Lo que sí vale la pena es ir a votar

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Carteles electorales en la parada de cercanías de Ocata en El Masnou

Una parte de la sociedad catalana, especialmente la que se declara independentista, se ha instalado en el desánimo y en la desorientación a raíz de lo ocurrido después de octubre del 2017. Y algunos están resentidos con una clase política que consideran que no fue suficientemente transparente o que incluso les engañó respecto a las expectativas reales que debía conseguir la independencia. Este malestar, perfectamente comprensible, ha cristalizado, según la encuesta de YouGov que publicamos este domingo, en un notable aumento de la abstención entre los independentistas y la irrupción de una fuerza soberanista de extrema derecha como Aliança Catalana, combinada con el mantenimiento de Vox en el Parlamento. Éste no es un hecho extraño en el contexto europeo y occidental. La desconfianza en la clase política es el caldo de cultivo ideal para los populismos, especialmente los de derecha, que presentan soluciones aparentemente fáciles a problemas complejos y tienen en el odio al distinto el combustible que los alimenta.

Ante esta situación queremos llamar a la participación, a votar en defensa propia, porque si bien quedarse en casa puede resultar personalmente satisfactorio, sus consecuencias pueden ser nefastas colectivamente. Porque más allá del estado de ánimo de cada uno, o la opinión sobre un líder u otro político, al fin y al cabo el Parlamento que elegimos el 12 de mayo deberá tomar decisiones muy importantes sobre el futuro del país. ¿De verdad queremos que opciones extremistas y retrógradas tengan peso en el debate público? ¿De verdad queremos que el mundo se lleve una visión sesgada de lo que es Catalunya porque nuestros políticos no son perfectos? ¿De verdad queremos inculcar a nuestros hijos la idea de que al fin y al cabo la democracia no es tan necesaria, que todos los políticos son iguales y que no hace falta ni ir a votar? ¿Qué pensarían las generaciones precedentes que lucharon para que nosotros tuviésemos ese derecho?

¿Vale la pena votar? Claro que sí. El odio y la frustración no nos llevarán a ninguna parte como sociedad. Hay que ser, eso sí, exigentes con nuestra clase política y pedirles todas las explicaciones que sea necesario, y pensar muy bien el voto, pero nunca renunciar a ello. Votar nos obliga a pensar cuál es el modelo de país que defendemos, qué relación con el Estado, qué financiación para Cataluña, qué política económica, qué fiscalidad, qué servicios sociales, qué política lingüística para proteger el catalán, qué escuela, salud, qué capacidad de retorno tienen nuestros jóvenes con talento, etc. ¿De verdad que todo esto no es importante y no merece que nos detengamos unos minutos a reflexionar, a decidir qué rumbo queremos imprimir en el país?

Aún quedan dos semanas para las elecciones y una campaña electoral que promete ser intensa. Esperamos que los candidatos sean capaces de animar a los votantes, de convencerles de que realmente vale la pena hacer el esfuerzo. Y si la ciudadanía responde y va a votar en masa pasarán dos cosas muy interesantes. La primera es que el Parlamento se parecerá más a la mejor cara del país. Y la segunda, que estaremos en condiciones de exigir a los políticos que estén a la altura.

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