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Gustau Torres: "Cuando tenía tres años nos mudamos a vivir a la catedral de Girona"

Gestor de la catedral de Gerona e hijo de los campaneros

Gustau Torres, actual gestor de la Catedral de Girona e hijo de los campaneros, en lo más alto del campanario del templo.

GeronaDe pequeña tuve la suerte de descubrir uno de los lugares más desconocidos y maravillosos de Girona: el camino secreto hasta el ángel de la catedral de Girona. Mi padre, que había crecido en un Barri Vell que nada tiene que ver con el de ahora –nada estaba rehabilitado y aún no había colas de turistas–, estableció amistad con los campaneros, una pareja venida de La Rioja y Andalucía que por una carambola mágica del destino acabaron convirtiéndose en masoveros de la catedral con sus cuatro hijos y hoy en día siguen viviendo en ella, ya jubilados. Recuerdo muy bien la primera vez que subí hasta lo alto, cuando tenía cinco o seis años. Seguro que imagináis que lo más impresionante fueron las vistas. Pues no: me fascinaron todas las estancias hasta llegar al campanario. Una serie de espacios que siguen suspendidos en el tiempo.

Quien nos guiaba a menudo era un niño algo mayor que yo que se movía por la catedral como quien enseña su casa. No en vano, era su hogar. "Cuando tenía tres años nos mudamos a vivir a la catedral", explica Gustavo Adolfo Torres Mendoza. En 1986, antes de la metamorfosis del Barri Vell, Gustau empezó a dormir en una habitación con vistas a la muralla ya los Baños Árabes, el claustro se convirtió en su campo de fútbol particular, los canónigos en los abuelos que veía más y la gárgola de la bruja y el ángel que corona la catedral en sus cómplices.

La puerta del baptisterio

Después de vivir muchos años fuera, hace poco tuve la suerte de volver a coincidir con ellos y que me volviera a enseñar con el entusiasmo de quien ha vivido las cosas el camino hasta lo alto del campanario. No pude dejar de compartirlo con los lectores: los detalles de cómo se traspasa una puerta oculta en la capilla del baptisterio para llegar a los pies del campanario, donde todavía está escrito con letras góticas el nombre de todas las campanas y bajan las cuerdas. Gustau se acuerda bien de la primera vez que remó Asunta: “Eran tantos los nervios que no me cogí con fuerza, y la cuerda me arañó la piel de los dedos temblorosos”. La cuerda la elevaba hasta los 2 metros de altura.

Aquel niño que fue a vivir a la catedral con tres años es ahora el primer gestor laico que tiene la basílica. Con la confianza del capítulo y de los administradores, el equipo liderado por Gustau y el director del Museo de la Catedral, Joan Piña, ha ido abriendo el templo a los gerundenses con la intención de que sea una pieza más de “el entramado de la sociedad” y, aún más importante, de la vida cultural.

La casa del campanero

Una escalera preciosa en forma de caracol nos espera para subir hacia arriba del campanario. Pero antes pasaremos por mi aposento favorito. Tengo el recuerdo nítido de la primera vez que subí. Una gran ventana mujer en la plaza de los apóstoles, pero lo que más llama la atención es que dentro del espacio del campanario, que empezó a construirse a finales del siglo XV, se construyó una vivienda de dos pisos con tres celdas, como un escenario de teatro. Antes de la Guerra Civil es donde vivía el campanero, que entre otras tareas se encargaba de subir las pesas del reloj al menos una vez al día. Aún están las marcas de hollín en la pared de cuando se calentaba con carbón. Éste era el “patio de juegos” de Gustau con sus hermanos, donde subían los clics de Playmobil. Aún hay unos pupitres que pusieron a sus padres.

El triforio

Subiendo unas escalerillas entre celdas, llegamos a una puerta que conduce a un pasillo espectacular, poco apto para gente con vértigo. Estamos en el triforio: el espacio que da la vuelta a la catedral y que servía como espacio de servicio por si era necesario colgar telas, luces o hacer reparaciones. Fue en este espacio donde Gustau aprendió historia sagrada y del arte, observando todas las magníficas vidrieras góticas y únicas de la catedral de Girona. El triforio permite unas vistas privilegiadas de lo que es la nave medieval más ancha del mundo. De hecho, sólo una iglesia supera a la basílica gerundense en cuanto a la anchura, de casi 23 metros: San Pedro del Vaticano.

El desván de la catedral de Girona acaba con vuelta catalana, que recuerda una bodega modernista.

El desván

Siguiendo la escalera helicoidal, o bien desde el otro lado del triforio, nos transportamos a un espacio que por unos momentos nos hace pensar que estamos debajo del suelo. Sin embargo, nos encontramos a 35 metros de altura, caminando sobre la nave gótica más ancha del mundo, aguantada con sólo un medio metro de espesor de piedra. Son el desván de la catedral, donde Gustau explica que en 1939 se obró un “milagro”. Se cayó una bomba junto al crucero, se precipitó en la nave y no acabó explotando. Si se hubiera desviado sólo unos centímetros parte de la gran vuelta se hundiría, asegura el hijo de los campaneros. En los años 60 se emprendió una reforma para arreglar el espacio y se escogió que fuera con vuelta catalana, lo que le acaba dando la dimensión de una bodega modernista.

Ya queda poco por llegar al campanario, completamente restaurado a principios del milenio. Desde 2003 que todas las campanas están mecanizadas, pero por eso no hay que menospreciar el trabajo del campanero. Gustau reivindica que la verdadera protagonista de esta historia es su madre, Ramona Mendoza, que hoy en día sigue vigilando de forma silente, siempre lejos del foco de los medios, la catedral.

Vista del campanario de Sant Feliu desde lo alto del campanario de la catedral de Girona.
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