Investigación

La secta de la Casa de Santiago: el escándalo que la Iglesia catalana ocultó durante 30 años

Los agresores pudieron hacer su vida con normalidad, mientras que las víctimas fueron olvidadas

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Ilustración sobre los abusos de la Casa Santiago

Barcelona / Santa Coloma de GramanetEl escándalo estalló en los años ochenta y se conoció con el nombre de caso de la Casa de Santiago. Todos los responsables de los abusos sexuales a menores que se cometieron durante años salieron indemnes por el encubrimiento de obispos y cardenales del arzobispado de Barcelona y los errores procedimentales que permitieron que no hubiera consecuencias para los agresores. Más de treinta años después, nadie de la Iglesia ha pedido perdón a las víctimas. Pese a que se realizó una investigación interna sobre la Casa de Santiago, que se calificó como secta, y se acreditaron múltiples casos de abusos sexuales, no ocurrió nada. A través de decenas de testigos, del acceso a los documentos que el arzobispado de Barcelona tenía en su archivo secreto, de cartas de los propios agresores y de las familias afectadas, el ARA ha reconstruido el escándalo que desquició a la Iglesia católica de nuestro país. Ahora, por último, tres décadas después, alguien ha hecho llegar al Vaticano toda la documentación.

Casas y casitas

La Casa de Santiago fue un instituto eclesiástico para fomentar y atender a las vocaciones sacerdotales tardías. Lo fundó en 1966 Alfred Rubio de Casterlenas, que diseñó un sistema de casas y casitas con amplias ramificaciones. Cada miembro tenía su propia casita –llegaron a haber más de 30– en la que convivían chicos y chicas muy jóvenes que seguían la estela de su líder. Una estructura jerárquica que tuvo su epicentro en un palacete modernista de más de 700 metros cuadrados en la calle General Vives de Barcelona, ​​junto a la ronda de Dalt. Los seguidores de la Casa de Santiago se extendieron por toda Cataluña. En el monasterio de San Jerónimo de la Murtra de Badalona, ​​en San José del Molino en la Noguera, en las parroquias de San Nicasio de Gavà, de San José Oriol y Jaime Apóstol de Santa Coloma de Gramanet, o Pío X y San Domingo de Barcelona . Muchos párrocos que hoy en día guían a las iglesias catalanas provienen de la Casa de Santiago.

Paco Andreo fue uno de los discípulos de Rubio. En Santa Coloma y Badalona empezó a predicar el ejemplo de su mentor y toda la filosofía –el realismo existencial– de la Casa de Santiago. Andreo creó su propia casita, la de San Agustín, y en Badalona vertebró un grupo de cuatro discípulos fieles, alguno de los cuales captó cuando era menor: Albert Salvans, Pere Cané, Lluís B. y Jesús N. Este grupo de jóvenes , que después se harían diáconos y posteriormente sacerdotes, eran conocidos dentro de la Iglesia como "los cuatro". Sin embargo, el escándalo giró alrededor de los dos primeros.

Salvanes en Sudán.
Documentos del archivo secreto del arzobispado de Barcelona.

Una secta

Los jóvenes imitaron el ejemplo de Andreo formando sus casitas y rodeándose de adolescentes. Coincidían en un piso en Sant Martí, una especie de común donde podían dormir juntos chicos y chicas, hasta que, después de que saltaran algunas alarmas, tuvieron que alquilar otro piso cercano, fácilmente comunicado por el interior, donde vivía la rama femenina , conocida como Claraeulalias –las jóvenes decían que un día podrían ser sacerdotisas–. A principios del año 1982, fundaron la asociación Nous Camins para poder canalizar ayudas públicas e iniciar una labor misionera en África.

Dentro del grupo había un clima de libertad sexual absoluto: todas las relaciones estaban permitidas. "Nos decían que amar equivalía a sexo, y el amor se reducía a establecer relaciones sexuales inestables", denunciaba una de las víctimas. Iban con el pelo teñido con hena y ellas llevaban bolsos africanos, como era muy habitual en la época. Chicos y chicas se duchaban juntos, totalmente desnudos, y los diáconos entraban sin rubor. Consiguieron aislar a los miembros de las casitas de sus seres más cercanos. La familia debía destruirse y reemplazarse por la comunidad. Además, todo giraba en torno al grupo. "Tenía que llamar, mínimo, una vez al día en el piso de las chicas, y una vez por semana a Pere Cané para contarle lo que hacía", relataba una de las que lo sufrieron. Incluso se llegaba a añadir el nombre de un miembro de la casita a las libretas del banco de los jóvenes. Todo, también el cuerpo, era de todos, pero sobre todo del líder.

El ambiente era de libertad, y eso atraía a los jóvenes, influenciados por el sustrato contracultural de amor libre y vida comunitaria que se extendió por todo Occidente durante los años 60 y 70. Quedaban en un bar cerca de las respectivas parroquias, e iban sin que les vieran el resto de feligreses en los lugares de encuentro. Hacían salidas por toda España en grupo; incluso una vez ochenta jóvenes realizaron una caminata entre Tarragona y Navarra. No eran cuatro gatos. Muchos fines de semana iban a una masía que adquirieron en Castellterçol, la finca de Argemira, que se utilizaba para hacer colonias de verano y donde en 1984 se estableció una colaboración con la Junta de Protección de Menores de Barcelona. Allí iban muchos niños, algunos de ellos criaturas desamparadas y "marginadas", sin familia. "A dos niños queríamos separarlos de sus familias, con una finalidad salvadora que ahora miro con horror", declaraba un joven valenciano: estuvieron a punto de crear una casita en Valencia siguiendo la estela de Barcelona. Otra chica admitía que con 12 años la convirtieron en "monitora de niños gitanos de Gavà" que iban a la Argemira de colonias. También iban niños provenientes de África, de Kenia, donde los jóvenes del grupo viajaban para pasar una temporada, de la mano de Nous Camins.

La masía de Argemira, en Castellterçol, donde iban los grupos de Paco Andreo. A veces iba también Josep Lluís Fernández Padró, el sacerdote bombero denunciado por abusos.

Todo el mundo se saludaba besándose en la boca, excepto en público. Una vez que un niño besó a Salvans en los labios éste le advirtió: había que tener cuidado porque se les podía "acusar de perversión de menores y homosexualidad". "No teníamos que explicar lo que hacíamos en el grupo porque la gente no podría entenderlo y se nos acusaría de grupo sectario", explicó una de las jóvenes denunciantes. Todas estas conductas formaron parte de las investigaciones realizadas por el arzobispado, y que concluyeron, de la mano de un experto, Josep Maria Jansà, que actuaban como una secta destructiva que utilizaba "técnicas de manipulación psíquica".

Investigaciones sin resultado

El arzobispado de Barcelona realizó diferentes investigaciones sobre la Casa de Santiago, pero ninguno de sus miembros sufrió sus consecuencias. El 7 de abril de 1988 se recibieron las primeras denuncias contra Albert Salvans, que entonces era diácono. Juan Benito fue el juez instructor. Los abusos, "gravísimos" según Benito, quedaron acreditados y en julio, a través de dos decretos. El entonces arzobispo Narciso Jubany expulsó del estado clerical al diácono, que se refugió en un monasterio y se marchó al cabo de un tiempo al Reino Unido. Sin embargo, la Santa Sede revocó la pena por un "defecto legal": no podía hacerse a través de un decreto administrativo, el derecho canónico exigía una sentencia. Un error que permitió que Salvans se ordenara sacerdote en Westminster. Para ello, el religioso requería un decreto de excardinación de la diócesis de Barcelona –firmado por el obispo o obispos auxiliares– para que pudiera incardinarse en Westminster. Nadie sabe quién lo firmó y le dio vía libre: el arzobispado asegura que no tiene constancia de documentación que "permita contrastar cómo se produjo este cambio de diócesis". Por otro lado, uno de los obispos auxiliares de la época era el futuro cardenal Lluís Martínez Sistach, licenciado en derecho y desde 1983 presidente de la asociación española de canonistas. Pese a los conocimientos que tenía sobre derecho y la magnitud del escándalo, el arzobispado cometió un error que permitió a Salvans marcharse sin ningún castigo. Hoy en día sigue ejerciendo de sacerdote en África.

Un fragmento de los documentos que habla de la filosofía de la Casa de Santiago.
La nota del arzobispado sobre la Casa de Santiago.

Carlos Soler y Perdigó, que en el 2001 se convirtió en obispo de Girona, era entonces el párroco de la parroquia de Pío X donde se produjeron los abusos. En una carta confidencial a Jubany, en 1989 relata que "por confesión del propio Albert Salvans" sabía que había tenido "trato sexual" con seis chicas y lo había intentado con otros. Además, explica a su obispo las confesiones de las chicas: "Tengo la satisfacción de comunicarle confidencialmente que cuatro de estas chicas se han reconciliado sacramentalmente". Soler y Perdigó trasladó a Jubany su opinión sobre lo ocurrido en Pío X: para él, sería difícil abrir la vía penal y consideraba que tarde o temprano debería trasladarse el tema a Roma para que el Vaticano se acabaría enterando. Sin embargo, sostenía que el cúmulo de "sospechas y hechos claramente indiciarios" era "abrumador" para poder dictaminar que estos chicos eran "aptos o idóneos por los órdenes sagrados". En su escrito, por tanto, el futuro obispo de Girona ponía en el mismo saco a los cuatro diáconos. Además, ya dejaba entrever que el arzobispado sabía perfectamente que Salvans acabaría ordenándose sacerdote a pesar de los decretos de Jubany: "No hace mucho encontré al obispado mosén Alfred Rubio y va «informarme» que Albert Salvans estaba en Inglaterra «tal y como dijeste»... parece que está muy arrepentido... y si encuentra un obispo que quiera ordenarlo..."

El propio Salvans envió una carta a una de las víctimas –la que destapó el caso– pidiendo "perdón" por el "mal" que había podido hacer. También escribió una misiva llena de arrepentimiento a los padres de ella. Pocos meses después de hacer la denuncia, en noviembre de 1988, los padres escribieron a Jubany denunciando que lo único que había hecho Soler y Perdigó era "ocultar los hechos", por "no dar publicidad" al problema, muy "preocupado por el su cargo y su Iglesia" y comentando con "desvergüenza" que aquello podía ir en contra de las chicas, "ya que la gente podría pensar que habían consentido". La primera denunciante tenía 14 años cuando las agresiones sexuales empezaron a suceder, mientras que Salvans la doblaba en edad. "Han pasado más de 35 años y nadie me ha pedido perdón, la única preocupación era que no fuera un escándalo", relata al ARA la víctima que lo destapó.

Fragmento de la carta de Soler y Perdigó en Jubany.
Fragmento de la carta de Salvans en la familia de una de las víctimas.

"Nos hicieron sentir pecadores. Cuando estalló, en una semana, perdí 10 kg, vomitaba todo el día", explica otra de las denunciantes, que sufrió los abusos del diácono en el cenáculo de la misma parroquia de Pío X. "Dejé los estudios, me fui de casa cuando pude, me ha marcado mucho porque tenía 15 años. Era una secta, hacían misa en un pabellón con muchísimas chicas jóvenes y muchas criaturas", rememora una tercera víctima, que preguntó a Salvans por qué quería hacerse sacerdote si le gustaba "tanto el sexo". "Eso era antes, nosotros somos más modernos", respondió el religioso. "Si la Iglesia se hubiera puesto en serio con el tema, si se hubieran hecho bien las cosas, con apoyo, mi vida habría sido diferente", lamenta la mujer.

La denuncia escondida

Ante las denuncias de una familia contra Pere Cané en 1988, Jubany pidió una investigación más profunda sobre este diácono. Joan Benito concluyó que no se apreciaba ningún hecho gravísimo sobre su conducta, pero sí situaciones de "ligereza, nudismo o promiscuidad". Aquí fue cuando entró en juego el fiscal Jaume González-Agàpito, al que Jubany encargó una investigación para esclarecer si "la mentalidad absolutamente inaceptable de los cuatro" podía hacer "acto de presencia en el cuerpo de diáconos permanentes del obispado". El fiscal llevó a cabo un trabajo de investigación mucho más exhaustivo, hablando con muchas víctimas. El arzobispo Ricard Maria Carles, que sucedió a Jubany en 1990, también solicitó profundizar en él cuando supo la identidad de uno de los afectados: un familiar suyo.

Peré Cané mantenía "relaciones sexuales" con las chicas de la Casa de Santiago, "tanto si eran mayores de edad como menores", relata el informe. A una de las víctimas le preguntó la edad, y ella respondió que tenía 14. "Por miedo, no pude negarme", explicaba la chica, que describía los "fuertes dolores" que él le causaba sin "ningún miramiento" y sin atender a sus "quejas".

Sin embargo, unos meses antes de que la chica declarara ante el fiscal eclesiástico en octubre de 1993, Cané se había ordenado sacerdote en Milwaukee, en Estados Unidos. El arzobispado de Barcelona, ​​a partir de las primeras investigaciones de Benito, que no incluían el testimonio de la joven de 14 años, pero sí las conductas "inaceptables" de los diáconos, envió la documentación que Cané necesitaba para ser ordenado. El arzobispo Carlos, tal y como ha certificado el ARA, firmó el documento de excardinación en fecha 25 de marzo de 1993 que le permitió convertirse en sacerdote. "Tenía que ordenarme en 1988, pero lo congelaron por las denuncias, pero nunca me comunicaron ninguna sanción ni me dijeron que hubiera nada en mi contra", defiende Cané, que durante la conversación con el ARA recibe el apoyo de su pareja, que conoció en esa época. El exsacerdote –en el 2015 colgó los hábitos– niega que abusara de nadie, acepta que existían "tendencias sectarias" dentro del grupo y cuando se le pregunta si mantuvo relaciones sexuales con alguna menor, teniendo en cuenta que entonces el consentimiento legalmente estaba a los 13 años, después de unos segundos pensaroso, responde: "Estoy repasando la memoria de hippie... pero tengo que decir que no".

Después de que el fiscal presentara su informe, con cientos de páginas acreditando las conductas abusivas, a los diáconos denunciados no les pasó nada. En octubre de 1994, Carlos ordenó la extinción de la Casa de Santiago porque ya "no tenía actividad", dado que el último sacerdote se ordenó allí en 1992. Un año después, impuso "remedios penales a los presbíteros responsables " de la Casa de Santiago y en la asociación civil Nuevos Caminos. En realidad, nada les supuso. Y eso que el fiscal González-Agapito denunciaba que los delitos no se habían castigado "con justas penas", no sólo para los clérigos, sino porque "los encubridores y cooperadores" no fueron castigados sino "promovidos".

González-Agàpito apuntaba a la cúpula eclesiástica y exigía una "satisfacción moral" para las víctimas y sus familias y castigar a "los culpables", pero su informe quedó enterrado en el archivo secreto del arzobispado y no se trasladó ni a Roma ni a la justicia ordinaria. De hecho, a preguntas de este diario, el arzobispado mantiene que nunca hubo una denuncia contra Cané, sólo contra Salvans. En la misma línea se defiende Cané. Después de que en 1995 se le prohibiera celebrar públicamente misa en Barcelona –donde había podido realizar actos, incluso en Santa Maria del Mar–, la diócesis americana se interesó por su pasado. Sobre todo en el 2004, cuando solicitaron sus antecedentes y "Barcelona no envió nada". Dos años después, el religioso llegó a un acuerdo con el arzobispo Sistach para levantarle la sanción. La investigación de González-Agápito no existía.

Uno de los decretos de Jubany.
Decreto de Jubany de 7 de julio de 1988.

El Vaticano, y la Doctrina de la Fe, pese a la insistencia de este diario, ha evitado responder sobre lo que sabe y cuándo recibió las primeras informaciones sobre la Casa de Santiago. Por otra parte, el arzobispado de Barcelona sostiene que en 2007 se envió a la Santa Sede una copia del proceso penal contra Salvans, y en 2016, con Joan Josep Omella de arzobispo, toda la documentación que se tenía sobre la Casa de Santiago, una afirmación que fuentes eclesiásticas ponen en duda y, por eso, de forma extraoficial ahora se han hecho llegar a Roma los cientos de páginas recogidas durante las investigaciones de los años 80 y 90. Según ha podido acreditar el AHORA, parte de esta documentación fue "sustraída, alterada y mutilada" del archivo secreto, al que tenía acceso muy poca gente de la cúpula eclesiástica barcelonesa. Unas pérdidas de las que el arzobispado dice no tener constancia. "Varios miembros" hicieron "todo lo posible para que este informe desaparezca", se denunció en 1996. La documentación pudo recuperarse gracias a la existencia de un papel de copia original y volvió a lacrarse y guardarse en el archivo. Pero no ocurrió nada, el caso fue pasando de manos, de Jubany a Carlos, de Martínez Sistach a Omella, pero también por los obispos auxiliares que movían hilos, como Jaume Tresserra, Joan-Enric Vives o Joan Carrera. Sin embargo, nadie hizo nada con las peticiones del fiscal, que acabó perseguido, y las víctimas siguieron olvidadas mientras los acusados ​​siguieron haciendo su vida.

La casita de Santa Coloma

El ARA ha podido reconstruir otro caso sepultado. Los hechos sucedieron en Santa Coloma de Gramenet. Ramon Santacana, actualmente párroco de la parroquia de Sant Martí del Clot, siguiendo las tesis de Paco Andreo, fundó la casita de Sant Francesc y Santa Clara. Los patrones, por tanto, se repitieron más allá de los "cuatro" discípulos. Santacana explicaba que sus padres eran los malos y hubo relaciones sexuales entre los miembros del grupo. Ocurrió con chicos y chicas que estaban bajo la influencia de un Santacana que era "maestro y guía"; por eso, tal y como describe a este diario una víctima, aunque tenía 18 años cuando los hechos ocurrieron, "no había consentimiento posible" porque estaban totalmente manipulados.

Otra de las víctimas, un hombre que entonces no lo vivió como un abuso, explica que tuvo relaciones sexuales con Santacana cuando era menor de edad. Aunque sólo aparece una denunciante, el caso de Santacana estaba en el informe de González-Agàpito y, además, una mujer lo denunció personalmente al arzobispado: "Me dijeron que en Barcelona no podría ser sacerdote" . Si en 2016 se remitió toda la documentación a Roma, ¿por qué Santacana pudo regresar de Taiwán, donde se había marchado en 1991, para instalarse de nuevo en Barcelona? Santanca ha evitado responder a las preguntas de este diario.

Dimensión económica

Las denuncias también dejaban vislumbrar una importante dimensión económica, con un gran entramado de asociaciones de ramificaciones muy extensas. Un chico de Valencia, que estuvo en contacto con la Casa de Santiago, reconoce que quedaron impactados por cómo operaban, también bajo el cobijo de la entidad laica Nous Camins. "Debían mover unas cantidades de dinero impresionante", reconoció tras ver cómo los miembros de la asociación iban a la "caza de abogados y notarios" para obtener dinero y se presentaban a sus interlocutores de una forma u otra, como asociación religiosa o laica, en función del objetivo. No todo el dinero iba a proyectos en África ni a la solidaridad. Tampoco las ayudas públicas que obtuvieron de todas las administraciones. Una de las miembros de las Claraeulalias les confesó que vivía con 100.000 pesetas de la época (600 euros a finales de los 80), y que obtenía el dinero de las cuotas de los fieles o del dinero recogido: "Era un hecho que no podía ser comprendido y debía esconderse”.

Según sus propios datos, en 1982 Nous Camins gestionaba para proyectos un presupuesto de 1.800 euros. En 1991 eran 360.000 euros y en 1996, 610.000 euros, la mitad provenientes de ayudas públicas. Varias denunciantes aseguraron a González-Agàpito que algunos miembros del grupo, los llamados "solventes", daban a los líderes 50.000 pesetas mensuales (300 euros), lo que les suponía ingresos totales superiores a los 6.000 euros. "Quienes vivían en la casa debían recibir una asignación económica de sus familias; si no lo hacían, los hijos tenían que presionar a los padres hasta conseguirlo", relataron. Actualmente, la asociación, bajo el nombre de Sendera, asegura que nunca recibió "ninguna acusación del arzobispado de Barcelona de ser una secta" ni ha tenido nunca "ninguna denuncia en su contra" y condenan "firmemente cualquier tipo de delito" , abuso o cualquier otro hecho que atente contra la dignidad de las personas".

"En un encuentro celebrado el 28 y 29 de agosto de 1991, se comentó el proyecto de convertirse a largo plazo en una orden religiosa que se llamaría San Pablo Misionero. Para obtener el reconocimiento de la Santa Sede , les hacía falta el apoyo de varios obispos: por eso, se afirmaba que era necesario estrechar la relación con los obispos de los diferentes lugares donde Nuevos Caminos, o directamente el grupo, actuaba muy a menudo financiaban viajes de obispos y curas extranjeros que les llevaban a conocer lugares de interés, tanto turístico como religioso, de la península, de camino a Kenia, donde hacían lo mismo", explicaba una denunciante en el informe de González-Agàpito.

Y acabó pasando. Muchas de las personas de la Casa de Santiago, entre ellas muchas claraeulalias, sacerdotes y voluntarios, continúan hoy con la labor misionera a través de múltiples plataformas. La Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol que fundó Andreo en Kenia, y en donde siguió su misión Salvans, trabaja sobre todo en África; mientras que Cané y otros miembros del grupo se orientaron a América de la mano de la comunidad de San Pablo –Cané se ha distanciado de ellos–. Sin embargo, existen muchas más entidades, algunas con sede en España, vinculadas a alguno de los dos proyectos que, como explicó El País, viven ahora separados e irreconciliables.

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