Los bomberos y los auxiliares forestales practicando en un bosque junto al parque, a pesar del calor asfixiante.

"Preparamos manga", grita uno de los bomberos. "Tallo", responde también a gritos un auxiliar forestal mientras hace fuerza con otros dos compañeros para doblar la manga y cortar el paso del agua con el objetivo de empalmar otra manga y seguir avanzando bosque adentro. La maniobra parece rudimentaria, pero así es como los bomberos van empalmando trozos de manga de veinte metros para adentrarse en los incendios. “Agua”, grita un bombero, cuando ya han terminado la maniobra. La práctica dura casi una hora bajo el sol. Cuando vuelven al parque, todos los bomberos están empapados en sudor. Se quitan los vestidos de protección en la cochera, donde están aparcados los vehículos, pero cuidan dejarlos preparados para una posible emergencia: con las botas colocadas dentro del pantalón para poder ponérselas en un tres y nada.

Riesgo de padecer cáncer

Según dicen, hace pocos años se paseaban con el traje de protección por todo el parque de bomberos, sin ser demasiado conscientes del riesgo que esto suponía. "El porcentaje de cáncer de próstata entre los bomberos es el doble que entre la población convencional", asegura David Galvany, uno de los bomberos más sensibilizados. "En Bélgica se hizo un estudio que demostró que en los trajes de protección hay sustancias cancerígenas que entran en el cuerpo de los bomberos a través de la piel", sigue explicando.

Los trajes de protección los lava una empresa especializada al final de cada jornada laboral, pero no después de cada servicio. Por tanto, los bomberos deben ponerse una y otra vez, a pesar de que estén sucios. En cambio, el uniforme que llevan debajo –el pantalón y los polos de color azul con las letras “Bomberos” escritas en color blanco en la espalda– se lavan ellos mismos en el parque. Hay lavadoras que están casi siempre en funcionamiento. “Es que cada bombero sólo tiene tres polos y en verano sudamos mucho. Debemos estar siempre lavando”, justifica JP Padilla, mientras un compañero suyo extiende una de las coladas en un pequeño tendedero que hay en el parque.

El bombero David Galvany extendiendo la colada en el parque de Mollet del Vallès.
Los bomberos y los auxiliares forestales almorzando una ensalada de judías que se han preparado ellos mismos.

Los bomberos de Mollet también se preparan ellos mismos las comidas, e incluso van a realizar la compra a un Mercadona cercano con un fondo común que hacen entre todos. Si no están fuera de servicio, no les pagan las dietas. ¿Y si hay una alerta mientras están cocinando o comprando? “Pues nada, lo dejamos todo y nos vamos”, contestan sin más, encogiéndose de hombros. Hoy Xavier Rifà es quien se ha encargado de cocinar y ha preparado una ensalada de judías buenísima. Comen pronto, sobre las 13.30 horas, porque dicen que más tarde siempre suele haber una emergencia. No se equivocan.

A las 14.49 h algunos de los bomberos ven la televisión relajadamente, aplastados en los sofás de la sala de estar del parque. Instantes después, corren rápidamente en la cochera, después de recibir una llamada de aviso. En un máximo de dos minutos deben salir. Así es su jornada laboral: puede cambiar radicalmente en segundos.

Los bomberos viendo relajadamente la televisión en el parque de Mollet a las 14:49 horas.
Pocos minutos después, los bomberos se preparan apresuradamente para salir a atender a una emergencia.

Esta vez se trata de un accidente de patinete en un camino rural de Lliçà de Vall que, a priori, no parece una situación en la que ellos puedan hacer demasiado. "Nos activan por si la persona ha caído por un terraplén, pero eso no lo sabremos hasta que lleguemos", afirma el oficial Llinàs, que asegura que nunca se fían de la información que reciben de entrada, a menos que esté contrastada por los Mossos d'Esquadra. "A veces nos dicen que es un accidente sin importancia y después nos encontramos con que no es así, y viceversa", comenta.

En este caso el accidente es de poca envergadura. Inmediatamente después, reciben otra alerta: una anciana está sola en casa y no hay forma de que conteste al teléfono. Según el responsable del parque de bomberos, éste es uno de sus “servicios estrella”: personas mayores que viven solas y que las encuentran muertas en casa, o que han caído y no tienen a nadie que las ayude. “Muestra hacia dónde va la sociedad”, lamenta. Ellos ven cada día esa y otras desgracias que, sin duda, dejan un poso emocional. “Quizás nuestra ventaja es que nuestro impacto es rápido. No somos como un enfermero de la unidad pediátrica de oncología que trata a los propios niños cada día”, sigue reflexionando el oficial Llinàs, que sabe muy bien de qué habla. Él mismo es enfermero, tiene 59 años y lleva 39 de bombero.

Una nueva emergencia

A las 16.58 h, una nueva emergencia: un incendio en una casa en la urbanización Els Saulons, de Caldes de Montbui. Desde lo lejos, se ve una columna de humo de color blanco que sube hacia el cielo. “El color de la columna de humo nos dice ya mucho sobre el incendio: el tipo de combustible, la intensidad y la dirección del viento. Lo que quema parece vegetación mojada”, vaticina Llinàs. Y acierta de lleno. Se incendiaron los arbustos que forman el perímetro de una casa que es un centro social municipal. El fuego, sin embargo, ha adquirido cierta virulencia hasta el punto de que fuera completamente el rótulo del bar del local. Las letras que antes decían Coca-Cola cuelgan ahora como el mítico reloj de Salvador Dalí. Una señal de tráfico también ha quedado tumbada en la acera, se ha reventado la instalación del agua, y un gran chorro sale a presión mojando parte de la calzada. También hay humo, partículas de ceniza en suspensión y un calor insoportable.

Los bomberos apagando el fuego declarado en el exterior de un centro social de una urbanización de Caldes de Montbui.
Los bomberos intentando cortar el escape de agua sin éxito mientras varios curiosos miran la escena.

“He intentado apagar el fuego con un extintor y la manguera de mi jardín, pero no he podido”, dice un vecino todavía en choque, que no sabe avenir de cómo las llamas se han extendido tan rápidamente. Los bomberos, en cambio, apagan el incendio en cuestión de minutos. Pero lo que no consiguen es cerrar la llave general del agua de la red pública para poner fin al escape. "La infraestructura está mal hecha", se quejan, mientras lo intentan, arrodillados en la acera. Naturalmente, un grupo de curiosos se arremolina en la zona para mirar e inmortalizar la escena con los móviles.

Una hora y media más tarde, hay otra alerta de que resulta ser una falsa alarma: un accidente de coche que es “chapa y pintura”, como dicen los bomberos. O sea, sin importancia. De vuelta al parque, toca lo de siempre: limpiar las mangueras, recoger todo el material, volver a preparar los vehículos y, claro, hacer otra colada.

Los bomberos lavando y recogiendo el material que han utilizado para apagar el incendio.

Después, algunos bomberos aprovechan para hacer algo de deporte. Algunos se decantan por la escalada. En el gimnasio hay un pequeño rocódromo. Otros, por los pesos. Y varios juegan un partido de voley. Todos, eso sí, sin cansarse demasiado. Son las ocho de la tarde, aún les quedan otras once horas de trabajo y es una incógnita saber qué les presenta el resto de la jornada. "Eso es parte del encanto de nuestra profesión: la incertidumbre y no tener agenda", aseguran.

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