Otra vez una negociación al límite

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El secretario general de Juntos, Jordi Turull, y el ya ex vicepresidente  Jordi Puigneró llegando ayer a la reunión de la ejecutiva de Juntos.

BarcelonaComo ya ha pasado en muchas ocasiones anteriormente durante el Procés, ERC y Junts (y antes CDC) se han abocado a una negociación límite y a contrarreloj para desencallar una situación de bloqueo que parece irreversible. Ya pasó en su día con el 9-N, las negociaciones por la lista única en 2015, por la formación de gobierno en 2018 o, más recientemente, por el acuerdo de legislatura que hizo president a Pere Aragonès. Ahora, algo más de un año después de que el Govern empezara a andar, las discrepancias estratégicas entre los dos partidos los han conducido a un nuevo callejón de difícil salida.

Y es que incluso en el improbable caso de que Aragonès diera respuesta a las demandas de Junts, habría que ver si la militancia avalaría este nuevo pacto in extremis. Sobre todo si tenemos en cuenta que tanto el ex president de la Generalitat y líder fundacional de Junts, Carles Puigdemont, como la actual presidenta de la formación, Laura Borràs, son firmes partidarios de abandonar el Govern, y más todavía después de la destitución del vicepresidente Jordi Puigneró. La desconfianza entre los dos partidos ha llegado a un punto de no regreso. Y si bien es cierto que Aragonès no ha cumplido algunos puntos del acuerdo de gobierno, los republicanos también están quejosos por la actitud de Junts durante todos estos meses.

Esta zozobra institucional coincide, además, con un momento especialmente crítico para la ciudadanía, con una crisis inflacionaria que está castigando los bolsillos de los más vulnerables y en un contexto de máxima incertidumbre económica para las empresas. Digámoslo claro: este no es el momento para crisis de gobierno. El ejecutivo tendría que estar centrado en la preparación de los presupuestos y en orientar la acción de gobierno hacia los grandes retos que tiene planteados el país, y no en estas disputas partidistas.

En el trasfondo de esta crisis está la división interna en Junts sobre cuál es el rumbo que tiene que tomar la formación. Nacido en un contexto de máxima emocionalidad por la represión contra el independentismo y bajo el liderazgo indiscutible de Puigdemont, Junts sigue oscilando cinco años después entre ser un partido de gobierno al estilo de la antigua CDC y ser un movimiento de liberación nacional con ribetes antiinstitucionales (recordemos las palabras de Quim Torra sobre el autogobierno como obstáculo para la independencia). Hasta que Junts tome una decisión, la política catalana parece condenada a la inestabilidad.

Habrá que ver qué da de sí esta negociación exprés que Junts ha planteado a Aragonès, pero finalmente serán unos pocos miles de militantes, entre 5.000 y 6.000, los que tomarán una decisión, en una situación similar a la de la famosa asamblea de la CUP que acabó con empate sobre la investidura de Artur Mas. Sea cual sea el resultado, sin embargo, solo hay una cosa segura: Junts seguirá dividido. Una de las dos almas se habrá impuesto, cierto, pero la otra seguirá viva. Ahora bien, también es cierto que la consulta puede ser catártica en el sentido de que se verá realmente la fuerza de cada uno, y por lo tanto todo el mundo tendrá que actuar en consecuencia.

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