Sesenta formas de cruzar el Támesis: a pie, por debajo del cauce del río, también es posible
Los puentes de Londres, icónicas postales de la ciudad, esconden las posibilidades subterráneas de ir de una orilla a otra paseando


Londres¿Cuánto se tarda en atravesar el Támesis a pie? Parece imposible andar sobre las aguas, verdad, pero hay formas aproximadas de calcularlo. ¿Y cuántas formas distintas debe ir de una orilla a la otra del río dentro de los límites del gran Londres? Hasta este domingo, 6 de abril, oficialmente 59, incluidos el ferry, la cabina teleférica, un túnel exclusivo para el tráfico rodado, el transporte público y, cómo no, utilizando los 25 puentes que unen el norte y el sur de la ciudad: puentes para todo tipo de vehículos, puentes para el metro, el ferrocarril y el Over.
Sin embargo, se puede dar un paseo por debajo del nivel del cauce del río –entre diez y quince metros– a través de varios túneles que van de una orilla a la otra. Un par son sólo peatonales. Pero el tercero, no. El tercero, el paso de Rotherhithe, es un muy raro ejemplo de uso mixto, donde conductores, atrevidos ciclistas y aún más atrevidos peatones pueden convivir, si bien no resulta nada aconsejable la experiencia de andar o pedalear los 1.482 metros de su extensión por razones de salud. Al menos sin bombona y máscara de oxígeno. El aire en el interior del túnel no es demasiado respirable. Pasan 35.000 coches y furgonetas diarias, y las paredes, de baldosa blanca, tienen una pátina de suciedad que agotaría incluso a Bert, la deshollinadora de chimeneas de Mary Poppins. El túnel empezó a construirse en 1904 y entró en servicio en 1908: entonces, los carruajes de caballos convivían con los seres humanos, y los olores en el interior del largo tubo eras más naturales.
Las condiciones en las que se agujereó fueron extremas, como recogió un periodista del Daily News en 1906, en una visita a las obras: "Con un poco de cuidado, entras en un ascensor, una jaula de hierro abierta por cada extremo, en cuyo suelo hay un par de raíles para transportar una vagoneta. Una campanilla suena en algún sitio, y te aferras a una barra superior mientras el ascensor cae por un agujero. segundos, y sales del ascensor hacia un mundo nuevo, un mundo lleno de hombres espectrales con pelucas de barro, pálidos y casi desnudos, ya que la temperatura ronda los ochenta grados [Farenheit, 27 grados centígrados] y el trabajo es extremadamente duro por lo que nunca haces dolorosamente consciente poca ropa…".
El primer paso a pie
Desde estos lunes, 7 de abril, habrá una forma más de atravesar el Támesis. Serán 60, finalmente, sin contar los túneles de cableado diverso y de servicios –no menos de catorce–. Pero el nuevo sólo será apto para vehículos: es el Silvertown Tunnel, que une Canning Town y los Royal Docks con la península de Greenwich, y que será una alternativa al túnel de Blackwall, una cada vez más envejecida infraestructura que no toma muy bien el paso de más de 50.000 vehículos diarios, y que registra no menos con frecuencia.
Quizás el paso más famoso de un lado a otro del Támesis, o uno de los que más se identifica con el río y con Londres, es el Tower Bridge, con su icónica imagen de las dos torres y, si hay suerte en el momento de verlo desde el Támesis, la pasarela que se levanta.
Por el contrario, uno de los menos conocidos es el túnel sólo peatonal de Woolwich, que en el este de la ciudad, en el distrito de Newham, une el norte con el sur del barrio que le da nombre. Éste es, sin embargo, el pariente pobre de los tres túneles que, por debajo de la cama del Támesis, el peatón o el visitante pueden cruzar apenas dando un paseo. El más famoso de los tres es el de Greenwich. Sea como fuere, los tres son testigo de la herencia y el espíritu victoriano. Como también lo es el conocido como Thames Tunnel, el primero del mundo construido por debajo de un río navegable, y que es su predecesor. Diseñado originariamente para carruajes de caballos, los trabajos se alargaron dieciocho años. Sin embargo, desde la apertura, el 25 de marzo de 1843, fue utilizado principalmente por peatones, y se convirtió poco menos que en una atracción turística de la capital del imperio y del desafío que la ingeniería hacía a las leyes de la física. Pero en 1869 se convirtió en túnel ferroviario para ser utilizado por la línea East London, que desde 2010 forma parte de la red del London Overground, el metro de superficie del gran Londres. Aún une las estaciones de Rotherhithe y Wapping.
A diferencia de lo que ocurre con el de Rotherhithe, las aproximadamente 200.000 baldosas que blanquean las paredes del túnel peatonal de Greenwich, con la excepción de un primer tramo en la entrada de la boca norte, en la zona de The Isle of Dog –históricamente un área muy pobre de Londres, hasta la construcción del segundo harf–, conservan más o menos su blancura. La caminata chino-xano de los 370 metros de largo, centímetro arriba centímetro abajo, no supera los entre 4 y 5 minutos y medio, dependiendo del paso y las condiciones de salud del pasavolante. A la boca norte se accede por una escalera de caracol muy característica: 87 escalones. En la sur, cien. En ambas hay ascensores, que se instalaron en 1910, ocho años después de que se abriera la infraestructura.
El túnel de Woolwich, de características muy similares, pero más largo (504 metros), y sin las cúpulas de vidrio de las dos entradas, no lleva a ninguna zona turística de Londres, y tiene poco más que una utilidad local. Sólo lo recorren unas 800 personas al día, según los datos más recientes del distrito, del 2021. En cambio, el de Greenwich, con atracciones turísticas en la zona sur, como el Cutty Sark, el Royal Observatory, el Museo Naval, el Painted Hall, el mercado y sus tiendas de mapas viejos, con tesoro, en cualquiera de los dos sentidos. Ambos abren los 365 días del año.
El porqué de este par de túneles puede entenderse en parte como un relato de historia social y en parte como una cuestión geográfica. Cuando Londres se convirtió en el puerto más concurrido del mundo, a finales del siglo XVIII, los muelles de la orilla norte del río necesitaban a miles de estibadores y trabajadores de todo tipo, muchos de los cuales vivían en el sur. Los ferrys fueron, al principio, la opción de transporte habitual. Pero la entonces legendaria niebla de la ciudad hacía que muchas travesías programadas tuvieran que cancelarse. La solución obvia era construir un puente, pero en el este del Tower Bridge la anchura del Támesis es excesiva, salvo que se alzaran puentes estructuralmente más ambiciosos que, de todos modos, habrían podido bloquear el paso de los barcos. El precedente del Thames Tunnel favoreció la solución elegida a Greenwich ya Woolwich. Pero se tardaron más de cincuenta años en hacerlos, y entre la apertura del primero y la del segundo pasó una década.
Más allá de historias de tres fantasmas que circulan sobre el túnel de Greenwich –ninguno sobre el de Woolwich–, los túneles se han convertido en lugar de encuentro de entusiastas del found sound. Esto es la recopilación de sonidos del mundo que nos rodea, ruidosos de todo tipo que a menudo se utilizan para mezclas de música electrónica. Marcus Leadley, jefe del estudio de esta variedad en la Universidad de Goldsmiths y entusiasta de la sonoridad de los túneles, dice que no es distinto al de las iglesias. "Las iglesias fueron diseñadas específicamente para tener este tipo de reverberación. Eran los centros multimedia de su época. Los túneles tienen una característica muy similar."