Como la torre de Pisa

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Alumnos de un instituto del Raval de Barcelona

Sobre los resultados del informe PISA todo el mundo se ha atrevido a opinar. Quizás porque tienen hijos o porque todos hemos sido alumnos. Como exalumno, padre y docente me he leído con atención buena parte de lo que se decía, desde los medios tradicionales hasta las redes sociales. He topado con comentarios injustos pero también reflexiones muy acertadas. Dado que los resultados del informe son nefastos y no se pueden disimular más, la parte positiva de todo ello es que no tienen más remedio que intentar arreglarlo.

Yo, de entrada, cambiaría a los asesores y los iluminados que nos han llevado hasta aquí. Será difícil, me temo, porque viven de esto. Es evidente que las cifras no se desploman de un curso para otro. Tampoco sabemos hasta cuándo los valores dejarán de hacerlo. Que el desastre en matemáticas o comprensión lectora es global en Europa es un hecho, pero lo que interesa saber es por qué en Cataluña es aún peor. Pues por un cúmulo de malas decisiones que sumadas han provocado la tormenta perfecta.

Es culpa de los cambios constantes de sistema y de currículum, de la escuela inclusiva sin recursos, de la llegada constante de recién llegados sin unas aulas de acogida preparadas, de los libros socializados y la falta de biblioteca escolar, de la desidia de algunos compañeros que les han quemado con tanta burocracia inútil, del descuido de las pantallas, que se haya perdido el valor del esfuerzo y la importancia del aprobado, que muchos alumnos no tengan profesor porque no se cubren las bajas, que los docentes ya no sepan exactamente qué y cómo deben evaluar, y por todos los planes individualizados que son modos encubiertos de aprobar más fácil, porque si los suspendiéramos provocaríamos un embudo colosal.

Escudella tóxica

Todo esto y más aún, se ha mezclado como una escudella tóxica revuelta con alegría por nuestros gurús, que ha hecho que buena parte de los alumnos que gradúan, desde hace años, no tienen, ni de lejos, los conocimientos por los que se supone que han graduado. Creo que esta queja, la de la falta de rigor prolongada en el tiempo, la he descrito a lo largo de los trece años que hace que colaboro en el Criatures. Pero la voz de los docentes no interesa escucharla mucho, porque siempre vamos gruñendo y eso podría hacer dudar a la sociedad de que nuestro moderno sistema educativo del siglo XXI no es en realidad uno de los mejores, sino el peor.

Bien, en la vida no puedes estar engañando o engañándote sin que un día te descubran el engaño. En realidad, las soluciones no son tan difíciles si se actúa con sentido común, se está dispuesto a poner recursos y se escucha a quienes se dejan la piel en las aulas. Es necesario controlar la tecnología, la exigencia en los contenidos y disponer de profesores especialistas, clasificar la diversidad y un presupuesto digno para poder construir una sociedad bien preparada que, al final, podrá estirar el país en vez de hundirlo.

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